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viernes, 31 de enero de 2025

Autobús

 

El autobús avanzaba lentamente por la ciudad, el trajín del día había dejado un cansancio general en los pasajeros. Entre ellos, una joven llamada Clara se acomodó en su asiento, cerca de la ventana. Llevaba un vestido ligero que se ajustaba delicadamente a su figura, y su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros. El sol de la tarde se filtraba por las ventanas, acariciando su piel con una luz dorada.

Clara no podía evitar notar las miradas discretas que se posaban sobre ella. Un hombre sentado a unos asientos de distancia la observaba con interés, sus ojos recorriendo su silueta con admiración. Ella, consciente de su presencia, jugueteaba con el borde de su vestido, dejando entrever un poco más de su pierna. Cada movimiento suyo era calculado, como si estuviera bailando una danza silenciosa en la que solo ellos dos participaban.

El autobús tomó una curva, y Clara se inclinó ligeramente hacia un lado, permitiendo que su cabello se deslizara sobre su rostro. El hombre no pudo evitar sonreír, y ella, al notarlo, le devolvió una mirada cargada de complicidad. El aire entre ellos se volvió eléctrico, como si el mundo exterior hubiera desaparecido y solo existieran ellos en ese momento.

El viaje continuó, y con cada parada, la tensión entre ambos crecía. Clara se mordía suavemente el labio inferior, mientras el hombre ajustaba su postura, intentando disimular el efecto que ella tenía en él. Finalmente, el autobús llegó a su parada, y Clara se levantó con gracia, recogiendo su bolso. Al pasar junto al hombre, sus miradas se encontraron una última vez, y un ligero roce de sus manos fue suficiente para dejar una promesa en el aire.

El autobús continuó su camino, pero el recuerdo de aquel encuentro fugaz permanecería en ambos, como un secreto compartido en medio del bullicio de la ciudad.

Desde aquel día Clara prestó mucha atención cada vez que subía al autobús buscando disimuladamente a ese hombre. Por fin volvieron a coincidir y sin aparcar la mirada se situó junto a él, la tensión flotaba entre ellos y poco antes de bajar le dijo que si le apetecía hablar un poco tomando un café con el, por qué desde el otro día había quedado prendado … aunque Clara pensó que era algo muy precipitado, también pensó que era lo que ella quería y accedió, se conocieron y acabaron entregados a la pasión



Bosque

 

El bosque era denso, con árboles que parecían tocarse en lo alto, formando un dosel que apenas dejaba pasar la luz del atardecer. El aire estaba cargado de humedad y el aroma a tierra mojada y hojas secas. Entre la espesura, dos figuras se movían con sigilo, como si el mundo exterior no existiera.

Ella, con su cabello oscuro cayendo en ondas sobre sus hombros, caminaba descalza sobre la alfombra de musgo, sintiendo cada textura bajo sus pies. Él la seguía de cerca, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y curiosidad. No había palabras entre ellos, solo el sonido de la respiración agitada y el crujido ocasional de una rama bajo sus pies.

De repente, ella se detuvo y se volvió hacia él. Sus labios se encontraron en un beso apasionado, como si el bosque entero contuviera la respiración para no interrumpirlos. Las manos de él se deslizaron por su cintura, mientras ella lo atraía más cerca, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo.

El bosque parecía cobrar vida a su alrededor, como si la naturaleza misma estuviera celebrando su conexión. Las hojas susurraban secretos al viento, y el aire se llenó de un magnetismo casi palpable. Era un momento de pura lujuria, de entrega total al instinto y al deseo.

Cuando finalmente se separaron, el bosque volvió a su silencio habitual, pero algo había cambiado. El mundo parecía más vivo, más intenso, como si el simple acto de entregarse al deseo hubiera despertado algo antiguo y poderoso en el corazón del bosque.

Al final en una cabaña que encontramos dieron rienda suelta a la pasión 





jueves, 30 de enero de 2025

María


María era una mujer que deslumbraba a donde quiera que iba. No solo por su belleza, sino por la confianza con la que llevaba su voluptuosidad. Sus curvas eran tan naturales como su sonrisa, y su presencia irradiaba una energía que atraía a todos a su alrededor. No era solo su físico lo que la hacía especial, sino la forma en que abrazaba su feminidad sin complejos.


Un día, mientras caminábamos por el parque, noté cómo las miradas se volvían hacia ella. No era algo que la molestara; al contrario, parecía disfrutar de la vida con una naturalidad envidiable. "¿Sabes?", me dijo en un momento de confidencia, "la clave no está en lo que los demás piensen de ti, sino en cómo te sientes contigo misma". Esa frase resonó en mí, porque María no solo era voluptuosa en su cuerpo, sino también en su alma. Generosa, cálida y siempre dispuesta a reír, era una amiga que inspiraba a quererse a uno mismo tal y como es.





Dentro del apartamento de Lucas, el ambiente era cálido y envolvente. Las luces tenues creaban sombras danzantes en las paredes, y el aroma a sándalo flotaba en el aire, mezclándose con el perfume ligero de Clara. La música había vuelto a sonar, esta vez más baja, como si no quisiera interferir en el momento que se desarrollaba entre ellos.


Lucas guió a Clara hacia el centro de la sala, donde un sofá de cuero negro parecía esperarlos. Sus manos se encontraron, y el contacto fue como una chispa que encendió algo que ambos habían estado reprimiendo desde aquel primer encuentro en el ascensor. Clara sintió el calor de su piel, áspera pero suave al mismo tiempo, y un escalofrío recorrió su cuerpo.


—No sabes cuánto tiempo he esperado esto —murmuró Lucas, acercándose a ella hasta que sus labios estuvieron a solo un suspiro de distancia.


Clara no respondió con palabras. En lugar de eso, cerró los ojos y dejó que su cuerpo hablara por ella. Se inclinó hacia adelante, y sus labios se encontraron en un beso lento y profundo, lleno de promesas y deseos contenidos. Fue un beso que lo dijo todo: la atracción, la curiosidad, la necesidad de explorar lo desconocido.


Lucas la envolvió en sus brazos, acercándola aún más a él. Sus manos recorrieron su espalda, sintiendo la seda de su bata deslizarse bajo sus dedos. Clara, por su parte, se aferró a su camisa, sintiendo los latidos acelerados de su corazón a través de la tela. El mundo exterior desapareció, y solo existían ellos dos, en ese momento, en ese lugar.


Poco a poco, el beso se volvió más intenso, más urgente. Lucas deslizó una mano por el cuello de Clara, tocando su piel con una delicadeza que la hizo estremecer. Ella, a su vez, desabrochó los últimos botones de su camisa, revelando un torso musculoso y cálido. Sus manos exploraron cada centímetro, como si quisiera memorizarlo.


—Clara —susurró Lucas entre besos, su voz ronca y cargada de deseo—. No tienes idea de lo que me haces sentir.


Ella sonrió, un gesto lleno de complicidad y provocación. —Entonces muéstrame —respondió, deslizando la bata por sus hombros hasta que cayó al suelo, revelando la silueta delicada y sensual que había estado oculta bajo la tela.


Lucas la miró con una mezcla de admiración y deseo, como si no pudiera creer que estuviera realmente allí, frente a él, entregándose por completo. Sin decir una palabra, la tomó en sus brazos y la llevó hacia el sofá, donde la recostó con suavidad. Sus labios encontraron los suyos nuevamente, pero esta vez no se detuvieron allí. Recorrieron su cuello, sus hombros, su clavícula, dejando un rastro de fuego a su paso.


Clara arqueó la espalda, entregándose al placer que solo él podía darle. Sus manos se entrelazaron en su cabello, tirando suavemente mientras él exploraba cada curva, cada rincón de su cuerpo. La música seguía sonando de fondo, pero ya no la escuchaban. El único sonido que importaba era el de sus respiraciones entrecortadas, mezclándose en un ritmo sincronizado.


En ese momento, en el apartamento 3C del edificio *Las Gardenias*, el tiempo pareció detenerse. Dos almas solitarias se encontraron en la oscuridad, dejando atrás las inhibiciones y entregándose a un deseo que había estado creciendo entre ellos desde el primer día. Y mientras la noche los envolvía, Clara y Lucas descubrieron que, a veces, los vecinos pueden ser mucho más que simples compañeros de edificio.




 Era viernes por la tarde en la agencia de publicidad donde trabajaba Ana. La mayoría de sus compañeros ya se habían marchado, dejando la oficina en un silencioso ambiente iluminado por el sol del atardecer que se filtraba por los ventanales.


Ana terminaba de revisar las últimas presentaciones cuando Marcos, el director creativo, se acercó a su escritorio. Llevaban meses trabajando juntos en varios proyectos, y la tensión entre ellos era cada vez más evidente en las reuniones y los momentos a solas.


"¿Todavía aquí?", preguntó él, apoyándose casualmente en el marco de su cubículo. Su camisa arremangada dejaba ver sus antebrazos bronceados, y su corbata ligeramente aflojada le daba un aire relajado que contrastaba con su habitual formalidad.


"Quiero dejar todo listo para la presentación del lunes", respondió ella, consciente de cómo su falda se había subido ligeramente al cruzar las piernas.


Marcos se acercó más, inclinándose sobre su hombro para mirar la pantalla. Su colonia inundó los sentidos de Ana, mezclándose con el aroma a café que flotaba en el aire. "Podríamos revisarlo juntos", sugirió, su voz más baja de lo habitual.


Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando los dedos de Marcos rozaron accidentalmente su hombro al señalar algo en la pantalla. El contacto, aunque breve, envió una corriente eléctrica por todo su cuerpo.


"¿Te apetece terminar esto en la sala de reuniones?", propuso él. "Estaremos más cómodos."


Ana asintió, recogiendo su laptop. La sala de reuniones tenía grandes ventanales que ofrecían una vista espectacular del atardecer sobre la ciudad. Las luces estaban apagadas, y solo el resplandor anaranjado del sol iluminaba el espacio.


Mientras revisaban la presentación, sentados uno junto al otro en los cómodos sillones ejecutivos, la proximidad entre ellos se volvía cada vez más intensa. Cada vez que sus manos se rozaban al señalar algo en la pantalla, la tensión aumentaba.


"Creo que esto ya está perfecto", murmuró Marcos, cerrando suavemente la laptop. En la penumbra, sus ojos brillaban con una intensidad que hizo que el corazón de Ana se acelerara.


"Deberíamos...", comenzó Ana, pero las palabras se desvanecieron cuando Marcos se inclinó hacia ella, su mano rozando suavemente su mejilla.


El sonido del personal de limpieza en el pasillo los devolvió a la realidad. Se separaron lentamente, conscientes de dónde estaban.


"¿Cenamos algo?", sugirió Marcos, su voz ronca. "Conozco un lugar discreto cerca de aquí."


Ana sonrió, recogiendo sus cosas con manos temblorosas. "Me encantaría."


Mientras bajaban en el ascensor, solos en el edificio casi vacío, sabían que esa noche marcaría el inicio de algo más que una simple relación laboral.


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El restaurante que Marcos había elegido era íntimo y acogedor, ubicado en un callejón tranquilo a pocas cuadras de la oficina. Las velas en las mesas creaban un ambiente romántico, y la música suave envolvía la conversación en un manto de privacidad.


"No puedo creer que nunca hayamos cenado juntos antes", comentó Ana, jugando nerviosamente con su copa de vino tinto.


"Quizás estábamos esperando el momento adecuado", respondió Marcos, sus ojos fijos en ella mientras servía más vino. Su rodilla rozó la de ella bajo la mesa, y ninguno de los dos hizo ademán de moverse.


La cena transcurrió entre conversaciones sobre trabajo y confesiones personales, cada palabra cargada de un significado más profundo. Las miradas se volvían más intensas con cada sorbo de vino, y el espacio entre ellos parecía disminuir aunque ninguno se había movido.


Cuando salieron del restaurante, la noche había refrescado. Marcos se quitó su chaqueta y la colocó sobre los hombros de Ana, sus manos demorándose más de lo necesario sobre su piel.


"Mi apartamento está cerca", murmuró él, su voz mezclándose con el sonido distante del tráfico. "Podría preparar un café..."


Ana se giró hacia él, sus labios a centímetros de distancia. "Me encanta el café", susurró, sus ojos brillando con deseo contenido.


El corto trayecto hasta su apartamento fue una prueba de autocontrol. En el ascensor, la tensión era casi insoportable. Marcos mantenía su mano en la parte baja de la espalda de Ana, un gesto aparentemente inocente que enviaba ondas de calor por todo su cuerpo.


El apartamento era elegante y minimalista, con grandes ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad nocturna. Marcos se dirigió a la cocina, pero Ana lo detuvo, tomando su mano.


"El café puede esperar", dijo suavemente, acercándose más a él.


La luz de la ciudad que se filtraba por las ventanas creaba sombras sugerentes mientras sus labios finalmente se encontraban, liberando meses de tensión contenida. Las manos de Marcos se deslizaron por su cintura, atrayéndola más cerca, mientras ella entrelazaba sus dedos en su cabello.


El beso se profundizó, y Ana sintió cómo su espalda tocaba suavemente la pared. Los labios de Marcos trazaron un camino hacia su cuello, provocando que un suave gemido escapara de sus labios.


"¿Estás segura?", susurró él contra su piel.


Como respuesta, Ana comenzó a deshacer el nudo de su corbata...




miércoles, 29 de enero de 2025

La casa sin puertas

 **Lujuria en casa sin puertas**

En un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques, existía una casa peculiar. No era su arquitectura lo que la hacía única, sino su falta de puertas. La casa, construida hace décadas por un excéntrico arquitecto, era un laberinto de pasillos abiertos, habitaciones conectadas y cortinas que apenas ocultaban los espacios íntimos. Nadie sabía por qué el arquitecto había decidido omitir las puertas, pero los rumores sugerían que era un experimento social, una forma de desafiar las convenciones y explorar la intimidad humana.

La casa había sido heredada por Clara, una joven de mirada curiosa y sonrisa misteriosa. Clara no era como los demás habitantes del pueblo. Desde que llegó, su presencia despertó algo en la gente: una mezcla de fascinación y deseo. Ella no ocultaba su naturaleza libre, y su casa sin puertas se convirtió en un símbolo de su forma de vida.

Una tarde de verano, el calor sofocante llevó a los vecinos a buscar refugio en la casa de Clara. Entre ellos estaba Daniel, un hombre de mirada intensa y manos callosas, que siempre había sentido una atracción inexplicable hacia Clara. También estaba Sofía, una mujer de cabello oscuro y labios rojos, cuya curiosidad por Clara iba más allá de la amistad.

La casa, con sus cortinas ondeando al ritmo de la brisa, parecía respirar. Clara los recibió con una sonrisa y una copa de vino. Pronto, el ambiente se llenó de risas, miradas furtivas y un tensiones que nadie se atrevía a nombrar.

—¿Nunca te ha molestado no tener puertas? —preguntó Daniel, mientras sus ojos recorrían el cuerpo de Clara.

—Las puertas son solo barreras —respondió ella, acercándose a él—. Aquí, todo es transparente. No hay secretos.

Sofía observaba la escena desde el otro lado de la habitación, sintiendo cómo el calor del vino y la atmósfera cargada la envolvían. Se acercó a Clara, y sus dedos rozaron los de ella al tomar otra copa.

—¿Y si alguien quiere privacidad? —preguntó Sofía, con una voz que apenas era un susurro.

Clara sonrió, sabiendo que la pregunta iba más allá de las palabras.

—La privacidad es una ilusión —dijo—. Aquí, todo se comparte.

La noche avanzó, y la casa sin puertas se convirtió en un escenario de pasiones desatadas. Las cortinas ondeaban como testigos mudos de los suspiros y gemidos que resonaban en sus pasillos. Daniel y Sofía, guiados por una atracción que no podían negar, se encontraron en el centro de la habitación, con Clara observándolos desde la distancia, como una diosa que disfrutaba de su creación.

La lujuria, como un fuego que no podía ser contenido, se extendió por la casa. Las barreras invisibles que separaban a las personas se desvanecieron, y por una noche, todos fueron parte de algo más grande que ellos mismos.

Al amanecer, la casa sin puertas seguía en pie, pero algo había cambiado en sus habitantes. Daniel y Sofía se miraron, sabiendo que lo que habían vivido no era algo que pudieran olvidar. Y Clara, con su sonrisa enigmática, los observó desde la ventana, sabiendo que su casa había cumplido su propósito: desafiar las convenciones y liberar los deseos más profundos.

La casa sin puertas seguía siendo un misterio, pero para aquellos que la habían habitado esa noche, se había convertido en un símbolo de libertad, pasión y lujuria.




jueves, 23 de enero de 2025

Mi gordita

 Mi gordita jajaja, es la mejor la que siempre está dispuesta a complacerme y que lo pasemos muy bien 

Mi gordita es la verga de mi chico y cuando nos conocimos y empezamos a ya sabéis a jugar, me pareció muy gorda para mi conchita y pues le puse ese nombre 

Aunque las he probado más gordas, la sigo llamando mi gordita con cariño porque fue la primera que me descubrió un mundo nuevo.

Aunque me asustaba un poco, también hacía que me pusiera muy caliente con solo imaginar se iba poniendo dura y gorda mientras mi chico me besaba y acariciaba mis pechos...

Mi vagina es muy muy estrecha por lo que después de lo típico de empezar haciendo pajas luego mamando lo siguiente hubiera sido la concha pero cogíamos por el culo porque era más elástico 

Obvio que después de que me cogiera el culo yo me ponía muy caliente y intentábamos por la concha aunque costó bastante trabajo llegar a coger completamente bien por la concha.

Supongo que era algún tipo de trauma lo que me pasaba por qué desde que una noche cuando yo tenía 28 años vi a mis padres cogiendo, como por arte de magia ya no tenía ningún problema aunque mi vagina siguiera haciendo estrechita ya no tenía problema con vergas gordas, cuanto más gorda mejor ja ja ja