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domingo, 13 de agosto de 2023

Hijo de amiga


Cuando ndo ya has malgastado la mitad de tu vida haciendo lo que se supone que es correcto y aun así apenas has obtenido satisfacción alguna, quizás sea el momento de pasar a hacer lo que realmente te apetece. Me costó mucho llegar a esa conclusión, pero hizo que todo cambiara y también que me metiera en algún que otro lío.


De jovencita, mi amiga Arantxa y yo decíamos que la adolescencia era para experimentar. Ese pensamiento no lo podíamos expresar en presencia de nuestros padres, ya que eran muy estrictos, pero encontrábamos la forma de dar rienda suelta a nuestras ganas de disfrutar. Un cigarro al salir de clase, un cubata en el bar los fines de semana cuando pensaban que estábamos en la biblioteca o un morreo con el gupaeras del barrio después de montar en su moto. Esa era nuestra forma de revelarnos.


A partir de los veinte todo se volvió más salvaje. Sin control parental, fumamos, bebimos y follamos lo que nos dio la gana. Siempre juntas, contando la una con la otra. Aunque nos dijeron que con los treinta llegaba el momento de centrarse y sentar cabeza, nos prometimos que seguiríamos de juerga permanente hasta que el cuerpo aguantara.


Nunca pensé que Arantxa fuese a incumplir nuestra promesa, pero la presión le pudo. Todo a nuestro alrededor eran bodas y embarazos, y ella no quería ser señalada como la eterna solterona descerebrada. En cuanto uno de sus ligues le demostró poderío económico, se comprometió con él y comenzó a parir niños.


Consiguió que dudara, pero seguí con el mismo ritmo de vida. Salía con hombres de mi edad y me divertía. El sexo era lo más importante en esas relaciones, pero también quería pasarlo bien, tener romances de fin de semana que no se vieran estropeados por el maldito compromiso. Mientras Arantxa criaba a sus hijos, yo me alejé de ella.


Para cuando quise replantearme mi vida ya era demasiado tarde. No tenía edad para ser madre y me tenía que conformar con los desperdicios que todavía estaban solteros o con ser la querida de algún hombre casado. Eso último no me hacía sentir bien, pero era la única opción que me quedaba para que alguien me valorara.


Veía en las revistas a las famosas adineradas que se liaban con chicos mucho más jóvenes y en el fondo sentía cierta envidia. Yo ya no conseguía encontrar a nadie que me diera auténtica caña, pero tampoco quería caer en el error de ir detrás de veinteañeros, jóvenes con dos décadas menos que yo, porque me parecía patético, algo más bien típico de los hombres.


Fue por culpa de esos prejuicios por lo que acabé atada a un señor casado que solo me hacía promesas y apenas me daba satisfacciones en la cama. Cuanto más lo pensaba, menos entendía qué hacía con ese hombre que no me llegaba ni a la suela de los zapatos, pero la idea de dejarlo me daba vértigo, porque me vería sola con casi cincuenta años.


Ese miedo que tenía a la soledad fue lo que hizo que retomara el contacto frecuente con Arantxa. Sus tres hijos ya eran bastante mayores y eso le daba tiempo para vernos de vez en cuando. No me juzgó en ningún momento ni me dijo que ya me lo había advertido, simplemente volvió a mi lado como la buena amiga que siempre fue.


- Te agradezco que saques tiempo para mí, Arantxa.


- Tranquila, si mis hijos ya no me necesitan para nada.


- ¿Qué edad tienen?


- Las mayores ya pasan de los veinte y Edgar tiene casi diecisiete.


- ¿Y se apaña bien solo?


- Sí, el llega del gimnasio muerto de hambre y se prepara cualquier cosa.


- Vaya, ¿te ha salido deportista?


- Demasiado, a veces me preocupa que solo piense en eso.


- Pero si es un musculitos no le faltarán las chicas.


- Supongo, pero solo lo veo salir con sus amigos.


- ¿Y tu marido cómo está?


- No lo sé, hace tiempo que no le pregunto.


- Tienes un matrimonio idílico...


- Como todos después de tantos años.


- Pues aun así te envidio.


- Bueno, tú decidiste llevar esta vida.


- Lo sé, pero tengo miedo a quedarme sola.


- La compañía está sobrevalorada. Yo volvería atrás en el tiempo para follar más.


- El mercado de hombres no es que esté muy interesante.


- Los de nuestra edad no, pero hay unos jovencitos en mi clase de pilates...


- Se nos pasó el tiempo de ir detrás de los chavales.


- Habla por ti, Isabela.


Que mi amiga no viera con malos ojos la posibilidad de tener algo con un muchacho más joven hizo que llegara a plantearme esa opción. Quizás no fuese un escándalo si únicamente me dedicaba a disfrutar de esos cuerpos en la intimidad de mi casa. Al fin y al cabo, a mi edad, todavía tenía mucho que ofrecer.


Aunque me conservaba bastante bien, decidí apuntarme a todas las clases que hacía Arantxa, ya que ella estaba aún mejor que yo. Quería quemar unas cuantas calorías y tonificar todavía más mi cuerpo antes de hacer un intento que me dejara en ridículo. Sabía que había chavales que fantaseaban con las maduritas como yo, pero tampoco quería atraer a cualquiera, tenía que ser uno que realmente me pusiera cachonda.


Me fui poniendo en forma a la par que recuperaba el tiempo perdido con mi amiga. Encontré a una Arantxa muy cambiada respecto a nuestra última época, pero bastante similar a la que fue durante la adolescencia. Según me dijo, todavía no se había atrevido a ponerle los cuernos a su marido, pero era algo que tenía en mente.


Cada una de las clases que hacíamos juntas se convirtió en la demostración de lo mucho que ambas necesitábamos salir de nuestra rutina. No solo Arantxa necesitaba una aventura, yo también tenía que deshacerme con urgencia de ese señor al que había estado pegada durante los últimos meses. Si existía una posibilidad de recuperar la ilusión, sería junto a mi amiga.


- Isabela, mira ese qué brazos tiene.


- Dudo que tenga más de veinte años.


- Pues mejor, más energía.


- Justo lo que necesito, la verdad.


- ¿Cuánto llevas sin echar un polvo?


- Más de tres meses.


- Pero si me dijiste que estabas un hombre.


- Sí, pero está casado, apenas tiene tiempo para mí.


- ¿Y por qué lo sigues viendo?


- Al principio me decía que iba a dejar a su mujer por mí.


- Nunca lo hacen. Espero que al menos sea bueno en la cama.


- Qué va, si casi no se le levanta.


- Mándalo a tomar por saco.


- Es que no me quiero quedar sola, Arantxa.


- Ahora me tienes otra vez a mí... y a un montón de cachas a tu disposición.


No fue sencillo, pero siguiendo los consejos de mi amiga, me deshice de ese hombre que no merecía pasar ni un solo segundo más a mi lado. Volvió a prometerme que rompería con todo para estar conmigo, pero yo ya no estaba dispuesta a creerme sus mentiras ni las de nadie. Una nueva Isabela estaba a punto de emerger y pensaba vivir la vida sin preocuparse por nadie.


A Arantxa y a mí todavía nos faltaba un poco de confianza para lanzarnos a por los chicos, sin embargo, entre nosotras la habíamos recuperado por completo. Cuando terminábamos las clases siempre íbamos a tomar algo, hasta que un día me dijo que fuésemos a su casa. Yo, que llevaba muchos años sin ir por allí, acepté encantada.


Era una casa enorme. Tenía tres plantas, garaje y jardín con piscina. De haber encontrado en mi juventud a un hombre que me hubiera ofrecido todo eso, yo también me hubiera casado. Estábamos las dos en el salón tomando un té cuando Arantxa recibió una llamada telefónica y se alejó para hablar. A los pocos segundos, llegó Edgar, el hijo de mi amiga. Pese a su juventud, no tenía nada que envidiarle a los cachas de nuestras clases.


- ¿Hola?


- Hola, Edgar. Tú no me recuerdas, pero soy Isabela, la amiga de tu madre.


- Encantado de conocerte. He oído hablar mucho de ti.


- Espero que bien.


- Bueno, la mayoría de veces.


- Vaya...


- Tú eres la que prefirió seguir llevando una vida de puta, ¿no?


- ¿Eso te lo ha dicho tu madre?


- No, pero escuché cómo se lo decía a mi padre.


- Pues no, no es así.


- Yo no te juzgo, cada uno hace con su cuerpo lo que quiere.


- ¿Tú que haces con el tuyo?


- De momento, muscularlo.


- Eso salta a la vista.


- También se nota que tú trabajas el tuyo.


- Igual que tu madre.


- Sí, pero ya quisiera ella estar la mitad de buena que tú.


Arantxa volvió al salón y Edgar se fue para su cuarto. Solo habían pasado unos minutos, pero habían sido suficientes para cambiarlo todo. Saber que mi amiga pensaba eso de mí no me sentó nada bien. Cuando estaba conmigo siempre me apoyaba y decía comprenderme, así que no me esperaba lo que acababa de descubrir mediante su hijo.


Aunque el piropo que me había dedicado Edgar hizo la traición más llevadera. Saber que un chico tan joven y atractivo pensaba que estaba buena era toda una inyección de autoestima. Yo también quedé impactada con su presencia y no pude evitar pensar que era justo lo que estaba buscando. Solo tendría que esperar un tiempo, hasta que fuese mayor de edad.


Pero las supuestas palabras de Arantxa hervían en mi cabeza, al igual que la idea de vengarme mediante su hijo. Antes de hacer nada de forma precipitada, decidí fingir normalidad mientras seguía a su lado y allanaba el camino hacia Edgar. Con esa idea en mente, seguí como si nada, asistiendo a cada clase y hablando con ella de jovencitos, como siempre.


- Isa, tenemos que animarnos.


- Hablas mucho, pero luego no te atreves.


- No es tan sencillo. Estoy casada, no puedo llevar al amante a casa.


- Tranquila, que si ligas yo te presto la mía.


- ¿En serio?


- Claro, no pasa nada por ser un poco puta.


- ¿Por qué dices eso?


- Por nada... cosas mías.


A partir de ese momento, Arantxa llevó la iniciativa y comenzó a acercarse a algunos jóvenes. Disfruté bastante viendo como la ignoraban a pesar de que ella creía que iba a ser como pescar en un barreño. Por mucho que nos conserváramos bien para nuestra edad, esos chicos tenían alrededor de veinte años y no a todos les daba morbo acostarse con maduritas.


Yo me mantenía en un segundo plano viendo como ella hacía el ridículo. Ofrecía a los muchachos ir a tomar algo y la mayoría le decían que no. Pero hubo otros que le preguntaron si yo estaba incluida en el plan, haciendo que mi amiga tuviera que ocultar la rabia. Podría haber dicho que sí, pero en ese momento mi único objetivo era Edgar.


Viendo su escaso éxito, mi amiga decidió usar tácticas más agresivas. En vez de hablar de tomar algo, ofrecía a los chicos ir a su casa para unas lecciones extra. Como hombres que eran, la idea de sexo asegurado, aunque fuese con una cincuentona, les hacía dudar más, aunque seguía sin conseguir el sí de ninguno de ellos.


Mientras yo seguía en mi papel de amiga ideal, Arantxa perdía la poca dignidad que le quedaba. Me hacía ir todas las tardes a su casa para planear estrategias de ligue. Yo estaba encantada, ya que así podía ver a Edgar, cada día más fuerte y atractivo. Ese chico me comía con la mirada cada vez que nos crúzabamos, pero yo esperaba el momento oportuno para lanzarme. Hasta que eso sucediera, tenía la oportunidad de conocerlo mejor.


- ¿Otra vez por aquí?


- Tu madre no puede vivir sin mí.


- Yo tampoco puedo, Isabela.


- Seguro que eso te funciona con todas las chicas.


- No lo sé, nunca lo he probado.


- Y yo voy y me lo creo.


- Te lo digo en serio, todavía no he intentado seducir a nadie.


- ¿Prefieres que se acerquen a ti?


- No es eso... es que las niñatas me aburren.


- Claro, porque tú eres muy maduro.


- Madura eres tú. Eso es lo que me pone.


- Eso es que ya te has cansado de las de tu edad.


- Imposible, porque sigo siendo virgen. De momento...


Que Edgar estuviera sin estrenar me daba mucho morbo, pero no podía negar que también era un poco decepcionante. No solo deseaba probar carne joven, también quería que me dieran duro, y eso iba a ser complicado sin experiencia. Aun así, las ganas que tenía de vengarme de mi amiga por llamarme puta hicieron que siguiera adelante con el plan.


Ese plan todavía parecía lejos de poder cumplirse. Sin embargo, Arantxa acabó encontrando a un pobre incauto que aceptó esas supuestas clases extra. Para conseguirlo, tuvo que rebajar muchísimo sus exigencias. Empezó con los que estaban más buenos y acabó convenciendo al más enclenque del lugar. Un niñato que llevaba dos días por allí y que también tenía pinta de no haber visto un coño en su vida.


- Sigue en pie lo de dejarme tu casa, ¿no?


- Sí, claro, pero mientras te lo follas yo me refugiaré en la tuya.


- Sin problema, ya empieza a hacer buen tiempo, inaugura el verano en la piscina.


- Esa era mi idea, estrenarlo.


Al terminar la clase nos intercambiamos las llaves de nuestras casas y Arantxa se fue directamente a la mía con su casi imberbe amante. Yo me dirigí a su chalet, con la idea de hacerle caso y esperar a Edgar en la piscina. Rebusqué en los armarios de mi amiga y me puse su bikini más provocativo. Como yo tenía más curvas, apenas me contenía las tetas. Era perfecto.


Tras darme un baño rápido, estiré mi cuerpo húmedo sobre una hamaca para que eso fuera lo primero que viese el joven al llegar. Apareció a la misma hora de siempre y mi presencia no pasó inadvertida para él. Salió al jardín y ni siquiera se esforzó en disimular, me miró descaradamente los pechos. Eso me excitó muchísimo.


- ¿Dónde está mi madre?


- Ha quedado con su amante.


- Muy bueno.


- Ha tenido que irse, ¿te valgo yo?


- Pues depende de si estás dispuesta a darme dinero para salir esta noche.


- No, pero quizás si pueda darte otra cosa.


- ¿De verdad?


- Solo si eres un buen chico.


- Soy el mejor.


- ¿Qué querrías que te diera?


- Un besito... ¿sería mucho pedir?


- ¿En la cara, en la boca o lo quieres en la polla?


- Los quiero los tres.


Me puse de pie, coloqué una mano en su cuello y le di un beso en la cara. Acto seguido besé sus labios. Después lo miré a los ojos y descendí lentamente hasta colocarme a la altura de su paquete. Tras el pantalón de deporte se intuía un bulto descomunal, era obvio que el par de besos habían sido suficientes para hacer que se empalmara.


Posé mis labios sobre su tranca y la besé a través del pantalón. Edgar se quejó y yo sonreí maliciosamente, sabiendo que el joven quería mucho más. Poco a poco se lo fui bajando, hasta que su enorme pene quedó liberado y me apuntaba directamente a la cara. En vez de un beso, recorrí el tronco entero con mi lengua, desde la punta hasta la base.


Edgar trataba de contenerse, pero se notaban sus ganas de clavármela hasta la garganta. Me introduje su glande en la boca y eso lo hizo gemir. Se lo cubrí de saliva y comencé a engullir muy despacio, tragando cada milímetro de su gran barra de carne. En mi mente nunca estuvo la idea de satisfacerlo sin obtener nada a cambio, pero hacía tanto tiempo que no mamaba una verga tan joven que no lo pude resistir.


Mis movimientos de cuello cada vez eran más veloces. Edgar se atrevió a sujetarme la nuca y empujaba sutilmente para que me la tragara entera. El joven parecía a punto de correrse, pero aun así no me dejaba parar ni siquiera para coger aire. Estaba decidida a pedirle que después me comiera él a mí el coño y aplazar la emoción del polvo para otro día.


Su forma de jadear me indicaba que estaba a punto de tener un orgasmo. Mi idea era parar y pajearlo hasta que se corriera sobre el césped. Pero antes de que eso sucediera, me sonó el móvil, que seguía en la hamaca. No tenía intención de cogerlo, pero vi que era Arantxa y preferí no darle motivos para que sospechara. Aunque Edgar protesto, decidí atender la llamada.


- ¿Todo bien, amiga?


- No, no me he atrevido a hacerlo.


- ¿Por qué?


- Ahora te cuento, estoy llegando a mi casa.


Mientras hablaba con su madre, Edgar se la meneó y eyaculó en mi cara, llenando de semen incluso el teléfono. Tenía muy poco tiempo antes de que llegara, así que no podíamos seguir, pero tenía claro que debía estrenar al hijo de mi mejor amiga.


Continuará...



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