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domingo, 26 de diciembre de 2021

Joven y hermosa


Joven y hermosa

21 de diciembre de 1964, Hollywood, Los Ángeles
El tocadiscos tarareaba Young and Beautiful[1] y el whisky emborrachaba la soda dentro del vaso sujeto por la pálida mano de dedos finos y uñas esmaltadas con la media luna roja.

Nada de timbre o del batanear de la gualda aldaba: un golpe de nudillos hizo protestar a la puerta.

—Señora Gr… —No, el «Green» murió en su lengua al reparar en la intempestiva hora que marcaba el Gustav Becker[2] y al recordar que la mencionada ama de llaves libraba. Sin otro remedio, y con evidente desconcierto, Ginger salió del salón y taconeó por el alfombrado suelo hasta la puerta de la casa.

—Hola —carraspeó James, enderezándose en su vasta estatura, presta a ridiculizar al dintel. Movió la mandíbula instando a las cuerdas vocales, mas no fue capaz de articular palabra. Turbado, jugueteó con los diamantados gemelos en los puños de la camisa.

—Señor Hudson —musitó Ginger, pasando del desconcierto al punzante temor. En la última ocasión en la que se habían visto (una hora escasa antes) ella lo había obsequiado con un guantazo después de que este, como un Clyde de pacotilla, le robara un beso. Lo miró fugaz, jurando que todavía se discernía la silueta de sus dedos en la afeitada mejilla. Volvió la morena cabeza cubierta de ondas al agua para cerciorarse de que ningún vecino, por casualidad o no, se hubiera asomado, y le cedió el paso—. Por favor… —solicitó con obvio apuro y, en cierto modo, agradeciendo que James se hubiese presentado estando ella aún decente pese a la bata de dormir, sustituta del vestido de lentejuelas.

—Siento la intrusión —prorrumpió James, falto de aliento y no a causa de la negra pajarita que realzaba su ya de por sí innata elegancia a juego con el impoluto tuxedo. El humo del paquete de cigarrillos Chesterfield, que había fumado en el Chevrolet Bel Air mientras se debatía consigo sobre si llamar a la puerta de la fémina o no, flotaba a su alrededor como una manifestación de su encapotado estado de ánimo—. A esta hora, sea la que sea —prosiguió, entrando en la casa.

Cuando ella cerró la puerta y lo miró, él enmudeció bajo la lámpara de araña. Ginger era un sueño materializado en curvas que alentarían a las tropas desplazadas en Vietnam; pechos grandes y empitonados, cintura avispada y muslos torneados que, a la larga, se estiraban en dos esbeltas piernas ocultas por el batín de noche. La piel, oh, la piel de ella era blanca igual que la cocaína que habían servido en la salvaje fiesta y, para rematar, Ginger tenía dos esmeraldas incrustadas en un rostro angelical de nariz respingona.

—No se preocupe —contestó, pues ella lo hacía por ambos o, mejor dicho, por él, que no se veía como una película en blanco y negro, sino como un film rodado en Eastmancolor[3]—. Dígame, señor Hudson, ¿qué ocurre? —preguntó, lamentándose por el alcohol que había ingerido y del que le quedaba un poco en el vaso de doble fondo. El dorado whisky le amodorraba el férreo autocontrol, despertando el deseo que el hombre ante sí le suscitaba. En un revuelo de maquilladas pestañas, Ginger deseó encogerse tanto que el tamaño adquirido le permitiera esconderse en el interior de una de las abullonadas mangas de su negra bata.

Un denso silencio engulló la melodía de las respiraciones; también se tragó el canto del tocadiscos y el susurro del aleteo de los peces en la ovalada pecera sobre el oneroso mueble recibidor.

—De no ser por ti… —habló James al fin, reiterándose en lo mismo desde hacía más de tres días, consciente de que resultaba cansino, pero queriendo mostrarse agradecido aunque no excitado, jodidamente excitado. La forma descarada de su carnosa polla pujaba bajo la tela del pantalón, y sus pelotas, escaldadas de deseo, se agitaban, mortificándolo. Desde luego, y a su favor, cabía puntualizar que el aspecto de Ginger, ataviada con el batín que le oprimía el pecho, no contribuía a enfriarlo; por el contrario, creaba llamaradas que le ennegrecían lo suculento de los tuétanos.

—Señor Hudson, ¿ha venido hasta aquí a estas horas para decirme eso? —No lo creía y, por descontado, tampoco creía que lo hubiese hecho para disculparse. Ginger frunció el ceño y unió las manos, tamborileando con los dedos en el cristal de la copa. Aun guardando las distancias, percibía el acérrimo olor de los humos, alcoholes y sudores de la fiesta que no nublaban el aroma de James: una combinación de lavanda y Vetiver—. Me alegro de haberlo ayudado —alegó, renegando de tutearlo.

El favor al que este se refería había consistido en concertar de inmediato una cita con el doctor Moore, el mejor cirujano en cuanto a tratamientos dermatológicos, el cual estaba tratando las quemaduras que la actriz principal de la película había sufrido durante la grabación, en la que James había invertido una cantidad ingente de dinero. Y si bien Ginger era la responsable de la dirección de uno de los departamentos de maquillaje y peluquería de la productora Hudson, el mundo de la cirugía estética no le era ajeno.

—No —admitió James, zarandeando la testa; la gomina que le impregnaba los mechones se mantuvo intacta. La gruesa nuez en su garganta le raspaba y le dolía y, por ello, pensó en empinarse la bebida que nadaba en el vaso de ella. Vaya, él estaba tan duro, tan excitado, que, si Ginger le sirviera una copa, debería rebautizarla como James like a rock[4]—. No —insistió, tieso y preparado para soltarse como la cuerda de un arco. «Flssshhh…», silbaría la flecha acuñada con su prudencia para perderse en el espeso bosque de la locura.

—¿No? —repitió Ginger, descolocada. «¿No a qué?», pensó, inmóvil. Lo cortés y en absoluto adecuado sería invitarlo a una copa, empero, si era racional, tenía que sacarlo de su hogar. Adelantó un pie y el otro, aproximándose al señor Hudson, justo cuando él…

—No, no he venido hasta aquí a estas horas para decirte eso —reconoció James, girando el robusto cuerpo hacia ella; los dos quedaron ladeados con respecto la puerta.

Aprovechándose de su cercanía, le quitó la bebida y se la pimpló. Con la boca sabiéndole a soda malteada, hincó los talones de los lustrosos zapatos en el suelo, sobre todo por si Ginger le asestaba un nuevo bofetón. James pecaba de ser derrochador, algo alocado en cuanto a las apuestas y nada comedido en sus expresiones, sin embargo, detectaba ipso facto si provocaba deseo, y ella, la muy condenada, palpitaba por él.

—James… —En su tono iba implícita la advertencia. Ginger agarró el pomo de la puerta—. No puede ser. —Todo era demasiado complejo, demasiado retorcido, y se tornaba en un imposible por más que se esforzara en (mal) fingir la ausencia de pesar. Él se le antojaba como un sueño de juventud, irracional y apasionado; por ello, era primordial que su relación fuera estrictamente profesional y en especial por James, ya que ella estaba maldita, lo estaba incluso desde antes de mecerse en la cuna. Sus pezones, traicioneros, le picotearon la delgada tela de la bata, revelándose tentadores y, en consecuencia, ella apretó el bajo vientre, conteniendo la creciente excitación.

—Porque no eres suficiente mujer para mí, ¿no? —espetó James yendo a la yugular. Era un poeta sin talento y, además, su tintero estaba seco y las plumas yacían rotas y solo le restaba papel desnudo. Harto, desgastado y famélico de ella, sacudió la cabeza y la miró. Los azulados ojos le relampaguearon, lacónicos, y el hoyito en su mentón le horadaba la carne. Oía su corazón retumbándole en el pecho, igual que un pura sangre que se dejaba la vida en la carrera ignorando cuánto habían apostado por él—. Te he hecho una pregunta —bufó cuando Ginger viró el semblante, negándole la visión de sus armoniosas y preciosas facciones maquilladas con reminiscencias de los años 40.

—Por el amor de Dios, bien lo sabes —suspiró Ginger a disgusto. Apestaba a miedo, lo olía emergiéndole de los poros. El pasado estaba ahí detrás, en los bajos de su batín, y no quería rememorarlo ni mucho menos que James se lo mentara. Jaló del cinto y se ahorcó el deseo, volteó el pomo y, ante el clic del mecanismo de la puerta, se dispuso a abrirla.

—No tienes derecho a decidir por mí —ladró James, enseñando el nácar de los dientes. Zanqueó y golpeó el vaso seco de ebriedad sobre el mueble recibidor, al lado de los peces que no iban a ahogarse en el aguado whisky. El macizo y gualdo sello alrededor del dedo en el que le latía la vena amoris impedía que pudiera olvidarse de quién era, de dónde provenía; no obstante, eso le importaba lo mismo que un cheque sin fondos. No le echaba cuentas al pasado de Ginger salvo si ella lo empleaba como eterna excusa—. No lo tienes —aseveró, listo para la guerra. Belicoso, se zafó de la chaqueta, la arrojó al piso y, armado con un caliente Smith & Wesson[5] enfundado bajo la bragueta, marchó directo a Ginger.

Ella calló sin hacerle frente, amén a que había buscado al Altísimo en la iglesia, en los silencios y hasta en el eco de su propio llanto y jamás se le había aparecido; ¿a quién iba a suplicarle clemencia? Cerró los ojos y se hizo daño apretujando el tirador—. Márchate —pidió en un hilillo de voz truncado cuando James la aprehendió. Lo miró, corroída de sí misma, de su sufrimiento. Las ondas al agua se le desbordaron por la espalda y la redondez de los pechos asomó, descocándose el escote. Aupó las manos, sosteniéndose en la amplitud de los hombros de él, hendiendo las uñas en la impoluta y almidonada camisa. En medio suspiro, James la apuntaló contra la puerta y unas ganas filosas e incontrolables le apuñalaron la barriga.

El fulgor de las luces de la ciudad se concentraba en los cristalinos de Ginger, y James parpadeó, apoyando los pulgares en las comisuras de los labios carmín. Compartiendo hálito, pues los senos de ella hicieron tope con su torso, descendió las manos por el fino cuello hasta arribar al esternón, y de este bifurcaron a los temblorosos hombros; tiró de ellos hacia sí y fue inviable estar más unidos; en cualquier caso, a lo máximo que aspirarían era a vestir la misma piel… James la besó.

Ginger debía ponerle fin y, en cambio, gimió estrangulada por la cercanía y replegó los dedos, arrugándole la camisa. Llegada la mañana imputaría al alcohol, a la bronca voz de él y a su olor a hombre. Izó la cabeza y su respingona nariz friccionó la de James, inconsciente de las alargadas sombras que sus curvas pestañas creaban en los cincelados pómulos. No respondió al beso con un bofetón, sino que lo correspondió.

—Te quiero ahora y lamento… —esgarró James, encallado en la boca de ella, al tiempo que rehacía la travesía de hombros a esternón y de esternón a escote. Le acarició los pezones por encima de la seda y se regodeó siguiendo la convexidad de los pechos, sopesándolos. Interpuso espacio entre sus labios y los de Ginger, saboreando la tibieza de la saliva danzándole en la sinhueso—… que la cama esté demasiado lejos —afirmó, falaz. Descolgó las manos al cinto de la bata y fue a desasirlo.

—No… —murmulló Ginger, interpelando a la cordura de ambos y en especial a la suya. Arrió los párpados y lo miró, paralizada; el helador miedo le restó color a los iris y le congeló las pestañas, de las que pendieron carámbanos. Una vez que James hubiera desatado el batín, podían ocurrir dos cosas: que partiera o que permaneciera. Empero, un escenario u otro no auguraban nada bueno—. James… —vocalizó, pobre de disuasión. Su lacerante excitación le cosquilleaba en la barriga, próxima al ombligo.

James no medió ni mu, faltando a la invocación de su nombre; deshizo el nudo, agarrando en cada mano un extremo del cinto, y lo soltó. Coló diestra y siniestra por dentro de la bata, ascendió por el cuerpo de Ginger y empujó la seda. Retrocedió para contemplarla, mas no lo bastante como para que ella sintiera que el calor de su cuerpo la abandonaba.

Ginger, trémula y encumbrada por los taconcitos, quedó desnuda. La rotundidad de los senos[6] de pequeñas areolas sonrosadas y erectos guijarros en su centro se agitaba al compás de la veleidosa respiración y rompía olas en las costas del ombligo. Entre los muslos, se erigía la erección, montada en un par de lampiños testículos. Acobardada, rindió los brazos, que le cayeron a los flancos.

—Eres preciosa —concedió James en un resuello. ¿Quién negaría que Ginger era una mujer? De hecho, al recibir el chivatazo de que ella no había nacido fémina, no lo creyó. La forma en la que se movía, su habla, la iridiscente luz que irradiaba… Era pura gracilidad dispensada de ruda virilidad, a expensas de la entonces inhiesta verga—. Y tanto que lo eres —cabeceó él, asfixiado por la pajarita que le bailaba en el cuello. Engrilletándose la imperiosa necesidad de poseerla ahí, contra la puerta, extendió el brazo diestro y, con el reverso de los dedos, le rozó la comba de uno de los tibios senos. Más tarde, y conduciéndola a la cama de la que había apostatado no hacía mucho, daría rienda suelta a su pasión.

—¿Qué…? —murmuró Ginger. Desde que tuvo uso de razón se supo un fraude, un fantoche cuyo reflejo en el espejo no le correspondía. Todavía recordaba el titular del New York Daily News del 1 de diciembre de 1952: «Exsoldado se convierte en una belleza rubia[7]», y ella comprendió que ese era el rumbo. Años más tarde, la industria cinematográfica y sus submundos ejercieron de refugio en el cual se halló a sí misma. Las hormonas le habían dulcificado unas facciones de por sí armoniosas y musicalizado la voz, y el bisturí guiado por el firme pulso del doctor Epstein había hecho el resto, a excepción de una orquiectomía y una penectomía. Ginger no se había sometido a la mismas temiendo dejar de sentir. Por el amor del Cielo, había estado muerta en vida lo equivalente a una eternidad…—. ¿Qué has dicho? —insistió, incrédula. James era un galán y ella… Ella era un manojo de miedos astillados, de cicatrices y jirones. Los carámbanos de sus pestañas se le fundieron, desaguándose en las esquinas de los ojos.

—He dicho que eres preciosa —reiteró James, ejecutando la pajarita, dándole matarile al arrancársela del cuello. Trató de peor manera los botones de la camisa; se la quitó y, en el proceso, hizo rebotar a los enjoyados gemelos. Se desprendió de la camiseta interior y vistió piel. Vello renegrido y ensortijado le asperjaba los sólidos pectorales y se dispersaba sinuoso en los abdominales. Nadie que trabajara en la industria desconocía la homosexualidad o bisexualidad; era de lo más natural, y eso que se llevaba a escondidas. Pero, en su caso, ¿qué demonios iba a desterrar a la penumbra? Ginger era una mujer le pesara a quien le pesara, ¿por qué ocultar ni la más ínfima hebra del cabello de ella meciéndose en su torso? ¿Por qué derogar de su cuerpo el delicado perfume de esta?—. Shhh… —chistó, tomando a Ginger por la enjuta cadera al mismo tiempo que con la zurda envolvía el nacimiento de su enhiesta polla—. Déjame tenerte —le susurró, sobrevolándole la boca y masturbándola.

Ginger, recostando la coronilla en la madera, lo vio deshojándose, cambiando el paisaje por uno de arrolladora masculinidad y ardiente como un verano en East Egg. Ella estaba también tan excitada que no era capaz de pensar, de hacer nada que su ser no clamara. Bajo la atención de la zurda de James, perdió el control de sus caderas; la zurda se recreaba con su placer, comprimiendo y distendiendo la palma en torno al glande, estrujándole la revenada verga, extrayendo, en un principio, hilillos de deseo que a continuación se volvieron chorros que irrigaban dedos, pompones de los zapatos y alfombra. Su enfebrecida temperatura corporal le secó las lágrimas a media mejilla. Gimió, apretando los muslos, y encaramó las manos a los brazos de James, hincándole las aristas de los dedos en los antebrazos. El aire requerido por los instrumentos de viento de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles se le gastaba en los alvéolos, y la tintura de sus labios lucía emborronada en los de él, jugándose sus besos.

—Déjame atesorar tus orgasmos, coleccionarlos —dijo James, requiriéndole la boca, apropiándose de ella a la par que, con la mano diestra, le levantaba una pierna, fijándosela a sí. Le acarició el muslo y se embarrancó en la pomposa nalga. Ensañado en procurarle un orgasmo y testigo del brotar del presemen, aceleró el ritmo de la masturbación, oyendo el húmedo restallar de la piel y el borboteo del lácteo contenido de las pelotas rabiando por salir, acompasados por el corrillo gimoteante, filtrándose por algún resquicio de la unión de sus labios.

«Un amor imposible es el mejor amante», escuchó Ginger en el reverberar de su anubarrada mente las palabras que le confió aquella que dormía solo con unas gotas de Chanel N°5. Restregó los pechos en el torso de James, arañándoselo, y cerró los ojos… El esperma borbotó tallo arriba y ella, enrojecida como las colas de los peces que pirueteaban en la pecera, jadeó el clímax en la boca de él.

—Y ahora… —resolló James, bombeando la polla, ordeñando largos y níveos caños de simiente que le nevaban los dedos, el dorado sello, el abdomen y hasta parte del pecho. Admiró el hipnótico encanto de las transpiradas facciones de Ginger sucumbiendo al placer—. Tú vas a tenerme a mí —terminó, exhalando mientras ella se secaba. La sostuvo, acunándola en la paz posterior al orgasmo, siendo ancla para un barco a la deriva.

El tocadiscos saltó, mudo de música. Los cristales de la lámpara de araña los reflectaban y el olor a whisky y semen se enarboló en el ambiente…

—¿Me querrás todavía cuando no tenga nada más que mi dolorosa alma?[8] —logró articular Ginger, con la testa reclinada en él y fronteriza al retumbar de su corazón. No tenía fe, no tenía esperanzas en lo suyo y, por esa noche, le valía una mentira. Espasmódica y absurdamente excitada, dado su reciente orgasmo, gimió. Lo quería dentro de sí, embistiéndola, marcándola centímetro a centímetro, sintiendo el golpeteo de sus pelotas con las de él y colmándola. Sí, quería tenerlo para sí—. ¿Lo harás? —persistió, llegando a mirarlo a través del cortinaje de los párpados.

—Lo haré incluso más allá —juramentó James; la aupó y la recogió en su regazo,

miércoles, 22 de diciembre de 2021

ayudando a mamá


Ayudando a Mamá (1)
1. La Fiesta.
No me sorprendió para nada la separación de mis padres, era inminente, se podía oler en el ambiente tenso en el que vivíamos día a día. Hace tres semanas ellos me avisaron que ya no estarían más juntos, sinceramente para mí fue un gran alivio. Junto con el anuncio me pidieron que tomara una decisión muy importante, preferían que sea yo quien escoja ya que, al tener dieciocho años, me consideraban un adulto que podía escoger el rumbo de su vida. Debía elegir entre irme con mi papá y quedarme junto a mi mamá. Evalué las posibilidades: mi padre siempre fue un hombre serio y autoritario con un mal humor constante. Mi madre es todo lo contrario, una mujer bella y alegre que siempre te trata con afecto y simpatía, a veces llego a pensar que nada puede deprimirla. Luego de esto no me costó nada escoger, me quedaría con mi madre. La decisión no alegró para nada a mi papá; no sabía lo había desilusionado al no escogerlo, por el aprecio que me tenía, o si solamente pretendía mostrarle a mi madre que, además de la felicidad, podía arrebatarle a su hijo. De haber sido éstas sus verdaderas intenciones, las cuales, conociéndolo, no las dudo, no tuvo éxito.
Graciela, mi madre, se puso muy triste con la separación; pero intenté reconfortarla en una pequeña conversación que tuvimos, en la cual le dije que, desde mi punto de vista, ella era la mujer más hermosa del mundo, que apenas contaba con cuarenta y cuatro años y que tenía muchas posibilidades de encontrar a otro hombre que la hiciera feliz. Ella me reprochó que, como es mi madre no estaba siendo objetivo; sin embargo argumenté que siempre noto como los hombres la miran en la calle y se hipnotizan con su figura. Los atonta con su suave y alegre caminar. También le dije que soy consciente de que habrá mujeres mucho más bonitas, pero ella cuenta con atributos que suelen ser fijos en las fantasías masculinas: unos pechos grandes y exuberantes; una buena cintura; excelentes piernas; un cabello es largo y ondulado, de color castaño oscuro y su piel es tan blanca como la porcelana, lo cual le ayuda a disimular muy bien las arrugas. Ella se rio cuando mencioné las inevitables marcas de la edad, pero le dije que sólo lo hacía para que entienda que eso no le quitaba atractivo, en absoluto. Le dije que a mí me hubiera gustado heredar una piel tan tersa como la suya, pero en cambio la tengo algo más oscura y reseca, igual que la de mi padre.
-Sos un buen chico, Nicolás –me dijo acariciando mi mano-, agradezco mucho tus palabras; pero no te preocupes por mí, no es tu responsabilidad. Una separación puede ser muy dura, pero ya voy a lograr superarla.
Decidí dejar el tema allí, no quería presionarla mucho y, además, no me sentía tan cómodo hablando sobre eso con mi madre.
Estábamos habituándonos a nuestra nueva vida intentando mantenernos alegres, haciendo chistes a cada rato y sonriendo constantemente, como para no darle el gusto a mi padre de amargarnos la vida. La situación era un tanto forzada; pero todo marchaba de maravilla, hasta que un día, cuando estaba a punto de entrar a la cocina para prepararme un vaso de leche con chocolate, oí a mi madre conversando con otra persona. Me detuve antes de entrar, para escuchar lo que decían. Supe que la otra persona era Zulma, una vieja amiga de Graciela.
-Estuvo engañándome muchos años –decía mi madre; la pena en su voz resultaba evidente-. Siempre fui tan estúpida como para no verlo. Lo que más rabia me da es que todo el tiempo le fui fiel y viví esclavizada por él, siento que se robó los mejores años de mi vida. Hay tantas cosas que podría haber hecho si no hubiera estado casada con él… ahora ese tren ya se me fue.
-Eso no es cierto, Graciela -la consoló su amiga-, todavía sos joven y muy hermosa, lo importante es que ya lo sacaste de tu vida. Ahora sos libre.
-No lo sé… hay tantas cosas que quisiera hacer… que siempre quise hacer, pero por culpa de ese desgraciado no pude –repitió; me apenaba que eso la afectara tanto.
-Ahora podés hacerlas, no dejes que nada te lo impida. Nadie te va a juzgar, mucho menos yo, que soy tu amiga…
No escuché más de la conversación, fui hasta mi cuarto, me acosté en la cama y me quedé pensando en lo que mi madre había dicho. Me dolía mucho verla en ese estado, su radiante y estival forma de ser parecía esfumarse de a poco. Comprendí por qué me parecía tan forzada su risa durante estos últimos días y me percaté de que cada vez le costaba más sonreír y ya no caminaba de forma tan altanera. No quería ver a mi madre sufrir de esa forma, la quería demasiado y me molestaba que estuviera así, por culpa de mi padre. Hasta yo había tenido muchas discusiones con ese hombre huraño, ni siquiera podía hacerme una clara idea de lo que tuvo que tolerar durante tantos años mi mamá al estar casada con él.
Me propuse alcanzar una meta: ver a mi madre feliz. No sabía cómo hacerlo, pero algo se me ocurriría.
Estuve todo un día pensando en qué podía hacer para alegrarla, hasta que se me ocurrió una idea muy buena. Busqué a mi madre y la encontré sentada en el sillón de la sala a punto de encender el televisor.
-Mamá ¿qué te parece si organizamos una fiesta acá, en casa? –le dije sin preámbulos; ella me miró sin comprenderme-. No tiene que ser algo muy grande, sólo una reunión con amigos y algunos parientes, para celebrar que estamos viviendo solos y tranquilos -cuando dije estas palabras se dibujó una amplia sonrisa en su rostro. Al parecer había dado en el clavo.
-Me gusta la idea, antes nunca podíamos hacer fiestas, porque a tu padre le molestaban. Él odiaba tener invitados hasta tarde, pero ahora podemos hacer lo que queramos. ¿Me vas a ayudar a organizar todo? Como bien dijiste, no tiene que ser algo muy grande; pero no por eso va a ser menos divertido.
Así fue que pusimos el plan en marcha, avisamos a un pequeño grupo de gente que incluía algunos vecinos, amigos y parientes cercanos. Compramos comida y bebidas. Arreglamos la casa, eso nos llevo tiempo, ya que es muy grande. La dejamos impecable para la gran noche. Decidimos realizar la fiesta un sábado, así todos podrían asistir.
La hora de inicio se acercaba y la primera en llegar fue Zulma, la amiga de mi madre, quien vino acompañada de una mujer rubia, muy bonita, a quien yo no conocía. De a poco la casa comenzó a llenarse de gente. Mi prima Naty era la única persona de mi edad. Ella es una chica muy delgada y alta, con una carita muy bonita; no tiene mal cuerpo, pero su verdadera belleza reside en su rostro. También concurrió Luis, un vecino nuestro que tiene la costumbre de piropear a mi madre cuando la ve en la calle; ella no hace mucho caso a estos halagos y sólo le responde con una sonrisa. Mi padre nunca se enteró de estos atrevimientos, de lo contrario hubiera puesto el grito en el cielo. Noté que Luis no era el único que miraba a mi madre esa noche, estaba realmente bonita. Llevaba un amplio y ajustado escote en su blusa y una pollera blanca floreada, sencilla pero muy linda.
La reunión comenzó sin inconvenientes, todos parecían estar cómodos y alegres. Mi prima, en cambio, no hablaba casi con nadie, se dedicaba sólo a tomar cerveza. Se me hacía un poco extraño ver una chica tan delgada tomando tanta cantidad, pero parecía no tener fondo.
Cuando fui hasta la cocina a buscar más bebidas descubrí a Luis muy cerca de mi madre. Ella estaba poniendo bocaditos en una bandeja mientras él le hablaba al oído y con una mano le tocaba la cola por arriba de la pollera. Me alejé de allí antes de que notaran mi presencia. Me dio un poco de celos la escena, podía entender que él piropeara a mi madre; pero no me cabía en la cabeza cómo ella podía permitir que él la tocara de esa forma, no era un hombre de su nivel. Ella es una mujer dulce, hermosa, tierna… él es todo lo contrario, feo, calvo, panzón, brusco, bestia, y un montón de adjetivos descalificativos más que lo alejaban drásticamente de la liga en la que mi madre jugaba. Apreté los dientes recordando cómo él deslizaba su rústica mano por la suave y contorneada cola de mi madre y cómo ella sonreía tranquilamente.
No aguanté la incertidumbre y volví sobre mis pasos. Espié una vez más hacia la cocina, refugiándome detrás del marco de la puerta. Ellos aún seguían uno junto al otro, al principio me había dado la impresión de que Luis susurraba frases guarras, pero escuchando atentamente me di cuenta que le comentaba lo linda que estaba la casa. Mi madre agradecía el cumplido y sonreía colocando uno a uno los pequeños bocaditos salados en la amplia bandeja plateada. Hacía caso omiso a esa mano de dedos nudosos que ahora presionaba levemente una de sus nalgas, parecía como si el tipo estuviera midiendo el aire dentro de un neumático. Apreté los puños cuando noté que arrimaba su bulto contra la otra nalga. La sonrisa del hombre calvo era completamente lujuriosa, estuve a punto de gritarle que soltara a mi madre pero de pronto escuché una risita femenina, como de adolescente siendo cortejada y tuve que admitir que era la primera vez que veía realmente alegre a mi madre desde que mi padre se marchó. No sería correcto arruinarle la diversión, sería muy egoísta de mi parte. Cuando Graciela dijo que los bocaditos estaban listos me alejé de la cocina y a los pocos segundos los vi salir como si nada hubiera pasado.
Más tarde, cuando la mayoría estaban sentados alrededor de la mesa noté que mi tío, el marido de la hermana de mi mamá, estaba sentado junto ella. Me acerqué cautelosamente y me coloqué de pie, justo detrás de ellos, con la espalda apoyada contra la pared. Ninguno reparó en mi presencia, observé dando leves sorbos a un vaso de cerveza. Pude ver que la mano de mi tío estaba posada sobre el muslo de mi madre y que, de ese mismo lado, la pollera estaba algo levantada. A Graciela parecía no importarle eso, seguía charlando con todos como si nada. Aparentemente el único que no comprendía nada, era yo.
¿Por qué mi tío se propasaba de esa forma con su cuñada, teniendo a su esposa sentada a pocos metros de ellos? Y lo que era más incomprensible aún, ¿por qué mi mamá no le decía nada ni lo apartaba?
La mano viajaba lentamente por el suave muslo, ella ni se inmutó. La pollera subía lentamente arrastrada por esos impertinentes dedos. Miré hacia la izquierda, mi tía no se había percatado de lo que ocurría, hablaba con una señora con total tranquilidad. Tuve que moverme un poco hacia un lado para ver mejor lo que ocurría entre las piernas de mi progenitora. Allí fue cuando mi tío metió la mano en su entrepierna. Pensé que hasta ahí llegaría la tolerancia de Graciela, pero ella siguió charlando con los presentes como si nada pasara, es más, hasta separó un poco más las piernas.
Era muy extraño ver a mi tío tocando impunemente a mi mamá estando tan cerca de su esposa… ¡y de su hija! Sin embargo nadie, además de mí, parecía notar lo que ocurría ya que los impertinentes toqueteos quedaban ocultos bajo la mesa. La mano se movía lentamente, yo sólo podía imaginarme lo que ocurría, seguramente le estaba acariciando la vagina por arriba de la ropa interior. Eso me produjo una extraña sensación, una mezcla de bronca con excitación. Por un lado tenía ganas de golpear a mi tío y por el otro quería que siguiera, que se atreviera a más. Noté que las mejillas de mi madre se estaban tornando rojizas. De pronto dio un pequeño saltito, casi imperceptible, podría significar cualquier cosa para los invitados que la observaban, pero yo tenía sospechas de lo que pudo haber ocurrido. Tal vez mi tío tocó debajo de la ropa interior… o bien llegó más lejos y logró introducir un dedo en la vagina de Graciela. De inmediato imaginé la zona intima de mi madre, nunca la había visto, por lo que eran puras conjeturas; pero podía ver claramente la imagen de un dedo deslizándose suavemente hacia el interior de una vulva humedecida por la excitación. Mi pene dio un respingo y me puse inquieto, me moví rápido para que nadie lo notara pero esto asustó a mi tío, quien retiró la mano con mucho disimulo.
Como estaban sucediendo cosas extrañas decidí espiar a mi madre todo el tiempo que me fuera posible, sin que ella lo notara. Cuando ella fue hasta la cocina, a buscar más cervezas, la seguí manteniendo la distancia y pude ver a otro hombre, al cual no conocía, aprovechando un corto tiempo a solas con mi mamá. Él se acercó a ella por detrás y le tocó la cola con una mano, extendió la otra y le agarró una teta, estrujándola entre sus dedos. Me quedé boquiabierto, pero fue algo rápido, de pocos segundos. Mi mamá sonrió restándole importancia al asunto. El tipo hizo un comentario refiriéndose a lo bien dotada que estaba y se alejó.
Pasados varios minutos vi que Graciela se dirigía al baño, pero cuando llegó la luz ya estaba encendida, de todas formas entró. Esto me sorprendió mucho, ¿por qué entraría al baño sabiendo que está ocupado? Me asomé con cautela. Como la puerta quedó entreabierta pude ver que la persona que ya estaba adentro era la mujer rubia, amiga de Zulma. Eso lo explicaba todo, las mujeres solían ir juntas al baño, vaya uno a saber por qué motivo. Las dos estaban maquillándose mientras se miraban al espejo, mi mamá estaba inclinada hacia adelante pintándose los labios con cuidado, el color que usaba era suave, le otorgaba un leve brillo a su linda boca pero no la hacía lucir extravagante.
Estaba a punto de retirarme, creyendo que no vería nada interesante allí; pero de repente vi que la rubia metía su mano debajo de la pollera de mi madre. Se me paralizó el corazón, eso no me lo esperaba.
Mi mamá, como venía haciendo hasta el momento, no dijo nada. Su pollera se levantaba lentamente y la mano se perdía debajo de ella. Escuché a mi madre emitiendo un ahogado quejido, pero no dejó de pintarse con el lápiz labial. Por la tela de la pollera no podía ver lo que ocurría pero por los movimientos de la mano, podía imaginármelo. Graciela se inclinó un poco más hacia adelante separando sus piernas al mismo tiempo que se espolvoreaba las mejillas. No importaba que esa mujer fuera mi propia madre, eso era un acto lésbico, de hecho era la situación más lésbica que había visto en persona en mis dieciocho años de vida. Mi pene se puso duro en un segundo, se paró tan rápido que me sorprendió a mí mismo. La espectacular rubia, de boca carnosa y nariz respingada, seguía colándole los dedos mientras le decía halagos al oído. Tenía mucho miedo de que alguna de ellas notara mi presencia reflejada en el espejo, pero el pasillo estaba oscuro y era difícil que distinguieran mi figura. Sin embargo casi me da un infarto cuando mi madre se volteó.
Logré tranquilizarme un poco cuando ella se detuvo mirando fijamente a la mujer de apretado vestido y cabellos dorados. La verga me dio un salto al ver lo que ocurrió a continuación. Graciela prácticamente se abalanzó sobre ella y la besó con una pasión totalmente desconocida para mí. Nunca había visto que besara a mi padre de esa forma y allí estaba comiéndole la boca… ¡a una mujer! La rubia le respondía besándola con la misma intensidad. Estaban abrazadas y parecían adolescentes en celo. Sus bocas luchaban la una contra la otra y podía ver cómo, ocasionalmente, se daban leves mordidas en los labios. ¿Qué carajo estaba ocurriendo con mi madre?
Miré para ambos lados en el pasillo y, como no vi a nadie, saqué la verga del pantalón, comencé a tocarme suavemente cuando en ese momento mi mamá subía la apuesta .Se puso de rodillas en el suelo y levantó el corto y ajustado vestido de la rubia, ella ni siquiera llevaba ropa interior. Pude ver una conchita bronceada y completamente depilada. “¿Mamá no iras a…?” me preguntaba mentalmente cuando la respuesta se hizo evidente. Graciela dio un nuevo beso apasionado, aunque esta vez lo hizo sobre los labios inferiores de la rubia. Nunca hubiera sospechado que mi madre tuviera inclinaciones lésbicas, pero mis ojos no mentían, allí estaba ella, chupando una concha con muchas ganas. Podía escucharla intentando respirar sin dejar de lamer. La lengua abandonaba su boca para encontrarse con los pequeños labios vaginales de la rubia. Luego, viscosos ruidos de succión me hicieron comprender que mi mamá le estaba chupando intensamente el clítoris. Yo estaba como loco, tenía ganas de meterme al baño y penetrar a esa monumental rubia que gemía suavemente mientras le practicaban sexo oral con devoción.
¡Qué linda si veía mi madre en esa posición! Debía admitirlo. Giraba su cabeza de un lado a otro frenéticamente, perdiéndose entre los muslos de su compañera y absorbiendo todos esos jugos. En ese momento descubrí… o mejor dicho, fui consciente de que las madres también se masturban. Metió su mano derecha debajo de su pollera y comenzó a toquetearse vigorosamente. Nunca se me olvidó que ella era mi progenitora, pero estaba muy caliente y me hubiera encantado ver esos deditos sacudiendo su clítoris o hincándose en su agujerito, me avergoncé por pensar esas cosas, pero la escena era demasiado fuerte para mí, no lo podía evitar.
La escena cambió completamente cuando Graciela se puso de pie y la rubia dio media vuelta apoyando las manos contra la pared, como tenía el vestido levantado pude ver su redondo y macizo culito. Los dedos de mi madre toquetearon la mojada concha, pensé que ahora se los metería pero en lugar de eso los introdujo por el asterisco. El culito de la impactante rubia se abrió dejando pasar un dedo mientras ambas mujeres se buscaban con la boca. Se besaron como pudieron y otro dedito se clavó por detrás. Ese culo debía tener experiencia en sexo anal, ya que los dedos entraban y salían con mucha facilidad. Los gemidos de la mujer se perdían dentro de la boca de mi progenitora.
Tuve que volver bruscamente a la realidad cuando escuché un ruido en un pasillo, era como si alguien hubiera tropezado contra una de las lámparas de pie u otro adorno. Guardé mi miembro apresuradamente y en cuanto volví a mirar a mi madre, me encontré con que ya estaba retirando los dedos del culo de la rubia.
Salí corriendo hacia mi cuarto, intentando no emitir el menor ruido, temeroso de haber sido descubierto. No supe qué o quién chocó contra la lámpara pero eso era lo que menos me importaba. Me tendí boca abajo sobre mi cama, hundiendo mi cara contra la almohada. Tenía el corazón acelerado y me dolía la verga al quedar aplastada entre mi cuerpo y el colchón, pero a la vez era una sensación placentera. No podía creerlo, había visto a mi propia madre teniendo relaciones sexuales con otra mujer. Mi cabeza daba vueltas y miles de ideas colisionaban entre sí. Creí que me volvería loco. ¿Por cuánto tiempo ella había reprimido fantasías lésbicas? ¿Sería ese el motivo de separación con mi padre? Tal vez a ella siempre le gustaron las mujeres y se había casado con él sólo para evitar el rechazo de la gente. No quería hacerme una idea equivocada así que decidí no darle tantas vueltas al asunto… al menos no por ahora.
Me llevó unos minutos reponerme de la impactante escena. Regresé a la fiesta para que nadie sospechara. Encontré a mi prima algo aislada en la mesa y con las mejillas rojas por todo el alcohol consumido. Me senté junto a ella e intenté charlar, pero sólo podía pensar en lo que había visto. Naty decía incoherencias y se reía como boba, aparentemente la cerveza le había afectado. Luego de unos minutos advertí que mi madre no estaba por ningún lado, así que me puse de pié para buscarla. Si algo más estaba ocurriendo debía saberlo.
Primero fui hasta su cuarto, pero allí no había nadie. Seguí deambulando y pensando dónde podría estar hasta que la vi entrando al cuarto de lavado. Esta vez cerró la puerta tras de sí. Era obvio que no estaría sola allí dentro, no iba a ponerse a lavar ropa en medio de una fiesta. Pensé rápido y corrí hasta el patio de la casa, allí había una pequeña ventana que daba al lavadero desde la cual podía observar lo que pasaba adentro. Como la noche era cerrada y muy oscura era muy difícil que me vieran. Además las tupidas plantas me ayudaban a ocultar mi silueta. Me asomé sin saber lo que iba a ver y lo que vi superó por mucho mis expectativas. Allí estaba Graciela inclinada sobre el lavarropas apoyada sobre sus grandes pechos. Detrás de ella, moviéndose frenéticamente, se encontraba Luis, nuestro vecino. Me preguntaba cuántas veces ese desgraciado había fantaseado con cogerla y ahora lo estaba haciendo. Ella tenía los ojos cerrados y la boca abierta en evidente señal de placer. Con cada embestida del tipo, el cuerpo de mi madre se sacudía hacia adelante, como yo la veía de frete no podía ver cómo la penetraban, pero por los movimientos de ambos sabía que ella lo estaba disfrutando y que esa verga entraba y salía rápidamente. Nunca pensé que mi madre se dejara coger tan fácilmente. Se me puso rígido el pene otra vez y comencé a tocarme inconscientemente por arriba del pantalón.
La escena era verdaderamente morbosa, no sólo porque estaba viendo cómo se cogían a mi mamá, sino por quién lo hacía, un tipo brusco, desalineado… que nada tenía que ver con la delicadeza femenina de mi madre. Admito que me producía celos ver cómo él disfrutaba de esa conchita, pero al mismo tiempo ese contraste que había entre ellos me resultaba excitante.
Pude escuchar los leves gemidos de mi madre mientras Luis aceleraba sus movimientos y le apretaba las tetas, las sacó del escote y pude ver sus oscuros pezones que contrastaban con la pálida piel. Sus tetas parecían inflarse como globos mientras toscos dedos las estrujaban con fuerza.
-¿Viste putita? Te dije mil veces que cogía mejor que el boludo de tu ex marido -dijo el hombre calvo con voz ronca-. Yo sabía que algún día ibas a entregar -a mi madre parecía no molestarle para nada el vulgar lenguaje de su vecino, al contrario, parecía estimularla más; se aferraba con fuerza al lavarropas y éste se sacudía bajo el peso de los dos-. Tenés la conchita muy apretada mamita, te hacía falta un buen pedazo de carne -las embestidas se hicieron más fuertes; mi madre resoplaba apretando los dientes y de vez en cuando dejaba escapar un gemido de placer- ¿Te creés que no me daba cuenta de cómo se te iluminaban los ojitos cuando te decía que te iba a romper ese culito respingado? -Me preguntaba cuándo le había dicho esas cosas a mi madre, ella emitió un quejido diciendo: “¡Ay, sí!”.
Jamás se me había cruzado por la cabeza imaginar qué posibles muecas haría mi madre cuando la cogían, o las cosas que ella podría llegar a decir. Me dejaba estupefacto ver cómo aceptaba y parecía disfrutar del lenguaje soez y el trato brusco. Luis se detuvo repentinamente, me dio la impresión de que acomodaba su verga usando una mano.
-No, por la cola no -dijo mi madre entre jadeos.
-Dijiste que querías probar cosas nuevas.
-Sí, lo sé; pero eso por ahora no… otro día la entrego sin problemas.
-Está bien, entonces haceme un pete –dijo Luis quejándose porque ella no había accedido.
-No, cogeme –casi le suplicaba, mi madre estaba desesperada porque se la metieran.
-Yo te cojo mamita, pero si después te tomás la lechita –pensé que ella se ofendería con esa petición.
-Me la tomo toda, pero cogeme.
Él le levantó la pollera dejando la blanca cola de mi madre a la vista, pude ver un grueso tronco marrón oscuro asomándose por detrás, no podía ver la concha de mi madre pero era obvio que el pene era grande y que ya estaba entrando y saliendo otra vez. A los pocos segundos escuché su respiración acelerándose.
-A ver putita, mostrame cómo acabás –dijo el tosco hombre mientras la clavaba con furia. Los gemidos de mi madre se incrementaron y supe que estaba teniendo un orgasmo, yo mantenía la verga dura en mi mano y no podía dejar de tocarme al escuchar tal expresión de placer. Gemía con dulzura, como si hubiera sido desvirgada recientemente- cómo te gusta la pija, puta… -Luis tenía razón, ella sí parecía muy puta en esa situación- ahora te la vas a comer toda.
Mi madre dio media vuelta y se arrodilló sin esperar un segundo, acercó el grueso pene de Luis a su boca y lo apresó entre sus carnosos labios. Comenzó a mamarlo mientras con las manos se amasaba las tetas. Parecía gustarle mucho chuparla porque lo hacía cada vez con más rapidez y emitiendo sonidos guturales, como si se estuviera ahogando. Sacudía su cabeza de atrás hacia adelante con ímpetu hasta que sacó la verga de su boca y comenzó a masturbarlo con la mano. Un chorro de semen brotó violentamente y ella lo recibió con la boca bien abierta. Lamió la punta de la verga con lujuria mientras la leche seguía brotando, se estaba tragando la mayor parte y el resto caía sobre su mentón. No paraba de chupar, me parecía que ya había exprimido hasta la última gota, luego se la tragó casi completa mientras el espeso semen se escurría por su cara.
-Así te vas a convertir en la petera del barrio –aseguró Luis. Era la primera vez que asociaba a mi madre con la palabra “petera”. Me produjo una culposa excitación. Al fin se detuvo y se puso de pie. En ese momento el tipo le agarró la cola por arriba de la pollera- ese culito no se va a salvar, te lo voy a dejar bien abierto –a mi madre pareció gustarle la idea porque entrecerró los ojos y se mordió el labio inferior, aún había semen en sus labios.
Mientras se limpiaba usando un trapo aproveché para entrar a la casa. Entré a mi cuarto, no quería ir a donde estaba la gente porque todavía tenía la verga muy dura, amenazando con romper mi pantalón. Comencé a caminar de un lado a otro, como una fiera enjaulada, pensando en todo lo que había visto, al parecer mi madre estaba recuperando el tiempo perdido… sin perder nada más de tiempo. Caí en la cuenta de que ella quería probar cosas nuevas, sexo lésbico, anal, dejarse coger por vecinos maleducados… y vaya a saber cuántas otras cosas más. Eso me generaba sentimientos opuestos. Quería verla feliz, pero verla haciendo todo eso me dejaba un vacío muy extraño e incómodo en la boca del estómago. Estuve varios minutos dando vueltas por todo el cuarto, el tiempo se movía de forma muy extraña, a veces parecía detenerse y me ponía ansioso; luego mi mente se llenaba con las imágenes de mi madre cogiendo con Luis o con la rubia del baño y el tiempo parecía acelerarse. De pronto la puerta de mi cuarto se abrió, me sobresalté, la sensación de culpa me decía que mi madre venía a reprenderme por estar espiándola; pero en su lugar vi a mi prima Naty asomándose a mi cuarto, cerró la puerta nuevamente y me miró con cara de borracha.
-La fiesta ya me aburrió, hay puros viejos y mi papá no me deja tomar más –bajó su mirada y la fijó sobre mi pantalón-. Primo, se te paró la verga, ¿en qué habrás estado pensando? –dijo con una sonrisa perversa.
No sabía cómo responderle, estaba completamente avergonzado, pero ella reaccionó de forma extraña. Se acercó a mí lentamente y se puso de rodillas, yo la miraba incrédulo. De un tirón me bajó el pantalón y mi verga se elevó como un resorte dando contra su cara. Una risita de borracha inundó la habitación. Me dio un leve mordisco en el glande y abrió grande su boca, se metió sólo una pequeña parte y comenzó a succionar, su boca estaba calentita y húmeda, era la primera vez que me la chupaban. No tenía idea de que se sentiría tan bien. Tenía el presentimiento de que ella aspiraría toda mi vida por la punta de mi manguera. Me dio tanto placer que casi acabo en menos de un minuto; sin embargo logré contenerme y como ella no se metía toda la verga en la boca, la agarré por la cabeza y la empujé hacia mí obligándola a tragarla completa. Naty parecía tener experiencia en esto, su lengua se movía para todos lados y me daba fuertes chupones. No pude evitar sonreír ante la idea de que mi primita me estaba haciendo un pete. Al parecer los rumores eran ciertos, la nena era bastante putita. Varios de mis amigos afirmaban que ella les había chupado la verga en algún momento, no es que desconfiara de mis amigos, pero al tenerla de rodillas ante mí, comiéndose todo mi pedazo, ya no me quedaban dudas, tenía la fama de petera muy bien ganada.
Lo estaba disfrutando plenamente cuando de repente la puerta se abrió otra vez. Me quedé helado, esta vez sí era mi madre, estaba parada en el umbral, mirándome fijamente. En su rostro pude ver asombro, pero no había rastros de enojo o rabia. Naty dejó de chupármela de inmediato y giró su cabeza para mirar a la recién llegada.
-Hola tía -la saludó con voz perezosa- ¿querés que te la chupe a vos también? –se oyó como una completa borracha.
-No querida, gracias; por ahora no -me llamó la atención ese “por ahora…”-. Tu mamá te está esperando en la puerta, ya se fueron todos. Te recomiendo que hagas lo mismo antes de que ella venga a buscarte.
-Ok, lo seguimos otro día, primito -me dedicó una extraña mueca que quería ser una sonrisa, luego se puso de pié como pudo y salió del cuarto tambaleándose.
Permanecí de pie, en el mismo lugar, mirando a los ojos de mi madre, ella no parecía estar acusándome de nada; sin embargo me avergonzaba mucho haber sido sorprendido en esa situación.
-Eh… mamá… yo… este -comencé a balbucear.
-Está bien, hijo, no necesito que me des explicaciones. Me imaginé que esto podía pasar algún día.
-¿De verdad? -La miré intrigado- No fui yo… fue ella –me defendí.
-Te creo. Conozco bien a tu prima, es bastante ligerita para estas cosas. Aparentemente tu tía no se da cuenta, pero a la nena ya se la pasaron unos cuantos. Al menos vos le diste algo grande para comer a esa putita -dijo sonriendo señalando mi verga que seguía completamente dura, hice un además de cubrirme, noté que ella también estaba bastante afectada por el alcohol–. Está bien Nicolás, ni que fuese la primera vez que te veo el pitulín -a pesar de que se trataba de mi madre no podía quitar de mi cabeza las imágenes de sus actuaciones en esta noche tan extraña- Estoy agotada –dijo desperezándose; caminó en zigzag hasta mi cama y se recostó sobre ella dejando los brazos extendidos por encima de su cabeza-, pero valió la pena. Todo salió muy bien.
-Así es, fue una linda fiesta. ¿Te gustó?
-Sí, me encantó, superó completamente mis expectativas –“Ya lo creo”, pensaba yo, “Te comiste una mina y te cogió el pelado de al lado”. Intenté sacar el tema cautelosamente.
-Me di cuenta de que varios tipos te miraban mucho, eras el centro de atención –no pensaba decirle que vi como Luis se la cogía o cómo le chupó la concha a la rubia.
-Sí, yo también lo noté. Hacía mucho que no me sentía tan… -“¿Puta?”, pensé- …deseada. Espero que no te haya molestado.
-No, para nada. Me gusta verte feliz –eso era cierto, aunque los celos me comieran las entrañas, lo que más me importaba era que ella estuviera contenta.
-Creo que eso puede ayudarme a afrontar más rápido la separación con tu padre. La verdad es que la pasé muy bien, y se ve que vos también –miró hacia mi pene erecto con media sonrisa en sus labios-, aunque esta chica te dejó con la calentura. Perdón por interrumpir, no sabía que estaban haciendo eso.
-Perdón mamá, de verdad –seguía estando muy avergonzado.
-No seas tonto Nico. De haber sabido que te la estaba chupando, hubiera entretenido a los padres de tu prima un rato –mi verga seguía bien dura y apuntaba hacia ella–. No te pongas colorado, sonso, es normal estar así. A mí también me dejaron con la temperatura elevada por tanta mirada y toqueteo.
-¿Toqueteo? ¿Quién te tocó? –sabía que más de uno lo había hecho, y que los “toqueteos” habían sido mucho más que eso, pero quería escuchar lo que ella tenía para decirme al respecto.
-Vení, sentate -me dijo haciéndome un lugar a su lado. Me senté apoyando mi espalda contra el respaldar de la cama, mi madre quedó a mi izquierda con la cabeza a pocos centímetros de mi pene, me sentí un poco incómodo al estar tan cerca suyo con mi miembro aún erecto; pero no podía hacer que bajara, al contrario, cada vez que recordaba lo ocurrido, mi verga se vigorizaba-. ¿Viste que estaba Carlos? –Me preguntó, ella hablaba de uno de nuestros vecinos, me sorprendió que lo nombrara porque creí que mencionaría a Luis, de todas formas asentí con la cabeza –hace un ratito, nada más, me paró cuando estaba por salir del baño. Ahí fue cuando me tocó.
-¿Cómo fue que te tocó? –le pregunté intrigado puesto que a eso no lo había visto.
-Bueno… Creo que no hay nada de malo en que te lo cuente, al fin y al cabo ya sos grande y estamos en confianza. Además, te la debo por haber interrumpido –el esbelto cuerpo de mi madre se dibujaba sutilmente bajo su ropa, instintivamente agarré mi verga y ella vio el gesto perfectamente, pero no dijo nada al respecto- Te cuento… Carlos se paró delante de mí, en la puerta del baño, y sin darme tiempo a nada me metió la mano debajo de la pollera. Ya te imaginarás lo que buscaba –me dedicó una sonrisita pícara sin dejar de mirar hacia mi aparato.
-¿Y lo encontró? –inconscientemente había comenzado a manosear mi masculinidad.
-Sí, claro… y no le costó nada porque hoy no me puse bombacha –me costaba imaginar que mi madre estuviera desnuda debajo de esa fina pollera, automáticamente miré hacia la zona de su pubis pero no pude distinguir nada; pensé en las manos de mi tío, hurgando en su intimidad, él seguramente había podido tocar toda la vagina a gusto… ya no me cabía ninguna duda, él le había metido un dedo, por eso ella se sobresaltó-. Primero me toco por afuera, pensé que de ahí no iba a pasar, por eso no le dije nada.
-¿No te molestó que te toque? –ella me contaba todo con lujo de detalles y eso me calentaba más, ya podía ver gotitas emergiendo lentamente de mi pene.
-Ahora que estoy soltera, no. Al contrario, me gusta que me tomen por sorpresa.
-¿Y vos que hiciste? –mi interés crecía a cada momento.
-Este… mejor no te cuento, sino vas a pensar mal de tu madre –mordió levemente su labio inferior.
-No, de verdad que no, vos sos libre de comportarte como te guste y me alegra que estés disfrutando de tu nueva vida, por culpa de papá te privaste de mucho.
-Gracias, hijo –me dijo con una amplia sonrisa–, está bien, te sigo contando. Cuando Carlos me tocó, subí una de mis piernas al inodoro, como para… invitarlo a pasar -noté una mirada cómplice en su rostro–. Y bueno, ahí me metió los dedos, pero con delicadeza, sabía cómo tratar a una mujer. Pude ver que la tenía parada, se le notaba mucho. Al principio no iba a hacer nada, pero al final me decidí y se la toqué… pero por arriba del pantalón –ella comenzó a acariciar lentamente su entrepierna por encima de la pollera, yo movía más rápido mi mano sobre el pene pero no hacía el clásico movimiento de masturbación, para no ser tan evidente-. Me estaba emocionando con el toqueteo así que le abrí la bragueta. Tenía un buen “amiguito”, verlo me provocaba. Tenía muchas ganas de… este… ¿cómo te lo digo? –hizo una breve pausa-. De chupársela. ¿Para qué andar con rodeos? Vos sabés muy bien lo que es eso. Creo que me gusta mucho… sentir un… pene en la boca –ella se acariciaba con menos disimulo y tenía las piernas algo separadas, el vestido se le había subido un poco, lo que me permitía ver un poco más sus piernas. Entrecerró sus ojos.
-¿Y se la chupaste?
Disimuladamente humedecí la punta de mi verga con saliva y proseguí a masturbarme, pero lentamente, mientras adivinaba el contorno de su entrepierna cuando ella hundía sus dedos en la tela del vestido. La escuché gemir y el miembro se me puso duro al máximo repentinamente. La vi sacudir lentamente su cabeza de un lado a otro, no sabía si estaba tan caliente como yo o se debía a alcohol. Lo más probable es que fuera una mezcla de ambas cosas.
-Bueno… no me aguanté, me agaché y se la agarré fuerte con una mano. Cuando la tuve ahí delante me la puse en la boca. Sólo le chupé un poquito la punta, la tenía muy seca… pero seguí chupándola hasta que se la dejé bien húmeda… ¡uf, que rica que estaba! –ella parecía olvidar que estaba hablando con su propio hijo. Con su mano libre comenzó a tocarse las tetas, metiendo los dedos debajo de la ropa, sus pechos se iban asomando cada vez más hasta que pude ver sus oscuros pezones frente a mis ojos. Giró su cabeza hacia mí y miró fijamente mi verga-. En cualquier momento eso te va a explotar, Nico –no pude apartar la mirada de esas tetas asomándose de forma impertinente.
-Pe… perdón –caí momentáneamente a la realidad-. No me di cuenta.
-No, hijo, está bien. Mejor seguí hasta que largues todo, no es bueno que lo retengas tanto, sino después te van a doler los testículos… Además yo también estoy a punto de explotar… yo también necesito descargar de vez en cuando.
Se levantó completamente la pollera y pude ver una línea de pelitos del ancho de dos dedos que se dirigía justo a su clítoris, desde mi posición podía ver los voluptuosos labios vaginales y ese botoncito rosado en el centro. Comenzó a frotárselo con un solo dedo, moviéndolo de abajo hacia arriba. Me paralicé por un segundo, pero mi instinto sexual me obligó a mover la mano por todo el largo de mi pene erecto.
-¿Qué pasó después? ¿Se la seguiste chupando a Carlos? –pregunté tragando saliva.
-Estaba muy caliente… de verdad. Terminé metiéndome ese tronco hasta la garganta –el movimiento de su mano se hacía cada vez más rítmico–. Él gimió y pensé que me iba a acabar en la boca… te voy a confesar algo, Nicolás, por lo general a muchas mujeres no les gusta eso, pero a mí me fascina. Me encanta sentir el semen en mi boca, pero con tu padre no podía hacerlo mucho ya que a él le daba asco, sólo podía aprovechar cuando estaba muy excitado, o un poco tomado. Pero en ese momento yo quería otra cosa.
-¿Qué cosa? –ella pasó un dedo entre sus labios vaginales y yo moví rápidamente mi mano de arriba hacia abajo, estirando y comprimiendo mi prepucio.
-A ver, para que entiendas te digo que me puse de rodillas sobre el inodoro y me levanté la pollera –hizo una pausa y se quedó mirando mi verga-, quería que él me clavara -vi que metía bien adentro un dedo en su concha mientras meneaba su cadera, lo retuvo ahí durante unos segundos y luego comenzó a meterlo y a sacarlo rítmicamente, ¡se estaba pajeando delante de mí!– Carlos se arrodilló detrás de mí y empezó a chupármela. Si vieras que bien lo hizo… me habría la concha –al decir esto separó sus labios vaginales usando su mano libre; tragué saliva y me pajeé con más ganas–, y me metía la lengua –se metió dos dedos bien adentro y comenzó a moverlos–, me dejó súper mojada. Después se paró y acomodó su miembro… para metérmelo… me lo estaba metiendo despacito… ¡Ay, cuando la sentí adentro… qué placer! –arqueó su espalda y se masturbó frenéticamente, su vagina estaba muy húmeda y sus dedos resbalaban con gran facilidad, luego de unos segundos volvió a la posición de reposo, sin dejar de tocarse-; pero cuando empezó a darme escuchamos un ruido en el pasillo. Supimos que alguien venía y nos vimos forzados a interrumpir lo que hacíamos. Tuvimos que acomodarnos la ropa rápidamente y disimular. Al final me quedé con las ganas de todo.
Se quedó callada y fijó sus ojos sobre mi verga mientras yo me pajeaba rápidamente, ya no me molestaba en disimular, mi calentura era extrema. Ella seguía metiéndose los dedos y jugando con su clítoris, veía que cada vez se le mojaba más. Cerró sus ojos y sus jadeos se hicieron más evidentes. Se llevo a la boca los dedos que se había estado metiendo en la concha y los chupó, luego volvió a masturbarse. Yo quería que me siguiera contando cosas.
-¿Con Luis pasó algo? Porque vi cómo te miraba, siempre sospeché que ese tipo te avanzaba, aunque estuvieras casada –no le pregunté directamente por lo que había visto.
-Bueno… es que Luis es un tipo muy directo. Cuando quiere algo te lo dice sin vueltas –ella seguía colándose los dedos como si yo no estuviera allí–, creo que te puedo contar lo que pasó hace como un mes –con un rápido cálculo mental supe que mi madre aún seguía casada en ese entonces–; pero no quiero que pienses mal de mí.
-No voy a pensar mal, de verdad mamá.
-Está bien. Esto pasó una tarde en la que me encontraba sola en la casa, estaba limpiando los pisos y la puerta del frente estaba abierta. En eso veo que aparece Luis, me sonríe y me queda mirando. Allí me di cuenta lo escasa que era mi ropa. Tenía puesta una blusa blanca, sin mangas y con mucho escote y ni siquiera tenía corpiño, se me marcaba bastante. Además tenía un short bien cortito del mismo color. Esa ropa solamente la uso para dormir, pero ese día hacía calor y no me dieron ganas de cambiarme –me imaginaba la escena sin dejar de tocarme, ella se masturbaba al mismo ritmo que yo–. Ya te imaginarás la cara de Luis, el tipo pasó a la casa sin que lo invitara y me dijo que podía matar a alguien de un infarto vestida así. No te voy a mentir, el comentario me agradó, hacía mucho que alguien no me halagaba de esa forma; sin embargo lo saludé como si nada. Él me miraba fijamente el escote, yo estaba algo agachada pasando el secador por el piso, se me veía casi todo, me puse colorada y por los nervios se me cayó el secador. No tuve mejor idea que agacharme para juntarlo, para colmo le di la espalda a Luis. Mi short era muy corto y se pegaba mucho al cuerpo, yo sabía que impacto visual podía causar, pero esa no era mi intención, para colmo ni siquiera tenía bombacha –me sacudí la pija con ganas imaginando el apretado atuendo marcando esa conchita, mi madre continuó con su relato–, él me apoyó sin miramientos y me dijo: “Mamita no te agaches así porque te puede costar caro”. Pude sentir su bulto duro contra mi vagina y de pronto me dio un calor tremendo. “Esta manzanita es muy tentadora”, agregó agarrándome la cola con ambas manos. “A la manzanita le falta atención”, le dije, sin saber por qué; me salió de adentro –mi madre se colaba los dedos profundamente sin dejar de hablar-. Fue un error, porque Luis lo malinterpretó. Enseguida me bajó el short hasta las rodillas dejándome con las vergüenzas al aire y un segundo después sentí su pene contra mis nalgas. Lo tenía duro. Le pedí que se apartara y le recordé que la puerta estaba abierta, alguien podía vernos. Sin decir nada fue hasta la puerta y la cerró. Me quedé mirando su pene grande y duro, ni siquiera atiné a subirme el short. Estaba como hipnotizada, no podía pensar claramente. Se me acercó y con un tirón del brazo me puso de cara contra la pared. “Yo te voy a abrir ese culito paradito que tenés”, me dijo secamente y sentí la cabeza de su verga contra mi agujerito posterior, se la había mojado con saliva. Admito que la escena me calentó, no quería pero igual paré la cola, pero cuando el tipo me la quiso meter de una me dolió bastante y ni siquiera entró. “¡Ay no Luis, pará, soy casada!”, atiné a decirle y él me respondió algo que hizo un clic en mi cabeza “Vos sabés muy bien que tu marido te pone los cuernos, no creo que le afecte mucho llevar algo de cornamenta”. Seguía presionando y el dolor era agudo, aun así sabía que el pene no estaba entrando. “¡No pará, me estás haciendo mal!” ahí se detuvo, pero igual no me soltó. “Pero si estás toda mojadita mamita” Me dijo pasando la mano por mi conchita “Vos te morís por una buena pija” –me causaba mucha calentura escuchar esas palabras directamente de la boca de mi madre, además podía ver cómo se pajeaba, yo me apretaba los huevos y no dejaba de darme duro–. No te voy a mentir, estaba muy excitada y no sabía cómo decirle que se vaya, en ese momento me dijo. “Si vos querés que te la meta, pedímelo”. Estaba confundida, primero le pedí que me dejara, pero él me pasaba la punta de la verga por el medio de la concha y yo me mojaba cada vez más, para colmo me apretaba las tetas, yo seguía con la cara pegada a la pared. Volví a sentir su glande pasando suavemente por mi culito, apretó hacia adentro y mi agujerito luchaba por mantenerse cerrado, la rudeza de ese hombre me calentaba. “¿Y qué hago putita, te cojo o no?”, me preguntó al oído. Nunca me habían hablado de esa forma. No aguanté más, le agarré la verga con una mano y la llevé hasta mi conchita diciéndole: “Metémela”.
Para este momento yo estaba más cerca de la cara de mi madre, me había acercado inconscientemente, hasta tenía la verga orientada hacia ella, a muy pocos centímetros de su boca, ella no dejaba de mandarse dedo y jadear, separando mucho las piernas.
-¡Ay hijo, si supieras el placer que sentí cuando me la clavó! –Continuó, supe que estaba poseída por la lujuria- Nunca me habían metido una pija así de grande. Pensé que me rompería la concha, se me abrió toda cuando me la enterró, para colmo empezó a cogerme con fuerza, sin darme tiempo a dilatar bien. Empecé a gemir y él no paraba de penetrarme hasta el fondo. Una y otra vez… y otra… y otra…
Mi madre se apretaba los pezones y podía ver que su concha estaba muy mojada, mi verga estaba justo sobre su boca y ella la miraba con los ojos entrecerrados. Una gotita de líquido preseminal cayó sobre sus labios, pero no dijo nada. Sacudí un poco mi miembro y el glande le rozó la boca. Tampoco se quejó, al contrario, continuó con su relato:
-Luis me tiró contra un sillón –me dijo- y volvió a clavármela toda de una sola vez. ¡Uf, eso me puso como loca! No me acordaba de cuándo había sido la última vez que me habían cogido con tantas ganas. Tuve que morder uno de los almohadones del sofá para que mis gritos no se escucharan en toda la cuadra. Me dio durante un rato largo sin parar, después la sacó y empezó a darme pijazos en la cara. ¡Qué bestia, por dios! ¡Pero cómo me gustaba que me azotara así con su manguera! Abrí grande la boca y él me la enterró hasta la garganta, después la sacó y la leche empezó a saltar para todos lados… me llenó la cara de leche.
Atraído por un imán invisible, volví a repetir la acción de acercar mi verga a su boca, pero esta vez dejé la punta posada sobre sus labios sin dejar de pajearme con ganas. Su boquita estaba entreabierta y esa sensación me calentaba muchísimo. Al parecer a ella también, porque se estaba tocando con más ímpetu y cerró sus ojos.
No aguantaba más, sentía que mi verga iba a estallar, movía frenéticamente mi mano. Mi miembro quedó apuntando directamente al interior de su boca. Ella continuaba con los ojos cerrados. Fue como un volcán en erupción, grandes chorros de semen de un color blanco intenso y espeso salieron despedidos de la punta de mi pene con gran fuerza, el primer chorro fue a parar al interior de su boca. Mi madre intentó apartarse pero yo sostuve su cabeza, un nuevo escupitajo blanco que en parte entró y el resto quedó dibujando una línea horizontal en su mejilla. Intentó escupir el semen, éste emergía de su boca pero para que no lo largara todo, introduje el glande sin dejar de soltar semen en su interior. Ella no tuvo más remedio que comenzar a tragar, podía sentir su boca apretada contra mi verga. Vi que en ningún momento dejó de pajearse, por los ruidos que emitía pensé que se estaba ahogando pero enseguida sentí su lengua girando sobre la punta de mi pene, primero dio una vuelta suave en sentido de las agujas del reloj y lo siguió otro un poco más rápido. Yo aún sostenía su cabeza firmemente. Introduje un poco más la verga en su boca y mi respiración estaba muy agitada. Cuando la solté el pene salió lentamente dejando mucha saliva y semen colgando de sus labios.
-¡Pero hijo! –gritó como si todo hubiera ocurrido en un parpadeo, para mí fue un tiempo interminable pero en realidad ocurrió bastante rápido. Sus ojos permanecían mirando mi miembro fijamente, se irguió un poco en la cama- ¿Qué fue eso? –preguntó consternada, como si de verdad necesitara saber qué había sido lo que tragó.
-Dijiste que te gusta sentir el semen en tu boca –intentaba dar una explicación coherente, tartamudeando como un niño demasiado ansioso–, dijiste que te habías quedo con las ganas… Yo… yo… yo solamente te quería ayudar, pensé que te iba a gustar. Perdoname si te molestó… perdoname mamá -me estaba poniendo pálido y tenía ganas de salir corriendo.
-¿De verdad lo hiciste por eso? –Me preguntó, mientras quitaba con la mano un poco del semen que tenía pegado en la cara. No le respondí, no podía dejar de mirar su mejilla y su mentón aún cubiertos de mi semen-. Me tomaste por sorpresa. Soy… tu madre.
-Sí lo sé. Perdoname, fui un estúpido –tenía ganas de llorar, caí en la cuenta de lo grave que era el asunto, prácticamente había forzado a mi propia madre a tragarse mi semen.
-No, Nico, está bien. La culpa es mía… por venir con esas historias… y tocarme delante de ti. No pensé con claridad… fui una irresponsable… pero tanto sexo y alcohol me nublan el juicio…
-Yo también tomé mucho… por eso no pensé… no es tu culpa.
-No importa… ya pasó. Fue un mal entendido. No te preocupes.
-Lo decís solamente para que no me ponga mal.
-No. Siendo sincera, tengo que admitir que fue un lindo gesto de tu parte… sólo que no fue apropiado. Mejor no le demos tanta importancia. El alcohol provoca que la gente haga estupideces –ella vio que mi cara de preocupación no se borraba–, además estaba rica –agregó sonriendo, no volvió a limpiarse la cara.
-Gracias –le devolví la sonrisa con timidez–. No me terminaste de contar qué paso con Luis –noté que ya no parecía tan entusiasmada por relatar lo ocurrido -por favor, contame.
-Bueno… está bien –volvió a recostarse sobre la cama, yo quedé de rodillas frente a su cara- ¿Por dónde iba? Ah sí. Luis me pasó su pene por la cara, obligándome a tragar el semen –pasó su lengua alrededor de sus labios, recolectando parte de mi leche, la tragó y siguió hablando-, me sentía culpable por haber engañado a tu padre, era la primera vez en mi vida que le era infiel… pero sabía que él lo era conmigo… y estaba tan caliente que ni siquiera me importó. Le chupé la verga a Luis hasta que se le paró otra vez y me abrí de piernas, pidiéndole que me coja una vez más…
Comenzó a masturbarse de nuevo, al principio lo hizo lentamente y luego aceleró el ritmo. A mí se me había puesto dura otra vez y no pude evitar tocarme, ésta era la experiencia más excitante de mi vida. A pesar de lo ocurrido, el tenerla tan cerca me provocaba mucho y la calentura me desinhibía. Ella me daba detalles de cómo nuestro vecino se la montaba como a una yegua. Sus detalles eran muy explícitos, hablaba de cómo se le abría la vagina, de lo profundo que se la enterraba, de lo caliente que se había puesto y todo esto sin dejar de tocarse. Sin miramientos pasé la punta de mi verga contra su mejilla, arrastrando los residuos de semen, ella no dejó de hablar. Describía la forma en la que Luis le había chupado las tetas mientras yo desparramaba la leche por todo su rostro, pasaba por su frente y bajaba lentamente hasta su cuello, le estaba frotando la verga por toda la cara y ella permanecía con los ojos cerrados narrando y masturbándose.
La escena se volvía más y más erótica. Ella dijo algo refiriéndose a que mi padre llegó apenas unos segundos después de que Luis se marchara. Le iba a preguntar qué había ocurrido luego; pero en ese momento vi que mi madre frotaba intensamente su clítoris y gemía con ganas, estaba teniendo un orgasmo. No aguanté las ganas, me moví rápido y me coloqué entre sus piernas, las cuales estaban bien abiertas, podía ver su vagina latiendo y soltando jugos. Apunté mi verga hacia ella y apenas la toqué mi mamá intentó apartarme con su otra mano, pero no paraba de masturbarse y estremecerse, su espalda se arqueaba y sus gemidos aumentaban de volumen. Pude poner mi glande justo en su agujerito, ella decía “¡No, no, no!” entre gemidos. Se retorcía en la cama, tuve que sujetar una de sus piernas y cuando tuve la oportunidad, presioné hacia adentro. Se la clavé completa de una vez, se sentía de maravilla, muy húmeda y caliente. Ella luchó por alejarme pero le di un par de fuertes estocadas que la hicieron soltar un grito de placer. ¡Se la estaba metiendo a mi madre! La situación fue tan excitante y abrumadora para mí que acabé en pocos segundos, solté la leche bien en lo profundo de su concha. Ella volvió a arquear su espalda y me atrajo hacia su cuerpo con las piernas y los brazos. Nos revolvimos en un estallido de placer. Arremetí contra ella mientras la miraba a los ojos, mi verga no podía ir más adentro pero cada vez que la clavé ella suspiró. Su expresión era de asombro total, casi de pavor.
-¡No puedo creer que hayas hecho eso Nicolás! –me gritó enfurecida.
-Perdón mamá… de verdad no me pude aguantar… -comencé a disculparme.
-¡Sacala! –gritó con más furia- ¡Sacala te digo! –me empujaba con fuerza pero yo era muy pesado como para que me moviera fácilmente.
-Pero mamá… -quería que se tranquilizara, me estaba asustando.
-¡Nada de peros! ¡Salí Nicolás! –nunca la había visto tan enojada e histérica.
Me aparté de ella rápidamente y ni siquiera vi su mano llegar. Me dio un fuerte cachetazo contra la mejilla izquierda, me dolió en el alma, no físicamente, pero sentí que mi corazón se desgarraba. Fui consciente de que mi madre me odiaba… yo… yo sólo había intentado darle placer… aunque tal vez buscaba mi propio placer… estaba confundido. La vi ponerse de pie y cerrar la puerta bruscamente al salir del cuarto. Las lágrimas brotaron de mis ojos automáticamente. Aún tenía la verga dura y eso me generó más odio hacia mí mismo. Me tendí en la cama y hundí mi cara contra la almohada.
No sé cuánto tiempo estuve llorando, pero cuando me tranquilicé un poco quise ir hasta el baño y de paso ver si mi madre estaba bien. Apenas abrí la puerta de mi cuarto la pena volvió a invadirme. Escuché que mi madre lloraba y era evidente que intentaba ahogar el ruido contra su almohada. Me sentía pésimo, había frustrado totalmente mis intentos por ayudar a mi madre, por no poder aguantar mi propia calentura.

lunes, 20 de diciembre de 2021

strip póker familiar


Strip Póker en Familiar
Los truenos rugían y los relámpagos iluminaban la noche, con las primeras gotas de lluvia se fueron mis esperanzas de salir a bailar.
El aguacero no me tomó por sorpresa, sabía que era cuestión de tiempo, pero no quería admitirlo; me aferraba a la absurda esperanza de que una ventisca salvadora ahuyentaría las nubes, justo antes de que comience a llover. Pero no ocurrió. Alrededor de las nueve de la noche todos mis planes para el sábado se diluyeron con el agua y se fueron por el desagüe.
Las discusiones entre mi hermano Erik y yo, suelen ser frecuentes, aunque casi siempre están causadas por una buena razón; sin embargo aquella noche, por la amargura que trajo la lluvia, estábamos hechos unas furias y bastaba la simple mirada del otro para provocar insultos o actitud desafiante. Sus planes también habían sido truncados por el mal clima. Victoria, mi madre, tuvo que intervenir en más de una ocasión. Ella es el pilar anímico de la familia, hace tiempo que nos hubiéramos desmoronado, de no ser por ella; viviríamos sumidos en el caos y la anarquía total.
Ante la amenaza de pasar el fin de semana encerrados en nuestros cuartos decidimos hacer una tregua. Ya tendríamos tiempo para solucionar nuestras diferencias, cuando estuviéramos solos. Por la astucia que me caracteriza, sabía que yo iba a ser la vencedora; especialmente si tenía tiempo de prepararme para ello. Erik era un animal que sólo empleaba su fuerza bruta para solucionar cualquier inconveniente; si bien nunca llega a golpearme, tiene por costumbre apretar mis brazos, como si sus dedos fueran una tenaza, hasta hacerme gritar de dolor. Esta fuerza desmedida es producto de años de trabajo como albañil, junto a mi padre, quien es Maestro Mayor de Obra. Mi papá, José, alias Pepe, al ver que su único hijo varón, y el mayor de los tres, carecía por completo de aptitudes mentales, decidió darle empleo bajo su mando. Esto al menos le permite a Erik ganarse la vida con un oficio digno.
Como ya no podía pelear con mi hermano, me tiré en el sofá a contemplar el infinito. No tenía idea de qué haría durante el resto de la noche, y dormir no era una opción. Había dormido toda la tarde.
―¿Estás bien, Nadia? ―Me preguntó mi hermanita, cuando me vio acurrucada en un sofá con los ojos inyectados de furia.
―Sí, Mayra, gracias. No te preocupes. ―Se sentó a mi lado, la envolví con un brazo.
Mayra era la menor de los integrantes de la casa, con tan sólo dieciocho años y una personalidad de cristal, se había convertido en el recipiente de todos los mimos. A veces la veíamos tan frágil y delicada que nos costaba dejarla sola por más de una hora, aunque eso no ocurría con frecuencia.
«En mi casa siempre hay gente», es una frase que nos acostumbramos a decir cada vez que alguien organizaba alguna reunión con amigos. A mí no me molestaba convivir con la mayor parte de mi familia; a excepción de Erik, todos son buenas personas. Pero también tenemos nuestros límites, por lo que las discusiones suelen ser frecuentes. En cambio Mayra es un ser de paz, para que ella llegue al punto de discutir con alguien, seguramente esa persona había hecho algo muy malo. Ella nunca pelea con nadie, vive en su mundo y pide permiso para todo, como si fuera una molestia en su propia casa.
―Perdón, pero vamos a tener que suspender todo, no para de llover.
Le había prometido que saldríamos juntas a bailar, sería la primera vez que pondría un pie en una discoteca para mayores de dieciocho. Si bien ella ya llevaba varios meses con esa edad, por nuestros estudios no habíamos tenido la oportunidad de salir juntas antes. Esta debía ser nuestra gran noche, y la lluvia había arruinado todo.
―No te hagas problema, hermana, será la semana que viene, o la próxima. ―Su voz era tan suave que uno debía guardar absoluto silencio para poder escucharla―. ¿Por qué peleabas con Erik?
―Porque el muy boludo empezó a hacerme chistes por las tetas. Dijo que me pongo escote para que los hombres se me acerquen en el boliche, y me lleven a un telo.
Mi mejor atributo, del cual estoy muy agradecida, son los grandes pechos que heredé de mi madre. Es cierto que cuando salgo a bailar me gustaba provocar usando escotes; pero eso no significa que vaya con intenciones de acostarme con un desconocido. Sexualmente soy mucho más reservada de lo que mi familia imagina; pero no es mucho decir, porque ellos deben imaginar que soy una puta. «Ser voluptuosa no es sinónimo de ser puta», suele decir mi mamá, quien tuvo que vivir toda su vida con un cuerpo tan llamativo como el mío.
Tampoco es que yo sea una santa; puede que haya hecho algunas cosas para que ciertas personas piensen en mí como una puta. Pero no es la forma en la que suelo comportarme. Fueron pequeños deslices morales.
―¿Piensa que por mostrar un poco las tetas ya estás provocando? Se nota que no vio el pantalón que pensaba ponerme, ―dijo Mayra, sonriendo.
―¿Era muy ajustado?
―Sí, mucho. A papá le daría un ataque si me viera así.
―Seguramente te queda hermoso.
Ella no tuvo la suerte de tener pechos muy desarrollados, sus tetitas son apenas pequeñas lomas en su pecho; pero la naturaleza no fue tan cruel con ella, y le entregó una carita angelical sumamente bella y, lo mejor de todo, un culo que obligaba a los hombres a voltear cuando la veían caminando.
La desilusión estaba presente en la cara de todos los miembros de mi familia, ellos también tuvieron que cancelar sus planes, por culpa del aguacero. Mis padres pensaban ir a cenar a un lindo restaurante y Erik tenía la fiesta de cumpleaños de un amigo. Hasta el sexto integrante de la casa, mi tío Alberto, tenía planes para esa noche. Creo que él fue el más perjudicado de todos, ya que había conseguido una cita con una amiga de mi mamá, que es bastante linda, y se vio obligado a llamarla para cancelar todo. Él dijo que posiblemente no tuviera otra oportunidad con esta mujer, ella no era de las que esperaban por un hombre. Pero mi madre le dio palabras de aliento y le aseguró que ella convencería a su amiga para que Alberto tenga una segunda oportunidad.
Mi tío Alberto es un hombre al que la mala suerte parece perseguirlo a todas partes. Para comenzar, le tocó ser el hermano mayor de mi mamá, lo cual no debe ser una tarea sencilla. Luego quedó viudo a la temprana edad de treinta y nueve años, cuando el cáncer de mama le arrebató a su mujer. Como si esto fuera poco, a los cuarenta y seis años quedó en bancarrota y perdió su casa. Sospechamos que esto se debió, principalmente, a la depresión que le causó perder a la mujer que amaba. Si es así, no lo culpo. Debe ser terrible querer tanto a alguien y saber que de un día a otro, ya no vas a volver a ver a esa persona, nunca más.
Para que él no se hundiera aún más en la depresión, lo invitamos a vivir con nosotros, hace casi dos años. Intentamos que se sienta lo más cómodo posible, yo cedí mi cuarto para que él tuviera uno propio y me fui a dormir con Mayra. A pesar de que a veces podemos molestarnos con él por algún motivo típico de la convivencia, jamás le echaríamos en cara que esta no es su casa, es una regla tácita. Él vive con nosotros, es parte de la familia y por lo tanto tiene los mismos derechos que los demás. La casa es de todos por igual.
Ninguno sabía en qué ocupar el resto de la noche del sábado. Comenzamos a deambular por la casa, estorbándonos unos a otros, e intercambiando miradas duras. Parecíamos tigres enjaulados, preparados para dar el primer zarpazo ante la menor provocación. Harta de la situación, mi madre nos reunió a todos en el living―comedor, que es la habitación más amplia de la casa, y nos dijo debíamos pensar en alguna actividad para no aburrirnos; porque la lluvia no iba a parar. Iniciamos nuestra propia lluvia de ideas. Mi papá propuso mirar películas, pero ya nos habíamos visto todas las que teníamos en la videoteca. Mi mamá sugirió jugar juegos de mesa, pero todos los que teníamos ya nos habían cansado. Eric dijo que podríamos hacer un torneo de fútbol en la PlayStation, pero era injusto, porque Mayra siempre nos ganaba a todos fácilmente. Cosa que hacía enojar mucho a Erik, porque el muy machista no podía tolerar que una mujer (y para colmo su hermana menor) lo pudiera derrotar, con resultados tan abultados como 9 a 0. Así que, para evitar una guerra familiar, esa idea quedó rápidamente descartada.
Al parecer, no podíamos ponernos de acuerdo en nada; estábamos por cancelar la lluvia de ideas justo cuando mi tío Alberto hizo un comentario que nos despertó la curiosidad:
―Cuando yo era pibe bastaba con un mazo de cartas, y algunas bebidas, para tener una buena velada de Póker.
―Eso pasó hace un millón de años, tío, ―dijo Erik―. Ahora ya nadie juega a las cartas… a menos que vengan en una aplicación para el celular.
―A mí me gusta jugar a las cartas, ―dije.
―Yo no sé jugar al póker, ―dijo mi hermanita.
―Es muy fácil, especialmente si es el estilo Texas Hold’em. ―Mi tío estaba captando nuestra atención; bueno, al menos la mía.
―Yo jugué póker online, con mis amigos. ―Acotó mi hermano―. Nos matamos de la risa; ellos se enojaron conmigo porque yo ganaba casi siempre.
―Claro, porque en esa mierda del póker online nadie te puede ver la cara, ―dijo Alberto―. El póker en serio, cara a cara, es un juego mucho más difícil.
―Nada que ver. ―dijo Erik, con arrogancia―. Lo que importa es saber elegir las cartas, cuándo arriesgar o cuándo no. Sé que les puedo ganar.
―La que tiene suerte con las apuestas, es tu mamá ―dijo mi papá―. Juega muy bien al póker. ―Eso nos causó curiosidad, nunca hubiéramos imaginado a mi mamá jugando al póker.
―Pepe, los chicos van a pensar que soy una timbera.
―Yo quiero aprender a jugar, ―dije, con una sonrisa que entusiasmó a todos.
―Y yo tengo justo lo necesario para jugar. ―Diciendo esto, mi tío Alberto se puso de pie y fue hasta su cuarto.
Regresó en poco tiempo, con una caja de madera que llevaba escrita la palabra Póker, en letras negras. De allí sacó dos mazos de carta, uno de reverso rojo y el otro azul. Además había un pequeño paño verde y varias fichas de diferentes colores.
En pocos minutos nos acomodamos alrededor de una mesa hexagonal, con superficie de vidrio. Me molestó que mi hermano se sentara a mi derecha, seguía enojada y no lo quería cerca de mí; pero no quería provocar una nueva disputa, así que me quedé callada.
Mi tío Alberto nos explicó las reglas y tuvo la amabilidad de anotar las posibles combinaciones de cartas para formar juegos, y el valor de cada una. Con esto en manos el Póker no parecía difícil, era cuestión de esperar a que salieran las cartas favorecedoras, y saber mentirle a los demás.
La partida comenzó a buen ritmo, teniendo en cuenta que mi hermanita y yo aún estábamos aprendiendo a jugar y preguntábamos muchas boludeces. Sin embargo nos estábamos divirtiendo mucho. Mi mamá tuvo que intervenir unas cuantas veces, porque cuando yo preguntaba algo, Erik me contestaba de mala manera, como si yo fuera estúpida. Algo muy hipócrita de su parte, teniendo en cuenta de que él, con diferencia, es el más lento de la familia. Sus comentarios me hacían hervir la sangre, y tenía ganas de azotarle la cabeza contra la mesa de vidrio. Pero Viki me calmó en cada ocasión.
Tengo que admitir que, al principio, el juego me pareció muy divertido; pero después de una hora, comenzó a tornarse muy aburrido. No era la única que pensaba esto, Mayra estaba tan carilarga como yo. Mi mamá mantenía siempre una sonrisa en los labios, pero yo tenía la impresión de que lo hacía para no arruinar el momento. En cambio los tres hombres se los veía genuinamente entusiasmados. Intenté apostarlo todas las fichas que tenía, para perder de una vez; y me sorprendí, porque gané la mano, y recibí aún más fichas. Mi tío me felicitó por mi proeza, y a mi hermano le dio mucha bronca, lo cual me alegró momentáneamente. Pero si seguía ganando quedaría atrapada eternamente en un juego aburrido en el que, aparentemente, era muy buena, sin saber por qué.
―Esto no termina nunca, ya me estoy aburriendo, ―dije. No era mi intención arruinar la velada, pero no pude aguantarme.
―Es cierto, yo también me aburro. ―Me apoyó mi hermanita, mientras se inclinaba hacia su derecha para mirar las cartas que Alberto tenía en mano―. Además el tío gana seguro en esta, tiene dos ases.
―¡Ey, pendeja buchona! ¡La vez que me tocan dos ases, y vos me arruinás la mano! ―Mi hermanita empezó a reírse a carcajadas.
Noté que la mente de mi mamá trabajaba deprisa, seguramente intentaba encontrar la forma de arreglar todo antes de que la situación se pusiera fea.
―Es porque falta el alcohol, ―dijo, por fin. A ella nunca le molestó que bebiéramos ocasionalmente.
―Puede ser. ―La idea de tomar algo me agradaba, pero igual el juego seguiría siendo aburrido―. Lo que pasa es que no le veo la gracia a estar ganando fichitas de plástico. Nadie gana ni pierde nada de valor. No digo que juguemos por plata, ―de hecho eso me desfavorecía mucho, porque no tenía ni un centavo para apostar―; pero ¿hay algún otro tipo de apuesta que se pueda hacer?
―Se puede apostar lo que uno quiera, ―dijo mi mamá―. Algunos apuestan por “desafíos”, como: “El que pierde sale a bailar bajo la lluvia”, o cosas así. También está la apuesta por tragos: los que pierden toman un shot de tequila… pero eso no lo vamos a hacer; porque vamos a terminar todos con un coma etílico.
―Especialmente Erik, que pierde en todas las manos, ―dijo Mayra, en tono de burla. Erik la fulminó con la mirada.
―Existen otras variantes, ―prosiguió mi mamá―. Está lo que se llama Strip Póker, por ejemplo. ―Mi padre soltó una estrepitosa risotada.
―¡Qué recuerdos! ―Exclamó Pepe―. Eso es lo que jugábamos con tu mamá, cuando nos pusimos de novios. Pero lo hacíamos los dos solos, y ella siempre me ganaba. Me dejaba en bolas, literalmente.
―¿Y por qué solos, tiene algo de malo? ―Preguntó Mayra, demostrando toda su ingenuidad. Hasta yo me había dado cuenta que el nombre del juego provenía de la palabra Striptease, y mi papá dijo que quedaba desnudo cuando jugaba con mi madre.
―Es que en ese juego cuando uno pierde, tiene que quitarse alguna prenda de vestir. ―Explicó mi mamá, con su santa paciencia.
―Eso parece divertido. ―Opinó Erik―. Ahí sí se pierde algo importante, podemos jugarlo de esa forma, ¿o te daría vergüenza, Nadia? ―Me miró desafiante.
―Acá el único sinvergüenza sos vos; pero yo me animo a jugarlo, ya demostré que gano casi siempre. Vas a quedar en pelotas, delante de todos. Cuando veamos tus “pasas de uva”, vas a querer inventar la excusa de que hace mucho frío. Cuenten conmigo. ¿Alguien más se suma?
Mis padres y mi tío se miraron inquietos, ninguno sabía qué decir. De pronto mi mamá se puso de pie, diciendo:
―¿Me ayudan a buscar las bebidas y los vasos?
Los tres adultos se alejaron, y me quedé con mis hermanos, en silencio. Sabía que esa actitud era sólo una excusa para poder decidir si seguiríamos adelante con el juego, empleando el nuevo sistema de apuestas. Mayra estaba algo sonrojada y apretaba nerviosa su negro cabello, atado formando una cola de caballo. Al parecer la idea no le gustaba mucho, pero no se animaba a decirlo. Tengo que admitir que a mí también me ponía un poco nerviosa el imaginar a mi familia desnudándose delante de mí. Fui un tanto prepotente porque Erik me desafió, y yo no podía tolerar que ese troglodita me desafiara.
Cuando los tres adultos regresaron, vi que mi tío traía una pequeña mesa de madera plegable, en la que apoyaron varias botellas de vino, blanco, tinto y rosado. Yo no acostumbraba a tomar vino, pero también trajeron algunas gaseosas; para poder mezclarlo, y hacerlo más apetecible para mí y para Mayra. Los hombres de la familia solían tomarlo puro, y mi mamá acostumbraba variar.
―Bueno, vamos a jugar al “Strip Póker”, ―dijo Viki, con voz serena―. Si no hacemos eso, nos vamos a aburrir toda la noche, y nos vamos a terminar matando.
―¿Estás segura mamá?
―¡Qué bien! ―Exclamó Erik, al mismo tiempo que yo hacía la pregunta.
―Si hija, puede ser divertido, y si alguno quiere abandonar, puede hacerlo en cualquier momento. No vamos a obligar a nadie hacer algo que no quiera. ―Eso me tranquilizó bastante―. La idea es divertirnos un rato y reírnos. Estamos en confianza, acá todos nos vimos en calzones alguna vez.
―Sí, por desgracia, ―dije―. Tengo algunos recuerdos de levantarme a la noche para ir al baño, que me van a atormentar toda la vida.
―Ey, eso fue un simple descuido, ―dijo mi tío Alberto―. Pensé que estaban todos durmiendo…
A él lo había sorprendido desnudo de la cintura para abajo, por suerte alcanzó a taparse rápido con la remera; pero tuve que ver su culo desnudo mientras se alejaba de mí, caminando como un pingüino.
―Sí, ya sé, tío… pero no me refería sólo a eso. Creo que a todos me los crucé en situaciones más o menos similares.
―Claro, porque vos siempre te levantas a mear toda tapada, ―dijo Erik.
Me sonrojé, recordé una noche de mucho calor en la que me levanté a hacer pis. Casi me muero de la vergüenza, y creo que a él le pasó lo mismo. Como yo comparto dormitorio con mi hermana menor, estoy acostumbrada a andar medio desnuda dentro de la pieza, y como era tarde supuse que nadie estaría despierto. Salí de mi pieza vistiendo una diminuta tanga, y nada más. Vi a mi hermano en el pasillo, caminando directamente hacia mí; pero en realidad él también iba al baño, igual que yo. Éste se encontraba justo entre mi dormitorio y el suyo. Él no me hizo ningún comentario, se quedó petrificado, mirándome las tetas, que se tambaleaban y estaban cubiertas por pequeñas gotas de sudor. Eso no se debía sólo al calor, sino que apenas unos segundos atrás estuve haciéndome tremenda paja… fue tan intensa que tuve miedo de despertar a mi hermanita. Tenía la concha toda mojada, y estoy segura de que Erik se dio cuenta de eso, porque la tanga, que me cubría muy poco, tenía una gran mancha de humedad, justo debajo de mi concha. Él no tenía más ropa que su bóxer. Lo más vergonzoso de ese encuentro fue notar que mi hermano tuvo una erección, y no supo disimular para nada. Su gran bulto creció de manera inmediata. Podría haberme enojado con él, porque soy su hermana; pero también soy consciente que tengo un cuerpo que es capaz de excitar a muchos hombres, y posiblemente agarré a mi hermano desprevenido. Recuerdo que me quedé muda durante unos segundos, al igual que él. Nos miramos el uno al otro, con detenimiento y asombro. Cuando reaccioné le dije que yo pasaría primero al baño, porque no aguantaba más. Lo cual era cierto, después de llegar al orgasmo me entraron unas ganas increíbles de hacer pis. Él no se opuso. Entré al baño, hice mis necesidades, y cuando salí me volvió a sorprender. Él seguía allí, de pie en el pasillo. Sus ojos volvieron a recorrer toda mi anatomía, especialmente me miró las tetas, seguramente notó lo duro que tenía los pezones. Caminé de regreso a mi cuarto, y giré la cabeza para comprobar que me estaba mirando el culo descaradamente. Al entrar a mi dormitorio prendí la luz y me miré en un espejo, especialmente quería ver la parte de atrás. Me agaché un poquito, dándole la espalda, y me encontré con la tanga medio metida en mi concha, mis voluminosos labios vaginales parecían estar devorando la tela. Con razón Erik me había mirado de esa forma. Desde esa noche no pude dejar de preguntarme si él se habría hecho una paja pensando en mí, o en alguna mujer muy parecida a mí. No habíamos vuelto a hablar del tema, hasta ahora; me sentí tan avergonzada que no supe qué contestarle. Por suerte papá intervino, para rescatarme.
―Bueno, che… dejen de pelear de una vez, y vamos a jugar, ―dijo―. A todos nos ha pasado alguna vez, la casa es chica y somos muchos.
Se repartieron las bebidas y se establecieron las reglas. Todos debíamos comenzar con la misma cantidad de prendas, se determinó seis, como el número apropiado. Conté la ropa que llevaba puesta: una remera roja, un pantalón azul marino bastante holgado, corpiño, bombacha, medias y zapatillas. Eso sumaba un total de seis, ya que las prendas en pares se contaban como una sola. Todas las mujeres teníamos la misma combinación de prendas, y los hombres, al no llevar corpiño, debieron ponerse gorros. Mi papá apareció con un sombrero de “guapo tanguero”; se veía totalmente ridículo, con su ropa informal, nos hizo reír mucho. Erik optó por una gorra con visera que usaba con mucha frecuencia, demasiada frecuencia… ya estaba toda desteñida y olía a rata muerta. Mi tío se puso una boina le que tapaba la incipiente calva que estaba apareciendo en la cima de su cabeza.
Al comienzo todo parecía muy divertido. Era más importante no perder que ganar. El que recibía la peor mano de la partida debía quitarse una prenda de vestir. Para facilitar el juego, empleamos el método en el que recibíamos cinco cartas en la mano, y podíamos cambiar las que no nos gustaran, por cartas nuevas; pero esto sólo se podía hacer una vez por mano. Mi hermanita demostró que tenía mala suerte con las cartas, la preocupación se apoderó de su rostro. Perdió las zapatillas y las medias de forma consecutiva, intentó serenarse un poco, tomando un largo sorbo de vino mezclado con gaseosa. Yo también estaba tomando, pero lo hacía por puro gusto.
Mi mamá también perdió todo su calzado, y fue la primera de las mujeres en perder la blusa, quedando en corpiño; pero éste era grueso, y no transparentaba nada. Además todos la habíamos visto en bikini, y esto era más o menos parecido.
En las siguientes manos, mi tío y mi hermano perdieron gran parte de su vestimenta, hasta quedar con tan solo el pantalón y el calzoncillo. Entre las veces que perdieron ellos, yo tuve mala suerte en dos ocasiones; quedé sin medias y zapatillas. El juego se fue poniendo cada vez más interesante, y la pérdida de prendas aumentaba el riesgo. Ya me podía imaginar que alguno de mis familiares quedaría completamente desnudo en cualquier momento. No quería ver eso, pero mucho menos quería ser yo la que perdiera; por eso me preocupaba por seleccionar bien mis cartas, al momento de hacer el cambio. Mientras jugábamos, nos estábamos metiendo, entre pecho y espalda, grandes cantidades de alcohol.
Me tocó perder una vez más, y mis grandes pechos quedaron sostenidos por un corpiño de encaje negro. Si alguno miraba atentamente, tal vez podía notar cierta transparencia. Esto podría haberme preocupado, pero los primeros indicios de borrachera me ayudaron a no darle mayor importancia; además pretendía golpear a quien se atreviera a mirarme mucho.
Cuando le tocó el turno a Mayra de quitarse la blusa, dudó un momento; pero al ver cómo estábamos mi madre y yo, se animó a hacerlo. Sus pequeños pechos apenas ganaban volumen gracias a su corpiño color rosa. La desgracia de la pequeña no terminó allí, fue la primera en perder su pantalón. Su mala suerte me daba pena; o tal vez no era eso, ya estaba sospechando que Mayra no sabía jugar. Por la combinación de sus cartas, me daba la impresión de que arriesgaba mucho, con la esperanza de armar juegos difíciles, como escaleras y fulles.
Pensé que no se atrevería a despojarse de su pantalón, pero, contra todo pronóstico, se lo quitó sin ningún tipo de ceremonia. Tenía puesta una pequeña colaless, del mismo color que el corpiño. Me sorprendió ver lo bien que esta colaless resaltaba sus blancas y redondas nalgas, a tal punto que hasta mi propio padre se sonrojó al verlas. Nadie la miró más de un segundo, para no ponerla incómoda; de todas formas no era muy diferente al bikini que solía usar cuando estábamos en la pileta… aunque este atuendo era un poco más chico.
Supuse que la trágica suerte de Mayra mejoraría para la siguiente mano, pero volvió a perder, mostrando una espantosa combinación de cartas. ¿Qué carajo había querido armar? La pequeña quedó petrificada, no podía perder otra cosa que su ropa interior. Un incómodo silencio se apoderó de la sala.
Todos sabíamos que apostábamos la ropa y que, probablemente, alguno de nosotros quedaría desnudo; pero creo que a nadie se le cruzó por la cabeza que la primera podía ser Mayra. Yo ni siquiera creí que llegaría a verla en ropa interior.
―Pago una prenda, para la próxima vez que me toque perder, ―dijo mi madre, en un valiente acto para que mi hermana tomara un poco de confianza.
A pesar de que aún llevaba puesto su pantalón, se quitó el corpiño. Dos grandes melones, coronados con pezones marrones, rebotaron ante nuestros ojos. Mi hermanita sonrió, agradeciendo el gesto. Al parecer, ver que su mamá mostraba las tetas sin ningún pudor, le dio coraje. Llevó las manos a su espalda y desprendió el corpiño, enseñándonos un par de pequeñas tetitas, con pezones rosados. Noté que mi hermano tragaba saliva al verla, estuve a punto de darle un codazo, pero eso sólo humillaría a Mayra.
Cuando a Erik le llegó el turno de perder su pantalón, estuve a punto de burlarme de él. Pero quedé sorprendida. Primero: porque él no puso ninguna objeción, se lo bajó sin protestar. Segundo: por lo mucho que se marcaba su bulto, en la tela del bóxer. Para colmo la mesa era transparente, y al tenerlo sentado a mi lado, era imposible no mirar. Supuse que al chico se le estaba poniendo un poquito dura al ver tantas tetas, aunque éstas fueran las de su madre y hermanas.
La siguiente en perder fue Victoria, como ya había pagado prenda no tuvo que desvestirse; pero en la siguiente mano, las cartas se rieron de ella. A sus cuarenta y tres años, mi madre aún conserva parte de su figura juvenil; aunque está algo más caderona, y su cola creció un poco, porque acumuló algunos kilos extras. Al bajarse el pantalón, nos mostró una linda bombachita blanca de encaje. Algunos pelitos asomaban por la tela, y su vulva se marcaba muy bien. Para mí, la imagen fue un tanto impactante; pero no tanto como cuando mi padre tuvo que quedarse sólo en slip. Tenía un bulto aún mayor que el de Erik, y sus piernas eran peludas. Para colmo él estaba sentado a mi izquierda, bastaba con mirar la mesa para encontrarme con dos paquetes llenos de masculinidad. Me estaba poniendo un poco nerviosa. Aunque Mayra parecía estar mucho peor que yo, no dejaba de estrujarse los dedos, o de tirar de su cabello; creí que se quedaría calva en cualquier momento. Tomé algo de vino, para calmarme, y mi mamá volvió a llenar el vaso de mi hermanita; que era una de las que más tomaba.
Intentábamos tomarnos todo con mucho humor, hacíamos constantes chistes, para romper un poco esa capa de hielo familiar que había en el ambiente.
―¿Papá? ―Preguntó, Erik―. ¿Quién fue el ciruja que te donó ese bóxer? Está todo lleno de agujeros. No sabía que tu situación económica era tan lamentable.
Nos reímos, tal vez exagerando un poco.
―Pensar que yo le compré un montón de bóxers nuevos, ―dijo mi mamá―; pero él sigue usando los que ya no sirven ni para trapo.
―Es que éstos me traen suerte, ―dijo mi papá.
―¿Suerte en qué? ―Le preguntó Viki―. Porque con las mujeres seguro que no, cada vez que te veo con eso puesto, me dan ganas de hacerme lesbiana.
―Hermana, ―dijo Alberto―. Vos podrías hacerte lesbiana en cualquier momento, no hace falta que esperes a ver la decadencia de tu marido. Con esos dos melones, conseguirías a cualquier mujer que patee un poquito para el otro lado. Eso si es que no se asustan… porque da la impresión de que en cualquier momento revientan, como globos llenos de agua.
―¿Estás diciendo que tengo mucha teta? ―Dijo mi mamá, haciendo saltar sus grande melones.
―Pará un poquito, tarada. ―Se atajó mi tío―. Van a explotar, y me vas a arrancar un ojo con un pezón.
Una vez más estallamos en risas. Era obvio que nuestra “alegría” estaba más causada por el alcohol, que por el nivel de los chistes de mi hermano y mi tío. Yo estaba muy nerviosa, y reírme era una buena manera de contrarrestar eso. Seguramente para Mayra funcionaba igual, la chica se estaba riendo hasta las lágrimas.
Me di cuenta de que mi tío Alberto estaba sentado en una posición por la que cualquier hombre heterosexual se sentiría privilegiado. A su izquierda tenía a mi hermanita, y a la derecha, rebotando, estaban los grandes pechos de mi madre.
Perdí una ronda, por culpa de una escalera que nunca apareció. Estaba muy confiada, me faltaba solamente un ocho de trébol. Más bronca me dio ver que mi hermano tenía uno de esos en su mano. Era mi turno de quitarme el pantalón. Cuando lo hice, me sorprendí a mí misma. Creí que tenía puesto un calzón de abuela, pero en el último segundo recordé que ya me había puesto una diminuta tanga negra, que dejaba en total evidencia que mi pubis estaba completamente depilado.
―¡Apa! ―Exclamó mi mamá―. ¿Pensabas ver a alguien en especial con eso puesto? ―Todos se rieron, y tuve que esforzarme por no enojarme.
―Ya decía yo, salías con la intención de irte a un telo con alguien. ―Acotó mi hermano, con su absoluta falta de tacto. El comentario me hizo enojar, pero sabía que si empezaba una trifulca, luego todos me culparían de arruinar el momento. Tuve que morderme la lengua, y tomármelo con humor.
―Quería ver si me traían algo de suerte, ―dije, con una sonrisa―. Siempre hay que estar preparada. Es una lástima que la lluvia haya arruinado todo.
En la siguiente mano me tocó perder otra vez. No tuve más remedio que acompañar a mi madre y a mi hermana en la exhibición de tetas. No quería hacerlo, pero ya no tenía motivos para oponerme. Al parecer los hombres de mi familia se quedarían con un bello recuerdo de nuestros pechos. Los míos eran tan grandes como los de Victoria, aunque se veían un poco más suaves y juveniles.
―¿A mí también me vas a decir que parecen globos a punto de reventar? ―Le pregunté a mi tío, en tono burlón. Él sonrió y supuse que iba a salir con otro de sus chistes referentes a las grandes tetas; pero en ese momento miró a Mayra, ella parecía algo apenada. Lo más probable era que se debiera al diminuto tamaño de sus pechos.
―No entiendo qué necesidad tienen de tanto abuso de tetas, ―dijo Alberto―. Al fin y al cabo no sirven de mucho. Una linda mujer las tiene que tener como Mayra, es el tamaño ideal; estiliza mucho la figura. ―Mi hermana se sonrojó y miró al piso, pero pude notar una sonrisa en su rostro.
―Coincido totalmente. ―Agregó mi papá―. Si bien es divertido apretarlas un rato, al fin de cuenta lo que importa está más abajo. ―Estiró la mano izquierda hacia su esposa, y le acarició una pierna.
―A mí me gustan las mujeres bien tetonas. ―Acotó el boludo de Erik, tuve que darle un merecido codazo en las costillas.
A pesar del buen humor, el juego se estaba tornando peligroso. Mi tío llevaba una leve ventaja, al tener su pantalón; pero los demás estaríamos en dificultades si perdíamos una mano más. La tragedia cayó sobre Erik, quien tuvo una de las peores cartas que se habían visto en el transcurso del juego. Eran tan malas que no me hubiera sorprendido ver una sota de basto entre ellas.
―Está bien, perdiste, ―dijo mi mamá―. No hace falta que te quites lo último. Pero ya no vas a recibir cartas. ―Ella se caracterizaba por ser una mujer misericordiosa, pero justa.
―Todavía no perdí, el juego puede seguir. Tengo mi dignidad, ―dijo, como si supiera el significado de esa palabra―. Si me lo tengo que sacar, me lo saco.
Viki estuvo a punto de detenerlo, pero Erik no le dio tiempo, se paró a mi lado y bajó su calzoncillo con un rápido movimiento. Di un salto hacia atrás cuando su larga y oscura verga apareció ante mis ojos, bamboleándose como una serpiente que colgaba de un árbol.
―¡Che, que no muerde! ―Dijo mi papá, al ver mi reacción.
Todos se rieron, hasta Mayra, quien miraba fijamente el miembro de su hermano. Yo estaba sorprendida por el tamaño, si yo podía presumir de mis tetas, él podría hacerlo tranquilamente con su verga. La tenía a media erección, y no pude evitar preguntarme de qué tamaño sería si estuviera completamente dura. Tragué saliva, sin poder apartar la mirada de esos grandes y peludos testículos. Sentí un poco de orgullo de hermana, si mis amigas sabían lo bien equipado que estaba, seguramente muchas me pedirían su teléfono; incluso aquellas que se burlaban de él por considerarlo algo bruto. Podía ser burro, pero también la tenía como un burro.
―¿Cómo es eso de que no perdiste? ―El vozarrón de mi tío Alberto me hizo volver a la realidad. Le estaba hablando a mi hermano, quien a pesar de estar desnudo, seguía mostrando dignidad y competitividad―. ¿Qué pensás hacer si perdés otra ronda? ¿Cortarte las bolas? ―Ese comentario me causó mucha gracia.
―No gracias, prefiero conservarlas. Pero pueden ponerme algún desafío si pierdo. Como eso que dijo mamá, de salir a bailar bajo la lluvia, o algo así.
―No es mala idea, ―dijo Viki, dejando el vaso en la mesa―. ¿Pero quién va a decidir el desafío?
―El que tenga la mejor mano de la partida, ―dijo Erik.
Tenía que admitir que la idea era muy buena, aunque ésta proviniera de mi hermano. Tal vez al pobre se le iban a achicharrar las neuronas, por pensar en eso; pero podríamos implementarlo. Así tendría importancia alzarse victorioso. Todos aceptamos, aunque Mayra sólo asintió con la cabeza tímidamente, y no dijo nada.
El juego continuó, y esta vez fue mi tío el que se quedó en calzoncillos. Su cuerpo no era tan firme como el de mi padre, pero aun así era un hombre que podría interesar a cualquier cincuentona en busca de diversión.
En la ronda siguiente mi madre perdió su última prenda. Todos quedamos a la expectativa, pero al parecer ella no quería transformar la derrota en una tragedia griega. Sin mucho preámbulo, se puso de pie y meneó sus anchas caderas, mientras se bajaba la bombacha, dejando a la vista una vulva, con unos gruesos labios que colgaban de ella, y algunos pelitos castaños que la coronaban. Todos nos quedamos en silencio, admirando semejante ejemplar de sexo femenino.
No podía creerlo, quedando desnudos delante de todos los integrantes de la casa, como si fuera lo más natural del mundo. Hay que reconocer que el alcohol tenía mucho que ver con esto, hasta yo misma me sentía menos inhibida. Incluso estaba dispuesta a desnudarme completamente, porque ya había visto a mi hermano y a mi madre haciéndolo. Psicológicamente es más fácil seguir a los grupos y masas, que ir contra ello. Al menos así me lo explicó mi terapeuta, la que afirma que no estoy loca y que soy una muchachita normal de veinte años con problemas típicos de la edad.
Pero en ese momento, disfrutando con mi familia, poco me importaba el boludo de mi ex novio. La única preocupación que tenía era por los supuestos “desafíos” que llegarían cuando perdiera alguien que ya estaba desnudo. Aún nos restaba mucho por jugar, y tenía la impresión de que los desafíos serían humillantes, y muy subidos de tono.

Novio de una puta

 Quizás la puta soy yo por liarme con el novio de otra, pero yo fui la primera que seA SA fijó en él, cometí el error de hablar sobre el con...