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sábado, 8 de marzo de 2025

Juegos sexuales de pareja


 Antonia y yo, Carlos, con la marcha de nuestro hijo al extranjero, hasta hace unos años aprovechábamos esa soledad para follar como descosidos. Pero los más de veinticinco años que llevamos juntos, empezaron a hacer mella en nuestras relaciones sexuales. No sé exactamente cómo surgió la cosa, si fue Antonia quien lo propuso o si fui yo, la cuestión es que decidimos empezar a hacernos jugarretas de contenido sexual el uso al otro, normalmente con terceras personas, en las que la condición era terminar follando los dos, como digo, normalmente con otras personas que se prestaban a jugar.


Para que nos nos conozcáis os presento. Antonia es una morena guapa de casi cincuenta años, alta, buenas tetas con grandes areolas rosadas y pezones siempre duros desde que tuvo a nuestro hijo, un poco de barriguita, que es su lucha permanente, un bonito culo, que se le está poniendo respingón de ir al gimnasio, un chochito pequeño con una matita de pelo corto y unas piernas bonitas y estilizadas. ¡Vamos un bombón de madura! Yo le llevo a Antonia unos diez años, luego estoy al borde de los sesenta, también moreno y más o menos de la altura de Antonia, canoso ya el pelo de la cabeza y de todo el cuerpo, delgado y con un cuerpo de escombro de no haber hecho deporte en toda mi vida, tradición que no voy a romper ahora con mi edad.


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La primera:


Por fin a nuestro hijo le habían dado las vacaciones en el colegio y se había marchado a casa de su abuela. Naturalmente, tanto Carlos como yo lo queríamos con locura pero, después de más de veinte años de relación, necesitábamos pasar unos días al año a solas a fin de fortalecer la pareja para el largo curso siguiente.


Ese día nos habíamos ido al centro a comer y la verdad es que disfrutamos la comida de lo lindo. Antes de marcharnos y mientras Carlos pagaba fui al servicio. Al volver a la mesa había una chica como de veinticinco años, guapa y de muy buen tipo sentada con él.


- Patricia te presento a Antonia, mi mujer –dijo Carlos mientras me sentaba-.


- Hola Antonia –dijo la tal Patricia levantándose y dándome dos besos- Perdona el asalto pero es que no tenía otra solución. –Se la veía como muy agobiada, como si algo grave le estuviera pasando-.


- Antonia –terció Carlos-, Patricia es alumna mía de último curso y en un descuido o ha perdido o le han robado el bolso con el móvil, el dinero, las llaves de su piso, en fin, con todo.


- La verdad es que he estado tonta ¡vamos gilipollas! Estaba sentada en un sitio aquí al lado tomando un café y no se me ha ocurrido otra cosa que dejarme el bolso en la mesa cuando he ido al servicio. Al volver a la mesa, el bolso ya no estaba. Me he agobiado muchísimo al darme cuenta que me había quedado en la calle: mis padres están de viaje en el extranjero, mis compañeras de piso se han ido ya a sus casas, como no tengo el móvil no tengo el teléfono de nadie y además no tengo ni dinero ni las llaves de casa.


Desde luego, contado así era para agobiarse bastante. Empezó a darme pena de Patricia. Por la edad podría ser mi hija y me la imaginaba en una situación así.


- Al rato de estar buscando el bolso por todas partes –continuó Patricia- he visto a Carlos y echándole cara me he sentado y le he contado la papeleta.


- No te apures Patricia, haremos lo que haga falta hasta que la situación se recomponga. –Dije yo mirándola a ella y a Carlos-.


- Bueno, lo primero es denunciar la desaparición del bolso –dijo Carlos-. Así que haremos lo siguiente: toma estos cincuenta euros, ve a la comisaría de turistas del Patio Banderas y denúncialo como robo, si no aparece, luego te será más fácil volver a sacar la documentación, cuando termines, coges un taxi y te vienes para casa, aquí tienes la dirección y mi número de móvil, desde allí trataremos de ir solucionando las cosas.


Como siempre, Carlos ya lo había planificado todo, que maniático de la organización. Pero lo cierto es que esta vez estaba de acuerdo con él.


- Muchas gracias Carlos y, por supuesto Antonia, no se como se lo voy a poder agradecer.


- ¿Quieres que te acompañemos a la comisaría? –Le pregunté a Patricia-.


- ¡No por Dios Antonia! Bastante lata os estoy dando y además hace un calor insoportable.


Nos levantamos, la acompañamos un poco y cogimos un taxi para volver a casa.


- Vaya papeleta que tiene encima la chica ¡que putada! –Le dije a Carlos cuando nos montamos en el taxi-. ¿La conoces mucho?


- No que va, ya sabes que no suelo intimar con los alumnos. Le he dado clase en los últimos años. Es una chica muy seria y muy trabajadora. No se como ha podido hacer la tontería de dejarse el bolso en la mesa, sabiendo el personal que merodea por aquí.


- Pues es muy guapa y tiene mucho estilo.


- Bueno, si tú lo dices –me contestó Carlos con un guiño-.


Llegamos a casa, pusimos el aire y nos preparamos una copa. A los cuarenta y cinco minutos más o menos Patricia estaba llamando al telefonillo.


- No sabéis como os lo agradezco. Si no os llego a encontrar no se lo que habría hecho. –Dijo Patricia cruzando la puerta y dándome un par de besos. Estaba ya un poco más tranquila-.


- ¿Quieres una copa? –Le preguntó Carlos cuando volvimos al salón-.


- Yo normalmente no bebo alcohol, pero ahora si. Necesito esa copa.


Como nos pasa a todos con la mierda de los móviles, no recordaba ni un teléfono, salvo el de casa de sus padres, pero estos estaban de viaje en el extranjero y no volvían hasta el día siguiente. No tenía llaves, ni dinero, ni nada, ni siquiera una muda para cambiarse.


- Bueno Patricia no te preocupes más. Si lo encuentran llamarán y si no, pues te quedas aquí los días que hagan falta y listo. –Le dije mientras Carlos le preparaba la copa-.


Era más o menos de mi altura y un poco más delgada, así que pensé que le prestaría ropa mía para que, al menos, pudiera cambiarse.


Cuando terminamos la copa eran las nueve de la noche, le pregunté si quería ducharse y cambiarse de ropa antes de cenar, respondiéndome que por supuesto, pero que no tenía otra ropa. Le ofrecí la mía y aceptó encantada, agradeciéndome la atención.


Nos fuimos ella y yo a la habitación y de dije que escogiera lo que más le gustase. Fui a buscarle unas toallas, cuando entré de nuevo en la habitación estaba de espaldas a la puerta completamente desnuda. Me quedé mirándola, era un pibonazo de cuidado. Tenía una espalda ancha, sin ser excesiva, un culo redondo y respingón y unas piernas perfectas. Me hice notar, por si quería taparse, pero lejos de eso se dio la vuelta sin el más mínimo pudor y entonces pude observarla por delante. Tetas grandes, sin ser excesivas, vientre plano como una mesa y el vello del pubis muy corto, pero no completamente depilado. Debo decir que soy bastante bisexual y también debo confesar que me sentí profundamente atraída por aquel cuerpo y aquella cara.


- ¿Por qué te decides? –Le dije sobreponiéndome a la impresión-.


- Yo creo que por algo fresquito, si a ti no te importa.


- Lo que tú escojas estará bien. Aquí te dejo las toallas.


Salí de la habitación pensando que la tarde había sido fantástica, con perdón de las desgracias de Patricia. Había tenido una comida estupenda con Carlos y la visión en vivo de aquella modelo me había puesto como una moto.


Carlos y yo nos fuimos a la cocina a preparar algo de cena y no pude evitar comentarle a Carlos lo rebuena que estaba su alumna.


- Antonia no me calientes, que yo tengo que verla como a una alumna, como a una sobrina. – ¡Los cojones! Pensé para mí conociéndolo-.


- Pues es una lastima para ti, porque yo la veo como una tiaca que está para comérsela.





jueves, 27 de febrero de 2025

Entre primos

 Hace años mi prima Luisa me confundió con una vaca lechera, ella había visto coger a otra prima y pues le llamo mucho la atención cómo le salía lechita del novio de la otra prima 


Ella y yo nos llevábamos muy bien, casi como hermanos y a los 15 años me sorprendió con una pregunta: oye tú también tienes leche ahí en tu cosita? 

Es que vi como hacía Jesse y su novio y vi qué a él le salía leche de ahí 


Hiciste mal espiando a Jessica y si , ah todos los chicos nos sale lechita 

Porfa déjame ver como a ti también te sale porque eso me parece muy raro, no sois vacas, cómo vais a dar leche !?


La enseñe a jalar y ella se fue calentando, le propuse que me la podía mamar... y se fueron dando las cosas 

Supongo que soy tonto porque mi prima ya había visto coger a sus padres y sabían bien lo de la lechita, ella solo quería experimentar bien de cerca cómo salía la lechita, pero bueno supo muy rico cuando me jalaba, chupaba y las veces que cogíamos




martes, 25 de febrero de 2025

Me folle una vampiresa

 Lógicamente los vampiros no existen, pero bueno esta chica tenía los colmillos bastante grandes en mi opinión. 

Es una chica bastante animada y alegre y pues aunque ya suponía que mucha gente le hubiera comentado lo de  sus colmillos de vampiro, le hice una típica broma de mostrar mi cuello y decir que se sirviera de sangre. 

Supongo que debió pensar: otro gilipollas, pero por la situación en la que estábamos, solo sonrío un poco y empezamos a hablar de nuestras vidas...

La cosa se fue animando y pues una cosa llevó a otra, todos sus amigos fueron desapareciendo, los míos también...y podríamos habernos despedido y ya está pero los astros debieron alinearse y bueno ni ella ni yo queríamos cerrar la noche en blanco. 

Ambos nos sentíamos atraídos por el otro o puede que ya a ciertas horas de la noche el deseo se apodere de nosotros, el caso es que nos empezamos a proceder a dar y buscar placer , sinceramente llegué a pasar mucho miedo cuando ella me la estaba chupando y veía como sus colmillos jugaban con mi capullo clavándose un poco y luego relajando la presión al tiempo que sus ojos me miraban pícaros 

Era una experta jugando con su lengua y sus colmillos y bueno también se le veía que es muy buenas en la cama 

Al final después de que nos hubiéramos corrido varias veces, nos quedamos descansando tumbados en una cama y para recuerdo me mordió el cuello un poco en plan vampiresa 




sábado, 15 de febrero de 2025

Madrastra

 


Al comenzar la universidad le había sugerido a mi padre la posibilidad de buscar un lugar más próximo a la facultad de Enfermería donde iba a estudiar. Él accedió a pagar aquel apartamento con la única condición de que aprobase un 75% de las asignaturas del curso y así, sin ser consciente de ello, me permitió distanciarme de su fascinante y perturbadora esposa.


Si mi padre nunca tuvo excesivo interés en mantenerme al tanto de la marcha de sus negocios, cuando dejé claro que no dedicaría mi vida a aumentar su fortuna, éste me dejó totalmente al margen. Mi padre nunca compartió conmigo sus problemas, sólo sus éxitos. Con todo, me enteré de que tenía que poner orden en sus finanzas. Por un lado, para hacer frente a una menor actividad económica, y por otro, para asegurarse de que no dejaba flancos abiertos por los que pudiese prosperar la investigación a la que estaba siendo sometido.


Aquella sería la primera de esas infructuosas investigaciones que, años después, quedarían reducidas a poco más de unos cuantos folios. Sin embargo, en aquel momento le pusieron en serios aprietos.


Las cosas le empezaron a ir mal en cuanto los inspectores de Hacienda se le echaron encima. Durante semanas se recluyó con un grupo de abogados y asesores que, al mismo tiempo que buscaban asegurarse de que no terminaría en la cárcel, trataban de poner su patrimonio a salvo de posibles embargos


Mi madrastra se había desvivido por levantar la empresa. Desde que se pusiera al frente la había mantenido alejada de las adjudicaciones irregulares, había hecho los ajustes necesarios e iba, a duras penas, manteniéndola a flote. Virginia demostró que como promotora inmobiliaria era dura, luchadora, trabajadora y resistente.


No obstante, según le aconsejó su fiel abogado, a mi padre no le interesaba que la empresa siguiera adelante. Ya había cumplido su función. La había utilizado como un instrumento de blanqueo en ese circuito infinito del que tanto le gustaba hablar. Ahora que ponía orden, tocaba soltar lastre y hacer desaparecer cualquier rastro que pudiese seguirse contra él. Y lo peor fue que no tuvo agallas para anticipar a Virginia su decisión.


Paradójicamente, fue Iglesias, el abogado a quien mi madrastra había rechazado años atrás, el encargado de comunicarle la dramática noticia. Se presentó en el despacho de Virginia, en las mismas oficinas de la constructora, y le comunicó que la empresa que su padre había creado y a la que había dedicado su vida iba a desaparecer.


Virginia salió de las oficinas de la constructora nada más saberlo, condujo hasta la casa de Torrelodones, entró en el despacho donde mi padre estaba reunido con sus asesores y le exigió a gritos una explicación.


Mi padre, como siempre, no entró en detalles. Ni siquiera se alteró. Tan solo mostró una cierta incomodidad por que le montase aquella escena en presencia de terceros. “Todos tenemos que hacer sacrificios”, le dijo. Buscaremos otra cosa para ti, pondremos en marcha nuevos proyectos y serás tú quien los dirija.



No entiendes nada —fue lo único que replicó ella antes de irse.


Virginia se marchó. Se instaló en casa de sus padres, en una lujosa urbanización. Sin embargo, al cabo de unos días me llamó y me pidió que nos viésemos. Me contó lo ocurrido y me aseguró que aquello era el final, que solicitaría el divorcio.



De pronto —me dijo—, descubres que todo es absurdo. Al final llega un momento en que dejan de funcionar las explicaciones y las mentiras que uno se cuenta a sí mismo para seguir adelante.


Lo había dado todo por mi padre. Se había convertido en la ama de casa que nunca imaginó que sería. Había renunciado, aceptado, asumido, colaborado, ocultado y permitido demasiadas cosas a lo largo de los cinco años que llevaban juntos.


Así se lo había dicho también a él, después de intentar que comprendiera que merecía algo más a cambio de la vida profesional y la independencia a la que había renunciado.



Yo no te lo pedí —le respondió él—. Tú lo elegiste.


Aquella tarde mi madrastra por fin se decidió. Habían pasado un par de meses de aquel arrebato por su parte que acabó en una imponente mamada en la cocina, y todo mi esperma en el gazpacho de posteriormente Virginia sirvió a mi padre y los mismos colaboradores que ahora habían liquidado la constructora de su familia.


Lo hicimos en mi apartamento, y para mí fue diferente a todo lo anterior. En vez de follar como siempre hacía con mi amiga rusa y, por primera vez, hicimos el amor. Besos y más besos, pequeños y grandes, tiernos mordiscos, y sus piernas que no se acababan nunca. Su sabor, su olor, sus suspiros, sus fingidos intentos de huir, su regreso.



No, no, por favor. Por favor… —y luego su risa— Sí, sí, por favor. Sí…


Y su boca, y su sexo, y más… Todo, me lo dio todo. Me dejó perderme en su cuerpo, sin límites, sin pudor, observando, resistiendo… Abandonándose poco a poco a la marea. Acabados, relajados, abatidos, suaves, consumidos entre las sábanas.


Un par de semanas después Iglesias fue a ver a mi padre con buenas noticias. Su colega en la policía le había asegurado que los de delitos económicos no lograban encontrar nada sólido en su contra. El circuito de blanqueo había funcionado. Los investigadores estaban a punto de tirar la toalla, empezaban a tener la sensación de que no les sería posible hallar una hebra suelta de la que tirar en aquella intrincada maraña contable.


Mi padre convocó a todos sus amigos, quería celebrarlo. Invitó a cenar a Iglesias, a esa mujer madura con la que salía, y a otros asesores y socios, y a mí. Su abogado estaba casi tan contento como él, entusiasmado por tener algo que celebrar tras todo aquel tiempo de angustia. Le vi recibir a su amigo, quien iba de la mano de aquella mujer china que lo tenía atontado. Mi padre saludó a ambos con un abrazo, los ojos le brillaban de alegría.


Virginia también salió a recibirnos. Besó a Iglesias un par de veces, después a ella, y luego a mí.



¿Estás bien? —me preguntó rato después, molesta porque no le hubiese dirigido la palabra.



Has vuelto.


Me sonrió, reconociendo su rendición, y en ese momento no me pareció la mujer dura, la que inspiraba seguridad con solo mirarte. Ya no era aquella joven inexpugnable, de vértigo, que cinco años atrás me inquietó la primera noche que mi padre la llevara a cenar a casa. Por vez primera vi en mi madrastra a una mujer frágil.


Fue una noche agradable. Mi padre empezó hablando de nuevos proyectos. Nos dijo que las cosas iban a mejorar. Nos contó sus ideas de reorganización. Inversiones inmobiliarias. Dedicaría lo que había salvado a adquirir propiedades en la costa mediterránea y el dinero volvería a fluir. Sus socios estaban encantados con la operación, sabían del olfato de mi padre para los negocios y aseguraron que volverían a invertir a su lado. Los de Hacienda se tranquilizarían y todo volvería a ir bien.


Virginia le pidió con delicadeza que dejase de hablar de trabajo. Él se echó a reír, dijo que tenía razón, nos pidió disculpas. “Me estoy volviendo un coñazo”, nos dijo. “Dadme un sopapo si vuelvo a aburriros, por favor”.


Cenamos, bebimos, reímos. Todos. Virginia también. Por lo visto había abandonado sus propósitos. Había vuelto, a casa y a beber en exceso.


Avanzada ya la noche, la acompañé a la cocina a por más bebida. Ya estábamos algo borrachos y por eso no logré contenerme.



¿Por qué has vuelto?


Ella me miró. Con una mirada firme, sin rastro de la fragilidad que había visto últimamente en sus ojos. Me miró siendo otra vez ella y en ese momento supe, y me alegré de saber, que fuera lo que fuese por lo que había regresado, Virginia todavía no se había rendido.


Su voz tranquila tuvo incluso algo de reto.



No lo sé, Alberto. ¿Tú por qué estás aquí?


No supe qué contestar. Días atrás la había visto cansada, rendida, y aquel súbito cambio me desconcertaba. Por suerte ella se dio cuenta de la dureza de su tono y se apresuró a sonreír.



Puede que solo creamos que todavía podemos hacer algo para mejorar las cosas.


Virginia se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, un beso amistoso, de consuelo. Luego se volvió para coger unas botellas y vasos limpios. Yo miré por la ventana de la cocina, vi a mi padre fuera, y me sentí culpable sin saber de qué.



O puede que solo estemos en esta casa porque queremos lo que hay en ella... —concluyó mi madrastra, enigmática, antes de salir de la cocina.


Vaciamos muchas copas esa noche. Se contaron esas anécdotas del pasado que, a pesar de repetirse una y otra vez en cada reunión, van cambiando sutilmente, hasta convertirse en relatos imaginarios que nunca ocurrieron tal como se cuentan.


Virginia y mi padre mantuvieron un equilibrio amable entre ellos, sin caer en peleas ni en arrebatos cariñosos como otras veces.


Había bebido demasiado, de modo que me quedé a dormir en casa de mi padre. La cama parecía dar vueltas en el sentido contrario al que lo hacía mi pensamiento, y me costó bastante quedarme dormido, pues ni lograba entender que Virginia hubiese vuelto ni conseguía dejar de pensar en ella. Puede que ni siquiera llegase a caer dormido cuando un sonido tenue procedente del piso inferior me acabó de desvelar.


Por la radio sonaba a media voz una de las canciones del verano y Virginia bailaba sola en el centro del gran salón de casa, dando vueltas sobre sí misma, siguiendo el ritmo a su aire. La falda del vaporoso vestido de verano se levantaba y enroscaba en sus piernas con cada giro, pero mi hermosa madrastra mantenía en alto la mano derecha, sujetando en ella la copa con ginebra y tónica, sin que se le derramase una sola gota.



Vamos, Alberto, baila conmigo.



Ni lo sueñes.



Jo, no seas aburrido —rezongó como una muchacha caprichosa y achispada— ¿Acaso crees que tu padre se enfadaría si supiese lo que hemos hecho? —dijo escéptica.


A pesar de su distanciamiento de mi padre, Virginia seguía queriendo estar con él. Por eso había vuelto, concluí. Nunca podría haber nada formal entre nosotros, nunca hablaba de lo nuestro porque lo nuestro era solo sexo, un sexo repentino, ardiente, apasionado, intenso, pero sexo al fin al cabo, con principio y final.


Virginia se sirvió otra copa.



Ha cambiado tanto... —añadió con un suspiro— Sabe que tengo un amante, estoy segura, pero le da lo mismo.


Virginia hizo girar el vaso y pareció buscar inspiración en el tintineo de los hielos contra el cristal.



Tu padre se ha convertido en un tirano. Vive encerrado en su castillo, obsesionado con dominar un mundo en el que no se puede vivir, más y más empresas, multinacionales, redes de negocios… Sólo le preocupa lo que está más allá de esa cerca videovigilada que nos rodea, que nos aísla. Es como si quisiera ser Al Pacino, pero no se decidiera en qué película.


Entendí que se refería a la serie “El padrino”, pero la metáfora me pareció demasiado etílica para tomarla en serio.



Y luego, estoy yo —volvió a suspirar— Lo veo en tus ojos, Alberto. Me miras y piensas: “¿Qué hace ésta al lado de mi padre?”, “¿Esperaba más de ella, mucho más?”.


Me preguntó si yo quería otra copa y esa vez le dije que sí. No quería que regresara al asunto de mi padre, deseaba que siguiese bailando, que continuase hablando de ella misma, de los proyectos que tenía en mente.


Normalmente me sentía incómodo cuando Virginia abría la puerta de su intimidad conyugal con mi padre, sobre todo porque si atravesaba esa puerta, entraría en un lugar del que ya no sabría salir. Además, su última afirmación había dado en el blanco. Yo no entendía por qué seguía con mi padre si no estaba a gusto.


Y mi madrastra continuó. Miró al frente y señaló con un dedo amenazador, como si se dirigiese a él.



Ha vendido la empresa de mi padre, la constructora. Me ha apartado de sus asuntos, solo quiere que esté aquí quietecita, como una de esas plantas del jardín. ¿Puedes creerlo?


Me miró como si necesitase asegurarse de que yo la estaba escuchando.



Él destruye mi vida y yo vuelvo a su lado. Cariñosa, sumisa, como si no hubiese pasado nada. Pero desde que regresé, cada día pienso que es el último, que se acabó. Cada día decido sabría me voy, que no volveré más, que aposté y perdí, que estoy harta de este juego, que ya no lo soporto más… Pero no sé estar sin él.


Cerró los ojos y cogió aire con fuerza, conteniendo un suspiro más.



¿Quieres que te cuente un secreto?


Le dije que no, pero a ella le dio igual.



Tu padre guarda una pistola en un cajón de su despacho. La otra noche no podía dormir, y al final fui y la cogí. Regresé al dormitorio y vi que tu padre dormía. Yo nunca había tenido una pistola en la mano, y aún así decidí que iba a matarle, y le apunté. Solo así me libraría de él.


Me apreté las sienes, abrumado. Deseé que Virginia no me hubiese confesado algo así, y a punto estuve de pedirle que se callara.



Estuve así un rato —dijo adoptando una pose— A los pies de la cama, sujetando la pistola, apuntándole con las dos manos…


Meneó la cabeza, se inclinó para que el pelo le cayese hacia delante tapándole la cara, avergonzada de lo que acababa de contar.



Baila conmigo, por favor —suplicó.


No volvimos a hablar de mi padre ni a mencionar su nombre. Bailamos. Bebimos. Escuchamos música. Y cuando llegó el momento, Virginia bailó para mí en medio del salón. Habíamos acabado la botella de ginebra, y yo sólo la veía bailar, y pronto me olvidé de lo demás, porque me gustaba mucho mirarla.


Luego se me acercó despacio. Me abrazó durante unos segundos, sintiéndose a gusto, reconfortada y, finalmente, con ojos pesarosos me pidió que la llevase a mi habitación. Yo no estaba como para pensar con claridad, pero me resistí. Le propuse ir a algún bar.



¿Te preocupa tu padre? —me desafió.


Le dije que no.



Vamos a buscarle —sugirió— y así me folláis los dos.


Volví a decirle que no, que no sabía lo que decía, que había bebido demasiado.



No dejes que me haga daño, Alberto.


En un primer momento pensé que Virginia se refería a mi padre, pero luego comprendí que se refería a ella misma, pues sabía que no estaba haciendo lo correcto ni lo mejor para ella.


Logré convencerla de que se subiese a dormir. Le prometí que al día siguiente le ayudaría a hacer las maletas y le dejaría vivir conmigo durante algún tiempo


Le ayudé a subir la escalera peldaño a peldaño, a trompicones, pero una vez que llegamos, mi madrastra apoyó el rostro en mi pecho y volvió a abrazarme. Como no dijo nada durante un rato, llegué a pensar que se había quedado dormida.



Maldita sea —murmuró.


Entonces alzó la cabeza, confundida, y me miró con ira.



Prometiste protegerme, Alberto.


Virginia se inclinó para quitarse los zapatos y después, con ellos en la mano, abrió la puerta de mi cuarto.



Quiero dormir en tu cama.


La seguí adentro mientras caminaba descalza, de puntillas, dando traviesos saltitos sobre la tarima de madera de la habitación.



Deberías haberme llevado a bailar —me reprochó.


Sin dejar de mirarme, Virginia metió las manos bajo la larga falda de su vestido y, tras un leve contoneo, sus braguitas cayeron al suelo con aire de denuncia. Luego mi madrastra se sentó despreocupadamente en el colchón, erguida, recta, y cruzó las piernas.


Yo tenía los ojos clavados en las uñas de sus pies. Se las había pintado con un rojo oscuro que me resultó familiar, muy próximo al marrón de los inmensos labios de su boca, las rayas negras de sus ojos egipcios casi intactas, las mejillas coloradas y un extraño candor infantil en toda la cara.


Mientras la miraba, sentí ganas de gritar bravo, de cubrirla de olés, de ir a buscar un pañuelo para hacerlo ondear en su honor, como en el teatro, como en los toros, como en el fútbol, y así darle a entender hasta qué punto admiraba la brillantez de aquella puesta en escena. Pero ni siquiera abrí la boca.



¿Por qué me miras así? —y esa vez ella conocía la respuesta.



Porque te admiro mucho.



¿Me admiras? —parecía desconcertada— ¿Por qué?



Pues porque eres fascinante. Y porque eres muy buena conmigo.



Sí, bueno. Quizá demasiado… —se había puesto más colorada, estaba a punto de reventar de color— Pero sé que a ti te gusta.


Se echó a reír, y después, como si ya se sintiera con fuerzas suficientes, fue más sincera.



La verdad es que, ahora que sé lo que sé, no creo que pueda pasar una semana entera sin estar a solas contigo.


Virginia se pasó la mano por la pierna lentamente, de forma sofisticada y frívola, pero luego fue subiendo su falda hasta más arriba de la rodilla. Respiraba de manera agitada ya antes de descruzar las piernas y seguir subiéndose la falda, hasta mostrar un pubis discretamente rasurado, ínfimo.



¿Y qué le dirás a mi padre si nos oye? —le pregunté a distancia.



Que no podías dormir y he venido a contarte un cuento —y volvió a reírse—. Lo tengo todo pensado.



Ya veo.


Y así Virginia volvió a desordenar mi vida, pasando de la elegancia y el refinamiento a adelantar la pelvis para revelar la impresionante hinchazón de su sexo. Sus inflamados y ardientes labios menores desbordaban su vulva, emergiendo hacia fuera como los pétalos de una flor carnosa, igual que las alas de una mariposa tropical.


La mera visión de tan jugosa fruta provocó que se me hiciese la boca agua, y casi se me salen los ojos cuando mi madrastra desplegó su deseo con la ayuda de un par de dedos. Caí de rodillas a sus pies, con la imperiosa necesidad de comer de aquel manjar que ella me ofrecía. Virginia alzó los talones al ver como me aproximaba y separó aún más las rodillas, haciéndome hueco entre sus piernas, brindando a mi lengua una acogedora bienvenida.


Su sexo debía comunicar de algún enrevesado modo con sus cuerdas vocales dado que, al mismo tiempo que empezó a rezumar por un extremo, de su boca emergieron unos agónicos jadeos. Mi barbilla pronto chorreó el aromático néctar de su sexo. Era una humedad inusual, sofocante, densa, que incluso llegaba a formar pringosos filamentos blancuzcos entre su coño y mi mentón.


El estado de mi madrastra me hizo recapacitar y, momentos después, la pobre estaba tan asombrada y al mismo tiempo tan caliente a causa del dedo que su hijastro acababa de introducirle en el ano, que Virginia olvidó las reglas, rompiendo uno de los larguísimos silencios que solían intercalarse entre lametones y chupadas a su empapado coñito, quebrantando una de las directivas que habían mantenido su vida sexual encarrilada en un menú estrecho.



¿Qué piensas hacer, sinvergüenza?


El aire se volvió espeso, denso como un estanque de niebla que yo atravesé con una mirada súbita, furiosa y aguda para derruir sus defensas, obligándola a replantear su ofensiva pues, al fin y al cabo, a las mujeres no les gusta que los hombres les pidan las cosas.


El cadencioso ir y venir de mi largo dedo corazón fue una respuesta suficientemente clara a su pregunta y, al primer gemido, lo simultaneé con toda la astucia de mi lengua en el apéndice idóneo, su lustroso clítoris. Era evidente que mi madrastra se hallaba desaforadamente cachonda, de forma que intuí la oportunidad de gozar de ella del único modo en que no lo había hecho todavía. La excitación sexual recorrió su cuerpo por dentro con alocada disciplina, sin fijarse todavía en un objetivo concreto, pero deseando que fuese el más intenso.


Emboscadas en un pudor antiguo, rancio y estéril, Virginia acusó el asalto de las creencias, del estigma de dejarse mancillar, de ceder a la tentación y de todos esos dogmas imprescindibles para prohibirse a sí misma la posibilidad de gozar con una práctica tan simple como cualquier otra. Una práctica, no obstante, que ella nunca había llegado a disfrutar de verdad.



Despacio, por favor.


Mi deseo me volvió egoísta y fuerte. Me descubrí pensando que al fin y al cabo, aquella mujer vestida de rojo no era más que una mujer como las demás, y que el glamour, el carácter y superficial parentesco que nos unía nada tenían que hacer contra la necesidad de satisfacer nuestros cuerpos. De modo que me negué a pensar durante la siguiente hora e introduje un tercer y definitivo dedo.


Ya no necesitaba argumentos, ni excusas, ni consideraciones morales de ninguna clase. De forma simultánea, devoré su entrepierna y acondicioné lo mejor que pude el diámetro de su otrora estrecho orificio. Lo que tenía claro era que aquel día no sería necesaria lubricación suplementaria, entre la que ella suministraba y mi propia saliva sería más que suficiente.



Ahora relájate —dije, esforzándome para que mi voz sonase entera, firme y hasta despectiva.



No te preocupes por mí… Haz lo que tengas que hacer —la voz de Virginia, un murmullo que barboteaba como si tuviese la lengua hinchada, fue en cambio la voz de una mujer excitada que no tenía ningún interés en disimularlo— Estoy segura que tú me harás gozar, me muero de ganas. Pero me gustaría que me besaras, Alberto. Bésame, anda, por favor…


Mientras acercaba mi boca a la de ella, mantuve los ojos abiertos y el corazón encogido en la exacta distancia que separaba sus labios de los míos. Aunque en mi boca estaba todo el sabor de su sexo, Virginia abrió los labios para acogerme sin asco ni aspavientos.


La besé largo tiempo, manteniendo practicable la angosta hondonada de sus nalgas al tiempo que frotaba su poderoso clítoris con la yema de mi pulgar. Mientras tanto mi madrastra no perdió el tiempo. Cambió de postura, se retorció sobre la cama para alcanzar algo y, con la mano derecha, experta, me desabrochó los vaqueros.


Yo, que nunca había sido más yo, miré mi miembro y vi que tampoco éste había sido nunca antes tan viril, tremendamente erguido, sobresaliente, demasiado grande para la pequeña mano de la esposa de mi padre.



¡Menudo rabo! —farfulló Virginia a punto de correrse. Sin consentir a su mano derecha el menor desaliento, meneando mi miembro con vigor— ¡Vas a romperme el culo, cabrón!


Su boca seguía sabiendo a caramelo, pero una avidez desconocida, salvaje, reemplazó la delicadeza de la primera vez. El deseo había cambiado a mi madrastra, la había vuelto incontrolable. De modo que, sin dejar de volcarme en esa boca abierta y definitiva que no me pertenecía a mí, sino a mi padre, atrapé uno de sus pechos, y lo amasé, lo estrujé con cuidado y lo pellizqué mientras se la colocaba, mientras apretaba los dientes para no gritarle: “Prepárese, mamí. Esta vez su chico la va a chingar…”.


No se quejó, no dijo nada. Gruñó un poco, eso sí, pues la pinza que se había cerrado sobre su pezón derecho precipitó su clímax al mismo tiempo que sintió como me abría paso entre sus nalgas. Se la clavé de un empellón, la enterré hasta la raíz, y no sé si estuvo bien o mal, pero no lo pude evitar.


Me llamó cabrón, animal, y cosas así. Lo que precipitó quizás mi siguiente movimiento, adelante y atrás. Aunque no llegó a anticiparlo, mi madura madrastra interpretó sin dificultad tanto mi indiferencia ante su regañina como mi intención de follarla sin más dilación. Decidió pues cambiar de estrategia para zambullirse sin transición alguna en una urgente masturbación.


La tomé por los tobillos, la abrí bien de piernas y contemplé mi vaivén a través de su ceñida abrazadera, tan tensa en torno a mí. Según el sentido de mi movimiento, bien protusionaba hacia afuera, bien se hundía para adentro. En cualquier caso, Virginia parecía satisfecha de que las paredes verticales de mi sexo le procuraran un placer creciente, razonable, desconocido, y eso estaba bien, pues aún podía tolerarlo.


Luego me tendí sobre su cuerpo y su equilibrio mental se tambaleó. Mi pubis comenzó a remoler su maduro clítoris, proporcionando esa dosis extra de placer necesario que tanto hacía babear a su chochito. La besé de forma melosa, con deseo, sí, pero sobre todo con amor, con sincero cariño. Sin parar de penetrarla cadenciosamente, besé cada facción de su belleza, chupé los lóbulos de sus orejas, lamí su cuello y succioné alternativamente y con avidez cada uno de sus pezones.


Ni que decir tiene que el oleoso altruismo del sexo de Virginia facilitaba enormemente mi labor y, gracias a ello, el horadado de su recto progresaba según lo previsto. A pesar de lo bien que estaba yendo todo, mi virgen madura mantuvo la boca abierta y los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, pues la ofuscaba verme sonreír cada vez que convulsionaba o le temblaban las piernas. Aunque la pobre perdía la concentración cada vez que eso ocurría, mi madrastra enseguida volvía a concentrarse en tratar de descifrar aquel turbador mensaje que estaba recibiendo cada pocos minutos.


Se hallaba ofuscada. Toda la vida pensando que a ninguna mujer podría gustarle algo así habían dejado su impronta y, sin embargo, diez minutos de pausada y continua penetración anal habían logrado su completa conversión. Ya cerca del final, Virginia se acordó de abrir los ojos, ponerlos en blanco y, en pleno clímax, dar gracias a Dios por aquel milagro.


Su cuerpo ya no ofrecía resistencia alguna a mi ir y venir, mi gruesa verga se deslizaba con soltura entre sus glúteos, desapareciendo por completo en aquel pozo sin fondo, zulo recién abierto sin necesidad de azadón, solo de un buen astil, el mejor, recio y sólido, con la longitud suficiente para golpear el final de su columna vertebral, espantarla, y hacerla clamar a voz en grito que le estaba rompiendo el culo.


En la penumbra tramposa de una luz lejana, mi madrastra vio mi cabello moreno, mi reluciente sonrisa, mi tez oscura como el atardecer que se desparrama sobre la tierra, y entonces supo con certeza de quién era yo para ella. Irritada, Virginia se sacó del dedo su alianza de casada y la lanzó contra una esquina con todas sus fuerzas.


Sin embargo, aquel acto decidido y su significado implícito lograron finalmente detenerme. Lo que acababa de hacer Virginia lo cambiaba todo. Y tanto fue así que ese gesto nos hizo descubrir una silueta en el quicio de la puerta.


En efecto, yo ignoraba cuanto tiempo llevaba mi padre espiándonos. Me quedé inmóvil, desconcertado, esperando una reacción o un insulto por su parte que no llegaba a producirse.



¡Qué le jodan! —bramó mi madrastra— ¡Acaba de follarme, Alberto! ¡Córrete dentro de mí! —y acto seguido comenzó a ondular su cuerpo y ensartarse en mi verga— ¡Vamos, lléname de leche! ¡Qué me salga por las orejas!


Que su esposo nos observara sin pronunciar palabra la hizo ponerse aún más exigente y viciosa. Su presencia actuó como una llave, un resorte secreto y clandestino y, de algún modo, como un inesperado informe favorable por parte de éste. Eso fue lo que ella interpretó, y por eso se empeñó en que volviese a volcarme sobre ella con todo lo que era y todo lo que tenía, proporcionándome confianza, jaleándome con cada sollozo, incitándome como loca a que me vaciara dentro de ella.


Desbordado por el ansia de aquella madura insatisfecha, perdí el control. Un instinto animal y primario me empujó a arremeter contra la hembra con todas mis fuerzas mientras ésta no paraba de exigir: “¡Córrete! ¡Córrete! ¡Córrete!”. De loar con angustia a cada embestida: “¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!”.


Hasta que simplemente ocurrió. Emocionado por el delgado hilo de baba que se le caía por un lado de la boca y que había dibujado un cerco de humedad sobre las sábanas, la miré con furia a los ojos, empujé con fiereza, perforando hasta el estómago para que mi esperma nutriera su cuerpo y mi ADN se insertase en cada una de sus células.



¿Lo sientes? —inquirí, tapándole la boca para que dejara de gritar sandeces.


Mi madrastra asintió con la cabeza, nerviosa, percibiendo nítidamente como mi miembro se sacudía al completar su tarea. Aquella rítmica y significativa estimulación final, logró que su cuerpo se uniese si cabe aún más al mío, en el placer y el gozo de un orgasmo compartido.


—ñ


¡¡¡Animal, me la vas a sacar por la boca!!! —rezongó al cabo, inquieta, preocupada, sobrepasada por mi ímpetu.


Le pedí disculpas, le rogué que me perdonara por haber perdido la razón, el dominio de mí mismo.



No te preocupes, me ha gustado muchísimo —me tranquilizó— Ha sido fantástico.


Fue entonces cuando nos percatamos de que él, mi padre, se había acercado a nosotros, cosa que nos sorprendió casi tanto como que se hubiera sacado la polla del pantalón y se la estuviera acariciando mientras supervisaba lo que su esposa había consentido hacer a su hijo.



Con que “por el culo, ni hablar”. Es lo que has dicho siempre, ¿no, querida?



De tal palo, tal astilla”, pensé con ironía al constatar que la potencia de mi padre era un calco de la mía, o más bien al contrario. Al menos hasta que Virginia trató de incorporarse y mi verga salió abruptamente de su trasero, revelando la actual fatiga y entumecimiento de mi miembro.



No tan deprisa —murmuró en su oreja, aplastándola boca abajo sin contemplaciones, reteniéndola— Me toca.


Mi padre dudó un instante por dónde penetrarla. Pensó que lo haría de modo natural, ya que el ano de su mujer tenía un aspecto penoso, ajado, enrojecido, reluciente, cedido... Lo pensó, estoy seguro, pero no lo hizo.


Más tarde, atónito, descubriría el porqué. Me enteraría de que yo había sido el primero, que le había estrenado el culo a mi madrastra, obcecada virgen madura que contra todo pronóstico había disfrutado de lo lindo con su debut. Esa había sido pues la primera vez, de manera que mi padre optó por que su mujer tuviese un recuerdo inolvidable y clamoroso de la inauguración de sus nalgas.


La enculó a las bravas, sin la necesaria delicadeza. Aunque pronto empezó a arrepentirse de haberle puesto la almohada debajo del vientre, ya que ese otro orificio de su esposa aún le gustaba más. Le gustaba verla temblar, el brillo líquido que empañaba los ojos de Virginia cuando se volvía hacia atrás después de una estocada más ruda de lo normal. Le complacía la fuerza con que cerraba los ojos cuando, de costado en la cama, se detenía para que le sintiese dentro de ella. Le conmovía la imprecisión de sus dedos al masturbarse, su lloriqueo ñoño, casi infantil, por las incesantes sacudidas contra su trasero, oírla protestar, afirmar que no podía más.


Pero, dijera lo que dijera, lo cierto fue que su desinhibida esposa no dejó de estremecerse de tanto en tanto. Hasta que, fatigado, mi padre la rodeó con un brazo de la cintura y se la colocó encima, sentándola de espaldas a él sobre su tremenda erección. A mi madrastra estuvieron a punto de salírsele los ojos de las órbitas, pero él no se anduvo con tonterías…


¡¡¡PLASH!!!



¡Mueve el culo, holgazana! —la apremió con autoridad— ¡Vamos! ¡A ver si eres capaz de hacer que me corra!


Ella obedeció sin vacilar, con decisión, lanzándose a perrear, a cimbrear las caderas hacia todos lados, a cabalgar sobre el padre después de haberlo hecho bajo el hijo.


Me maravilló la tensión que crispó los pies de Virginia al aproximarse a un final compartido, simultáneo; las paradas que hacía al temblar; sus muecas al no poder impedir las pequeñas pérdidas de orina y, por encima de todo, su cara de susto cuando mi padre le alzó las piernas al ir a eyacular, forzándola a permanecer pesadamente sentada sobre su regazo, ensartada hasta el alma, recibiendo otra ardiente irrigación en los intestinos que no solo le proporcionó un postrero y delirante clímax, sino una súbita y bochornosa necesidad de evacuar.


Cuando terminamos, estábamos tan satisfechos que nos atrevimos a reconocer que Virginia nos gustaba menos por fuera que por dentro. Acabábamos de comprobar su capacidad para lograr su propia aniquilación, para sobrellevar el sexo anal con nosotros, con vergas de la talla XL, lo cual fue todo un alivio.


Entonces mi padre levantó a su esposa un poquito y, hábilmente, cambió su verga de agujero. Aquello hizo que mi madrastra diese un respingo, que mirase estúpidamente para cerciorarse de dónde se la había metido, aunque a él no le importaron lo más mínimo sus protestas sobre que eso era una guarrada, ni tampoco que el copioso contenido de su recto se le desparramara sobre el vientre. Al comenzar a follarla, la momentánea pero flagrante incontinencia de su esposa resultó ominosa, le chorreaba el culo, literalmente, y eso era justo eso lo que mi malintencionado padre quería conseguir, denunciar lo evidente.


Vengativo y rencoroso, se quitó de encima con brusquedad a su deshonesta y horrorizada esposa y, sin darle tiempo a reaccionar, la agarró del cabello y le espetó que engullese su asquerosa verga hasta la raíz.


Aunque resulte impensable, la indómita Virginia se sometió de mil amores.


Mi padre me miró como si me estuviera trasmitiendo una lección ancestral. Consecutivamente, y en apenas un minuto, había gozado del culo, el sexo y la boca de su bella e infiel esposa. Y la mantuvo así, completamente atragantada durante unos interminables instantes. Después le soltó la cabeza, la sujetó las manos a la espalda y, tras propinarle una bofetada,…



¡Ahora limpia todo esto, puta! ¡No dejes pruebas de lo que has hecho!


A cuatro patas, maniatada y más caliente que una plancha, mi madrastra se puso a lamer y sorber de forma indecorosa, devorando los desechos de su sensualidad, de su erotismo, de su vicio, y del de sus dos vigorosos amantes de aquella noche. Una abundante, deliciosa y nutritiva papilla que, por el fervor con que dio cuenta de los últimos grumos, debió resultar el brebaje más afrodisíaco que hubiese degustado en su vida.


En cuanto mi madrastra dio por finalizada la tarea con un último y meticuloso repaso a la exangüe verga de su esposo, éste se marchó con gesto adusto, pensativo, sin desearnos buenas noches ni hacer ningún otro comentario.


Después, sobre las sábanas mojadas, mientras acariciaba su piel con una mano curiosa, busqué una manera de decírselo, de agradecerle su generosidad, tan egoísta y sincera, tan complaciente, pero ella encontró antes algo que decir.



Ha sido increíble. No me imaginaba que fuera así. Quiero decir, porque, no sé, lo intenté hace tiempo, sabes… Pero nunca lo había conseguido… —sonrió, y acercó los dedos a mi verga, y la tocó muy despacio, con las yemas, como si temiera despertarla— No me podía imaginar que fuera a ser tan… tan… ¡Ufff!



Bueno —sugerí, sintiendo que un ligero hormigueo recorría mi virilidad.



No, no es eso —dijo a la vez que negaba con la cabeza—. O bueno, sí, pero no del todo. Lo que quiero decir, es… —y entonces se puso colorada—. Bueno, da igual.



No, no da igual.



Que sí, en serio…



No, Virginia. Dilo —cogí su cara con las dos manos y la obligué a mirarme— Admítelo.



Es que igual no lo entiendes, porque… Yo lo pienso, que conste. Porque, bueno, al final resulta que no es tan malo, y bueno…



Te ha gustado que te haya follado por el culo —sugerí.



Sí, pero…



Pues dilo de una vez, por Dios —demandé con exasperación.



Que me habéis dejado el culo flipando.


No pude contener una carcajada al escuchar aquella expresión tan particular.



Pero sobre todo tú —matizó mi madrastra— Tu padre ha sido un poco demasiado bruto y sé que, de no ser por ti, no hubiese disfrutado nada de lo que él me ha hecho después… Gracias, Alberto. De verdad.



No se merecen, ha sido un placer… Y una suerte haber sido el primero.



Yo también debo ser un poco así, y mira que ahora mismo me pica un horror —dijo cada vez más dicharachera— Y así son precisamente los hombres que más me gustan, cuando me gustan, y en el buen sentido, claro. Quiero decir, porque hay otro malo, pero… En fin, ¿no te enfades?



No. Ll



No me podía imaginar que fueras… tan vicioso.


Al escucharla me eché a reír. Tuve ganas de abrazarla y besarla en los labios como a una ingenua adolescente, pero me limité a tranquilizarla con unas palabras.





viernes, 14 de febrero de 2025

Clítoris

 Aunque no me gusta demasiado andar por sitios raros, no suelo rechazar una proposición de una amiga y pues así me vi en un no sé si llamar tipo de secta en la que adoran a él clítoris... No éramos muchos los chicos allí ya que mayoritariamente eran mujeres las que allí se citaban. 

En mi humilde y torpe opinión estuvieron hablando y magnificando el clítoris entre cánticos y alabanzas incluso alguna se indicó y hizo resaltar el suyo, aunque un poco inhibida por como ya dije antes la presencia de algunos hombres. 

*¶ El clítoris es sagrado*

El clítoris es la prueba fehaciente de que existe un ser creador y que es un enrollado. Un órgano cuya única función es la de dar placer. No sirve para nada más. Se podría vivir sin ese órgano y no le encuentro el tema evolutivo. “Esto lo pongo aquí para que se corran y punto”. Eso pensó. Por eso los que practican la ablación serán castigados, así como aquellos que niegan su existencia o no dejan que nadie le rece.


El clítoris es la extensión de Dios en la tierra y sólo es comparable con su magnificencia. Hay que rezarle y adorarle. Hay que hacerle reverencias, entregarle ofrendas y entregarse a él. El clítoris es generoso. Bello. Sagrado.


Sólo quien ha visto a una mujer en su momento más vulnerable y poderoso, durante el orgasmo, sabe del poder del clítoris. ¡Que pierdan el tiempo los científicos investigando el Big Bang por el espacio! La respuesta al misterio de la vida y de la creación está entre las piernas de una mujer; hecho rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita y esmeralda. Escondido por los adentros sale como un milagro para ser venerado al ser invocado porque sólo quien frota la lámpara accede al genio que le conceda los deseos. El clítoris es poderoso, misterioso, divino. Sólo aquel que lo adore sabe que se convierte en un chamán, en un guía espiritual que lleva a su poseedora a otros mundos, entre viva y muerta, entre el placer y clímax, entre todo y nada, mirando al reino de lo invisible, mientras tiembla, con la misma intensidad que sus manos mecen lo impalpable. Un viaje espiritual, divino, mágico, como si de una medium se tratara.


El clítoris es la extensión de Dios en la tierra y sólo es comparable con su magnificencia. Hay que rezarle y adorarle. Hay que hacerle reverencias, entregarle ofrendas y entregarse a él. El clítoris es generoso. Bello. Sagrado.


Venerar al clítoris es venerar a la extensión de Dios en la tierra. Pobre de aquel que lo niegue, blasfeme sobre él, no sea un buen devoto o lo destruya. Toda la ira del altísimo caerá sobre él. El clítoris es misterioso, sabio, generoso, sagrado. Están todos condenados.

Sinceramente estaba de acuerdo con las alabanzas y prédicas sobre el clítoris y hasta me puse un poco caliente. 

Cuando acabo busqué a mi amiga que había estado hablando con otras de las mujeres que habían acudido al evento, nunca antes había pensado que mi amiga pudiera frecuentar actos como este y me di cuenta de que estaba empoderada después de esa exhibición del poderío de la sexualidad femenimos, fuimos a dar un paseo pero cuando no habíamos andado más de 50 m, me preguntó que me había parecido el evento y por la confianza que había entre nosotros le dije que estaba completamente de acuerdo pero que además había otra cosa... que me perdonas pero que también me había puesto muy caliente pensar en los clítoris, ella se rió y me confesó que ella también se había calentado un poco. 

Fuimos a su casa que no estaba lejos y allí le propuse que me dejara continuar con la alabanza al clítoris, se rió muchísimo y me dijo que si de verdad quería hacer el amor con ella, yo tendría que demostrar que sabía alabar muy bien su clítoris por qué tendría que provocarle 3 orgasmos antes de que mi pene pudiera entrar en su vagina ...

Sabía lo que yo tenía que hacer y después de chupar un rato sus pezones cuando ya su vagina estaba mojada me puse a jugar con mi lengua y su clítoris hasta que le empezó a crecer un poco y le arranqué el primer orgasmo, ..

Al final acabamos cogiendo, siempre sin dejar de adorar ese clítoris 




lunes, 3 de febrero de 2025

Intercambio de pareja

 En una noche cálida de verano, cuatro amigos se reunieron en una cabaña apartada en medio del bosque. Laura y Marcos, una pareja de larga data, habían invitado a su círculo más íntimo: Sofía y Javier, quienes también llevaban años compartiendo sus vidas. La velada comenzó con risas, vino tinto y una cena casera que despertó los sentidos. La conexión entre ellos era palpable, una mezcla de confianza y complicidad que solo los años de amistad pueden forjar.

Con el paso de las horas, la conversación se volvió más íntima, explorando temas que normalmente se reservaban para la privacidad de cada pareja. Las miradas se sostenían un poco más de lo habitual, y las sonrisas se tornaron cómplices. Fue Javier quien, con un tono juguetón, sugirió un juego de cartas que rápidamente derivó en algo más atrevido: un intercambio de parejas. La propuesta, en otro contexto, podría haber sido incómoda, pero entre ellos fluyó de manera natural, como si siempre hubiera estado ahí, esperando el momento adecuado.

Laura, con una sonrisa tímida pero decidida, aceptó. Sofía, siempre la más audaz, se levantó y extendió su mano hacia Marcos, quien la tomó sin dudar. Javier, por su parte, se acercó a Laura con una mirada llena de curiosidad y deseo. La habitación se llenó de un silencio cargado de anticipación, roto solo por el crujido de la madera bajo sus pies y el susurro de las sábanas al deslizarse sobre la piel.

Marcos y Sofía se perdieron en un beso profundo, explorando la novedad de sus cuerpos con una intensidad que los sorprendió a ambos. Mientras tanto, Javier y Laura se movían con lentitud, disfrutando cada instante, cada caricia, como si descubrieran un nuevo lenguaje. La confianza que los unía permitió que la experiencia fluyera sin inhibiciones, convirtiendo lo que podría haber sido un momento incómodo en algo profundamente íntimo y placentero.

La noche se extendió, llena de risas susurradas, gemidos contenidos y miradas que decían más que las palabras. Al amanecer, los cuatro se encontraron abrazados en la cama, sintiendo una conexión renovada no solo con sus propias parejas, sino también entre ellos. No hubo arrepentimientos, solo la certeza de que habían compartido algo único, un secreto que fortalecería su amistad para siempre.

Y así, entre susurros y caricias, el bosque fue testigo de una noche que jamás olvidarían.




Quedada

 

La música latía con fuerza, vibrando en el aire como un pulso compartido por todos los presentes. La fiesta estaba en su punto álgido, y ella, envuelta en un vestido ceñido que brillaba bajo las luces tenues, se movía con una gracia hipnótica. Sus caderas se balanceaban al ritmo de la música, atrayendo miradas de todos los rincones de la habitación. Los chicos a su alrededor no podían apartar los ojos de ella, como si estuvieran hechizados por su presencia.

Uno de ellos se acercó, con una sonrisa confiada y un brillo en los ojos. Le ofreció una copa, y ella la aceptó con una sonrisa coqueta, sus dedos rozando los suyos por un instante que pareció durar una eternidad. Bebió un sorbo, manteniendo la mirada fija en él, como si lo desafiara a seguir su ritmo. Pronto, otro chico se unió, y luego otro, formando un círculo a su alrededor. Todos querían su atención, y ella, con una mezcla de inocencia y provocación, les daba justo lo que buscaban.

Sus movimientos se volvieron más lentos, más deliberados, como si estuviera bailando solo para ellos. Cada giro, cada gesto, era una invitación, una promesa de algo más. Los chicos se acercaban, atraídos por su energía magnética, pero ella mantenía el control, jugando con ellos como si fueran piezas en un tablero. Sus risas se mezclaban con la música, creando una atmósfera cargada de deseo y anticipación.

De repente, se detuvo, mirando a cada uno de ellos con una intensidad que los dejó sin aliento. Con un movimiento suave, se acercó al primero, sus labios rozando su oído mientras susurraba algo que solo él podía escuchar. Luego, pasó al siguiente, y al siguiente, repitiendo el ritual con cada uno, dejándolos con el corazón acelerado y la mente nublada por el deseo.

Cuando finalmente se alejó, dejándolos atrás en un estado de confusión y anhelo, su sonrisa era tan misteriosa como seductora. Sabía que los tenía en la palma de su mano, y esa noche, en medio de la fiesta, era la reina indiscutible de sus fantasías.

En estas ocasiones hay que esperar porque lo mejor llega al final 



domingo, 2 de febrero de 2025

Discoteca

 En la penumbra de la discoteca, la música vibrante y los destellos de luces multicolores creaban una atmósfera electrizante. Entre el gentío, nuestros ojos se encontraron, y algo indescriptible surgió en ese instante. Sin mediar palabra, nos dirigimos hacia los aseos, un espacio íntimo donde el mundo exterior parecía desvanecerse.

Al cerrar la puerta, el bullicio de la fiesta se transformó en un murmullo lejano. La tensión entre nosotros era palpable, y cada mirada, cada gesto, despertaba un deseo ardiente. Nuestros cuerpos se acercaron, y en ese momento, el tiempo pareció detenerse.

Las manos exploraron con ansia, descubriendo cada curva, cada detalle que antes era desconocido. Los labios se encontraron en un beso apasionado, lleno de urgencia y deseo. La respiración entrecortada y los susurros ahogados se mezclaban con el eco de la música que filtraba desde fuera.

En ese pequeño santuario, lejos de miradas indiscretas, nos entregamos por completo al placer. Cada caricia, cada gemido, era una revelación, una conexión intensa y fugaz que solo el anonimato podía permitir. El mundo exterior desapareció, y solo existimos nosotros, en un éxtasis compartido que quedaría grabado en la memoria como un recuerdo ardiente y prohibido.



viernes, 31 de enero de 2025

Autobús

 

El autobús avanzaba lentamente por la ciudad, el trajín del día había dejado un cansancio general en los pasajeros. Entre ellos, una joven llamada Clara se acomodó en su asiento, cerca de la ventana. Llevaba un vestido ligero que se ajustaba delicadamente a su figura, y su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros. El sol de la tarde se filtraba por las ventanas, acariciando su piel con una luz dorada.

Clara no podía evitar notar las miradas discretas que se posaban sobre ella. Un hombre sentado a unos asientos de distancia la observaba con interés, sus ojos recorriendo su silueta con admiración. Ella, consciente de su presencia, jugueteaba con el borde de su vestido, dejando entrever un poco más de su pierna. Cada movimiento suyo era calculado, como si estuviera bailando una danza silenciosa en la que solo ellos dos participaban.

El autobús tomó una curva, y Clara se inclinó ligeramente hacia un lado, permitiendo que su cabello se deslizara sobre su rostro. El hombre no pudo evitar sonreír, y ella, al notarlo, le devolvió una mirada cargada de complicidad. El aire entre ellos se volvió eléctrico, como si el mundo exterior hubiera desaparecido y solo existieran ellos en ese momento.

El viaje continuó, y con cada parada, la tensión entre ambos crecía. Clara se mordía suavemente el labio inferior, mientras el hombre ajustaba su postura, intentando disimular el efecto que ella tenía en él. Finalmente, el autobús llegó a su parada, y Clara se levantó con gracia, recogiendo su bolso. Al pasar junto al hombre, sus miradas se encontraron una última vez, y un ligero roce de sus manos fue suficiente para dejar una promesa en el aire.

El autobús continuó su camino, pero el recuerdo de aquel encuentro fugaz permanecería en ambos, como un secreto compartido en medio del bullicio de la ciudad.

Desde aquel día Clara prestó mucha atención cada vez que subía al autobús buscando disimuladamente a ese hombre. Por fin volvieron a coincidir y sin aparcar la mirada se situó junto a él, la tensión flotaba entre ellos y poco antes de bajar le dijo que si le apetecía hablar un poco tomando un café con el, por qué desde el otro día había quedado prendado … aunque Clara pensó que era algo muy precipitado, también pensó que era lo que ella quería y accedió, se conocieron y acabaron entregados a la pasión



Bosque

 

El bosque era denso, con árboles que parecían tocarse en lo alto, formando un dosel que apenas dejaba pasar la luz del atardecer. El aire estaba cargado de humedad y el aroma a tierra mojada y hojas secas. Entre la espesura, dos figuras se movían con sigilo, como si el mundo exterior no existiera.

Ella, con su cabello oscuro cayendo en ondas sobre sus hombros, caminaba descalza sobre la alfombra de musgo, sintiendo cada textura bajo sus pies. Él la seguía de cerca, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y curiosidad. No había palabras entre ellos, solo el sonido de la respiración agitada y el crujido ocasional de una rama bajo sus pies.

De repente, ella se detuvo y se volvió hacia él. Sus labios se encontraron en un beso apasionado, como si el bosque entero contuviera la respiración para no interrumpirlos. Las manos de él se deslizaron por su cintura, mientras ella lo atraía más cerca, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo.

El bosque parecía cobrar vida a su alrededor, como si la naturaleza misma estuviera celebrando su conexión. Las hojas susurraban secretos al viento, y el aire se llenó de un magnetismo casi palpable. Era un momento de pura lujuria, de entrega total al instinto y al deseo.

Cuando finalmente se separaron, el bosque volvió a su silencio habitual, pero algo había cambiado. El mundo parecía más vivo, más intenso, como si el simple acto de entregarse al deseo hubiera despertado algo antiguo y poderoso en el corazón del bosque.

Al final en una cabaña que encontramos dieron rienda suelta a la pasión 





jueves, 30 de enero de 2025

María


María era una mujer que deslumbraba a donde quiera que iba. No solo por su belleza, sino por la confianza con la que llevaba su voluptuosidad. Sus curvas eran tan naturales como su sonrisa, y su presencia irradiaba una energía que atraía a todos a su alrededor. No era solo su físico lo que la hacía especial, sino la forma en que abrazaba su feminidad sin complejos.


Un día, mientras caminábamos por el parque, noté cómo las miradas se volvían hacia ella. No era algo que la molestara; al contrario, parecía disfrutar de la vida con una naturalidad envidiable. "¿Sabes?", me dijo en un momento de confidencia, "la clave no está en lo que los demás piensen de ti, sino en cómo te sientes contigo misma". Esa frase resonó en mí, porque María no solo era voluptuosa en su cuerpo, sino también en su alma. Generosa, cálida y siempre dispuesta a reír, era una amiga que inspiraba a quererse a uno mismo tal y como es.





Dentro del apartamento de Lucas, el ambiente era cálido y envolvente. Las luces tenues creaban sombras danzantes en las paredes, y el aroma a sándalo flotaba en el aire, mezclándose con el perfume ligero de Clara. La música había vuelto a sonar, esta vez más baja, como si no quisiera interferir en el momento que se desarrollaba entre ellos.


Lucas guió a Clara hacia el centro de la sala, donde un sofá de cuero negro parecía esperarlos. Sus manos se encontraron, y el contacto fue como una chispa que encendió algo que ambos habían estado reprimiendo desde aquel primer encuentro en el ascensor. Clara sintió el calor de su piel, áspera pero suave al mismo tiempo, y un escalofrío recorrió su cuerpo.


—No sabes cuánto tiempo he esperado esto —murmuró Lucas, acercándose a ella hasta que sus labios estuvieron a solo un suspiro de distancia.


Clara no respondió con palabras. En lugar de eso, cerró los ojos y dejó que su cuerpo hablara por ella. Se inclinó hacia adelante, y sus labios se encontraron en un beso lento y profundo, lleno de promesas y deseos contenidos. Fue un beso que lo dijo todo: la atracción, la curiosidad, la necesidad de explorar lo desconocido.


Lucas la envolvió en sus brazos, acercándola aún más a él. Sus manos recorrieron su espalda, sintiendo la seda de su bata deslizarse bajo sus dedos. Clara, por su parte, se aferró a su camisa, sintiendo los latidos acelerados de su corazón a través de la tela. El mundo exterior desapareció, y solo existían ellos dos, en ese momento, en ese lugar.


Poco a poco, el beso se volvió más intenso, más urgente. Lucas deslizó una mano por el cuello de Clara, tocando su piel con una delicadeza que la hizo estremecer. Ella, a su vez, desabrochó los últimos botones de su camisa, revelando un torso musculoso y cálido. Sus manos exploraron cada centímetro, como si quisiera memorizarlo.


—Clara —susurró Lucas entre besos, su voz ronca y cargada de deseo—. No tienes idea de lo que me haces sentir.


Ella sonrió, un gesto lleno de complicidad y provocación. —Entonces muéstrame —respondió, deslizando la bata por sus hombros hasta que cayó al suelo, revelando la silueta delicada y sensual que había estado oculta bajo la tela.


Lucas la miró con una mezcla de admiración y deseo, como si no pudiera creer que estuviera realmente allí, frente a él, entregándose por completo. Sin decir una palabra, la tomó en sus brazos y la llevó hacia el sofá, donde la recostó con suavidad. Sus labios encontraron los suyos nuevamente, pero esta vez no se detuvieron allí. Recorrieron su cuello, sus hombros, su clavícula, dejando un rastro de fuego a su paso.


Clara arqueó la espalda, entregándose al placer que solo él podía darle. Sus manos se entrelazaron en su cabello, tirando suavemente mientras él exploraba cada curva, cada rincón de su cuerpo. La música seguía sonando de fondo, pero ya no la escuchaban. El único sonido que importaba era el de sus respiraciones entrecortadas, mezclándose en un ritmo sincronizado.


En ese momento, en el apartamento 3C del edificio *Las Gardenias*, el tiempo pareció detenerse. Dos almas solitarias se encontraron en la oscuridad, dejando atrás las inhibiciones y entregándose a un deseo que había estado creciendo entre ellos desde el primer día. Y mientras la noche los envolvía, Clara y Lucas descubrieron que, a veces, los vecinos pueden ser mucho más que simples compañeros de edificio.




 Era viernes por la tarde en la agencia de publicidad donde trabajaba Ana. La mayoría de sus compañeros ya se habían marchado, dejando la oficina en un silencioso ambiente iluminado por el sol del atardecer que se filtraba por los ventanales.


Ana terminaba de revisar las últimas presentaciones cuando Marcos, el director creativo, se acercó a su escritorio. Llevaban meses trabajando juntos en varios proyectos, y la tensión entre ellos era cada vez más evidente en las reuniones y los momentos a solas.


"¿Todavía aquí?", preguntó él, apoyándose casualmente en el marco de su cubículo. Su camisa arremangada dejaba ver sus antebrazos bronceados, y su corbata ligeramente aflojada le daba un aire relajado que contrastaba con su habitual formalidad.


"Quiero dejar todo listo para la presentación del lunes", respondió ella, consciente de cómo su falda se había subido ligeramente al cruzar las piernas.


Marcos se acercó más, inclinándose sobre su hombro para mirar la pantalla. Su colonia inundó los sentidos de Ana, mezclándose con el aroma a café que flotaba en el aire. "Podríamos revisarlo juntos", sugirió, su voz más baja de lo habitual.


Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando los dedos de Marcos rozaron accidentalmente su hombro al señalar algo en la pantalla. El contacto, aunque breve, envió una corriente eléctrica por todo su cuerpo.


"¿Te apetece terminar esto en la sala de reuniones?", propuso él. "Estaremos más cómodos."


Ana asintió, recogiendo su laptop. La sala de reuniones tenía grandes ventanales que ofrecían una vista espectacular del atardecer sobre la ciudad. Las luces estaban apagadas, y solo el resplandor anaranjado del sol iluminaba el espacio.


Mientras revisaban la presentación, sentados uno junto al otro en los cómodos sillones ejecutivos, la proximidad entre ellos se volvía cada vez más intensa. Cada vez que sus manos se rozaban al señalar algo en la pantalla, la tensión aumentaba.


"Creo que esto ya está perfecto", murmuró Marcos, cerrando suavemente la laptop. En la penumbra, sus ojos brillaban con una intensidad que hizo que el corazón de Ana se acelerara.


"Deberíamos...", comenzó Ana, pero las palabras se desvanecieron cuando Marcos se inclinó hacia ella, su mano rozando suavemente su mejilla.


El sonido del personal de limpieza en el pasillo los devolvió a la realidad. Se separaron lentamente, conscientes de dónde estaban.


"¿Cenamos algo?", sugirió Marcos, su voz ronca. "Conozco un lugar discreto cerca de aquí."


Ana sonrió, recogiendo sus cosas con manos temblorosas. "Me encantaría."


Mientras bajaban en el ascensor, solos en el edificio casi vacío, sabían que esa noche marcaría el inicio de algo más que una simple relación laboral.


---


El restaurante que Marcos había elegido era íntimo y acogedor, ubicado en un callejón tranquilo a pocas cuadras de la oficina. Las velas en las mesas creaban un ambiente romántico, y la música suave envolvía la conversación en un manto de privacidad.


"No puedo creer que nunca hayamos cenado juntos antes", comentó Ana, jugando nerviosamente con su copa de vino tinto.


"Quizás estábamos esperando el momento adecuado", respondió Marcos, sus ojos fijos en ella mientras servía más vino. Su rodilla rozó la de ella bajo la mesa, y ninguno de los dos hizo ademán de moverse.


La cena transcurrió entre conversaciones sobre trabajo y confesiones personales, cada palabra cargada de un significado más profundo. Las miradas se volvían más intensas con cada sorbo de vino, y el espacio entre ellos parecía disminuir aunque ninguno se había movido.


Cuando salieron del restaurante, la noche había refrescado. Marcos se quitó su chaqueta y la colocó sobre los hombros de Ana, sus manos demorándose más de lo necesario sobre su piel.


"Mi apartamento está cerca", murmuró él, su voz mezclándose con el sonido distante del tráfico. "Podría preparar un café..."


Ana se giró hacia él, sus labios a centímetros de distancia. "Me encanta el café", susurró, sus ojos brillando con deseo contenido.


El corto trayecto hasta su apartamento fue una prueba de autocontrol. En el ascensor, la tensión era casi insoportable. Marcos mantenía su mano en la parte baja de la espalda de Ana, un gesto aparentemente inocente que enviaba ondas de calor por todo su cuerpo.


El apartamento era elegante y minimalista, con grandes ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad nocturna. Marcos se dirigió a la cocina, pero Ana lo detuvo, tomando su mano.


"El café puede esperar", dijo suavemente, acercándose más a él.


La luz de la ciudad que se filtraba por las ventanas creaba sombras sugerentes mientras sus labios finalmente se encontraban, liberando meses de tensión contenida. Las manos de Marcos se deslizaron por su cintura, atrayéndola más cerca, mientras ella entrelazaba sus dedos en su cabello.


El beso se profundizó, y Ana sintió cómo su espalda tocaba suavemente la pared. Los labios de Marcos trazaron un camino hacia su cuello, provocando que un suave gemido escapara de sus labios.


"¿Estás segura?", susurró él contra su piel.


Como respuesta, Ana comenzó a deshacer el nudo de su corbata...




miércoles, 29 de enero de 2025

La casa sin puertas

 **Lujuria en casa sin puertas**

En un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques, existía una casa peculiar. No era su arquitectura lo que la hacía única, sino su falta de puertas. La casa, construida hace décadas por un excéntrico arquitecto, era un laberinto de pasillos abiertos, habitaciones conectadas y cortinas que apenas ocultaban los espacios íntimos. Nadie sabía por qué el arquitecto había decidido omitir las puertas, pero los rumores sugerían que era un experimento social, una forma de desafiar las convenciones y explorar la intimidad humana.

La casa había sido heredada por Clara, una joven de mirada curiosa y sonrisa misteriosa. Clara no era como los demás habitantes del pueblo. Desde que llegó, su presencia despertó algo en la gente: una mezcla de fascinación y deseo. Ella no ocultaba su naturaleza libre, y su casa sin puertas se convirtió en un símbolo de su forma de vida.

Una tarde de verano, el calor sofocante llevó a los vecinos a buscar refugio en la casa de Clara. Entre ellos estaba Daniel, un hombre de mirada intensa y manos callosas, que siempre había sentido una atracción inexplicable hacia Clara. También estaba Sofía, una mujer de cabello oscuro y labios rojos, cuya curiosidad por Clara iba más allá de la amistad.

La casa, con sus cortinas ondeando al ritmo de la brisa, parecía respirar. Clara los recibió con una sonrisa y una copa de vino. Pronto, el ambiente se llenó de risas, miradas furtivas y un tensiones que nadie se atrevía a nombrar.

—¿Nunca te ha molestado no tener puertas? —preguntó Daniel, mientras sus ojos recorrían el cuerpo de Clara.

—Las puertas son solo barreras —respondió ella, acercándose a él—. Aquí, todo es transparente. No hay secretos.

Sofía observaba la escena desde el otro lado de la habitación, sintiendo cómo el calor del vino y la atmósfera cargada la envolvían. Se acercó a Clara, y sus dedos rozaron los de ella al tomar otra copa.

—¿Y si alguien quiere privacidad? —preguntó Sofía, con una voz que apenas era un susurro.

Clara sonrió, sabiendo que la pregunta iba más allá de las palabras.

—La privacidad es una ilusión —dijo—. Aquí, todo se comparte.

La noche avanzó, y la casa sin puertas se convirtió en un escenario de pasiones desatadas. Las cortinas ondeaban como testigos mudos de los suspiros y gemidos que resonaban en sus pasillos. Daniel y Sofía, guiados por una atracción que no podían negar, se encontraron en el centro de la habitación, con Clara observándolos desde la distancia, como una diosa que disfrutaba de su creación.

La lujuria, como un fuego que no podía ser contenido, se extendió por la casa. Las barreras invisibles que separaban a las personas se desvanecieron, y por una noche, todos fueron parte de algo más grande que ellos mismos.

Al amanecer, la casa sin puertas seguía en pie, pero algo había cambiado en sus habitantes. Daniel y Sofía se miraron, sabiendo que lo que habían vivido no era algo que pudieran olvidar. Y Clara, con su sonrisa enigmática, los observó desde la ventana, sabiendo que su casa había cumplido su propósito: desafiar las convenciones y liberar los deseos más profundos.

La casa sin puertas seguía siendo un misterio, pero para aquellos que la habían habitado esa noche, se había convertido en un símbolo de libertad, pasión y lujuria.




jueves, 23 de enero de 2025

Mi gordita

 Mi gordita jajaja, es la mejor la que siempre está dispuesta a complacerme y que lo pasemos muy bien 

Mi gordita es la verga de mi chico y cuando nos conocimos y empezamos a ya sabéis a jugar, me pareció muy gorda para mi conchita y pues le puse ese nombre 

Aunque las he probado más gordas, la sigo llamando mi gordita con cariño porque fue la primera que me descubrió un mundo nuevo.

Aunque me asustaba un poco, también hacía que me pusiera muy caliente con solo imaginar se iba poniendo dura y gorda mientras mi chico me besaba y acariciaba mis pechos...

Mi vagina es muy muy estrecha por lo que después de lo típico de empezar haciendo pajas luego mamando lo siguiente hubiera sido la concha pero cogíamos por el culo porque era más elástico 

Obvio que después de que me cogiera el culo yo me ponía muy caliente y intentábamos por la concha aunque costó bastante trabajo llegar a coger completamente bien por la concha.

Supongo que era algún tipo de trauma lo que me pasaba por qué desde que una noche cuando yo tenía 28 años vi a mis padres cogiendo, como por arte de magia ya no tenía ningún problema aunque mi vagina siguiera haciendo estrechita ya no tenía problema con vergas gordas, cuanto más gorda mejor ja ja ja 




domingo, 22 de diciembre de 2024

Recapitulando


Hola soy yo mi nombre no importa solo diré que soy una chica y bueno esta noche buena pues he coincidido con un chico que bueno hace ya tiempo que nos conocíamos pero o bien porque él tenía pareja o porque yo era la que tenía pareja , nunca habían surgido nada entre nosotros 

El caso es que coincidimos y además de disfrutar la fiesta de Nochebuena y como los dos estábamos libres y rodeados de parejas pues nos pusimos a imitar 

Además del tonteo de los besos y caricias a mí me apetecía que me llenarán un poco el pozo 

Aunque teníamos posibilidades de a un hotel a hartarnos de hacerlo yo preferí volver a mi juventud cuando con un coche era más que suficiente 
No es que tenga un coche muy grande pero ya se sabe que con los años y la práctica de puedes acoplar muy bien sin necesidad de demasiado espacio 
Nos fuimos a los coches y al llegar solo abrí la puerta de adelante para dejar el bolso y el abrigo luego abre la puerta de atrás y dejé que me comiera los pechos pues llevaba un vestido escotado y sin dificultad me los saco y empezó a chupar todo 
Yo no tenía prisa y lo dejé hacer hasta que que él se inquietaba porque traía ya una erección grandota y yo no hacía nada hasta que se la saco y empezó a menearse 
En este punto me animé que soltar su pene para cogerlo yo y empezar a jalar muy despacio por qué no tenía ninguna prisa en que se corriera 
Seguía comiéndome los pechos y muy bien por cierto yo ya notaba que me estaba mojando 
Seguimos así un poco más y yo empecé a acelerar la paja que le estaba haciendo hasta que se vino 
Luego se puso a jugar acariciando mi concha por encima del vestido hasta que yo me levanté el vestido y agarrando su cabeza con mis dos manos la puse encima de mi pubis para que que por encima de mis braguitas oliera y besara mi vulva 
No aguantó mucho y de un tirón me rompió las braguitas y se puso a besar y chupar mi vulva hasta que me hizo venir
Aunque parecía que íbamos a coger en el coche al final pensamos que era mejor idea ir a un hotel 
Después de no hablar demasiado camino del hotel pues los dos sabíamos que habían pasado y que íbamos a hacer solo nos mirábamos el enganchado a mi pecho izquierdo que es un poquito mayor que el derecho y yo con la mano acariciando su pene con cuidado de no provocar un accidente jiji 

Llegamos al hotel es obvio lo que pasó estuvimos lo que quedaba de noche frotándonos y arrancándonos jadeos 

Nunca pensé que este chico me fuera a satisfacer tanto 
Yo por mi parte lo dejé seco puesto que le entregué mis tres agujeritos repetidas veces cosa que no suelo hacer ya que mi culito suele estar muy reservado y no dejo entrar a cualquiera

En otros casos ya a su puesto la última vez que veo a mis amantes para que si he tenido una buena noche no provocar la posibilidad de tener un mal recuerdo de cama pero creo que a este lo buscaré por lo menos en Nochevieja





jueves, 7 de noviembre de 2024

Jovencito

 Soy Mayra una mujer madura de no importa cuántos años, cansada de que mi marido me ponga los tacos y de hacerme la tonta como si no me enterase de nada. 

Pues bien desde hace un tiempo que conocí a un chico joven y muy agradable, yo venía de hacer la compra y él me ayudó a la hora de cargada con las bolsas, abrir la puerta de casa. 

Me dijo: 

Qué bien nos vendría tener tres brazos alguna vez jeje 

Le invité a pasar a la casa y le ofrece un refrigerio, no sé por qué si quizás por la falta de sexo intenso con mi marido y lo activo y vital que se veía este chico, pero calentó la concha un poquito. 

No sabía si era adecuado pero continuando con la conversación me apañe para intercambiar teléfonos...

Obvio esa noche estuvo en mis sueños ese chico, aunque ya precisamente no me ayudaba con las compras, si no que era yo la que le devolvía su ayuda en una soberana mamada, tenía una verga no demasiado grande pero sí con una cabeza bien gorda y rica de chupar que me derramaba leche a borbotones, los sueños son caprichosos y solo son sueños por lo que no le di demasiada importancia a despertar bien mojada ese día 

Algún día después, aunque no había vuelto a soñar con este chico, recordé que tenía su teléfono y me dije: 

Por qué no llamarlo con cualquier excusa tonta?

Me daba vergüenza llamarlo y solo le envié unos WhatsApp que tardó como una hora en contestar y entre lo caliente que yo dejaba ver en los mensajes que le enviaba, que él chico no era tanto y que nos dejamos llevar un poco, la conversación se fue calentando bastante hasta el punto de que dos días más nos continuamos calentando por el whatsapp, enviándonos fotos y algún vídeo subido de tono 

No tardó en enviarme fotos de la verga y aunque no era tan cabezona como en mis sueños, no estaba nada mal...

No podía ocultar el deseo de ser infiel al que tantas veces me lo había sido, mi marido.

No quería que fuera en mi casa para evitar cualquier problema, le dije que si él sabía de algún sitio donde nos podíamos ver a solas, me habló de la casa de unos amigos suyos que estaba vacía...

Me sentía como una adolescente haciendo una travesura y eso me es excitaba bastante, porque yo realmente no sabía quién era ese chico, solo me había ayudado un día con las bolsas para abrir la puerta y parecía agradable pero no sabía quién era...

Inconsciente me dejé guiar hasta la casa que él decía, una vez allí comprobé que aquel sitio era un un lugar que solo era habitado para sucesos como el que íbamos a llevar a cabo, encuentros sexuales y poco más, pues carecía de las cosas normales de un hogar... Pero de vez en cuando hay que hacer alguna locura y ya era mi hora de hacerlas.

El chico había preparado unas botellas de ron de cola y de otros refrescos acompañado de hielo por si nos apetecía tomar algo 

Tras hablar un poco, de varias cosas, me preguntó que si era viuda porque me había visto el anillo de matrimonio..., no quería alargarme en explicaciones y le dije que a que habíamos venido a ese sitio? 

Captó rápido mi mensaje y se abalanzó sobre mi cintura para acercarse más a mi, así como estábamos no tardó nada en llegar el primer beso que me supo a gloria al notar como su lengua dibujaba figuras imposibles dentro de mi boca 

Obvio que lo siguiente que quería n ver y gozar eran mis pechos porque yo ni siquiera me había puesto un bra y mis pezones andaban libres bajo mi blusa 

Me apretó los pechos mientras besaba y marcaba mi cuello, mis pezones tomaron cuerpo y se pusieron un poco duros, me los chupo como un bebé cuando está mamando de su mamá, con ansia y desesperación hasta conseguir arrancarme suspiros no sé si de placer o de dolor de tanto como chupaba 

Me di cuenta de la tenía bien dura y le propuse que la pusiera entre mis pechos, pensando que nunca la habría tenido entre unas tetas como las mías, me las follaba bastante bien y cada vez que la punta asomaba le daba una chupadita, me gustó bastante que esté minera entre mis pechos

Mi concha ya estaba húmeda cuando empezó a tocarme ahí abajo y a ir metiendo un poco los dedos al mismo tiempo que su lengua recorría mi vulva y jugaban con mi clítoris hasta arrancarme un orgasmo 

La tenía muy dura y cuando me la quería meter por la concha, le dije que mejor por el culo a lo que no tuvo problema en seguir mis indicaciones, me tumbé boca abajo y le abrí las nalgas para facilidad, hacía mucho que mi marido no me la metia y aunque hubo un pequeño dolorcito, pronto empecé a Mozart de cada embestida arrancando jadeos de mi boca, el parecía como poseído por una ambición imparable de penetrarme hasta que fluir son leche dentro de mi.

Luego le tocó a mi concha, pero ahora fui yo la que se puso encima mientras él jugaba con mis pechos yo le cabalgaba...

Que me llenara también la concha de leche...

Todo GENIAL, seguimos viéndonos, mi marido creo que algo sabe y no me importa, solo pienso en el próximo encuentro 



lunes, 28 de octubre de 2024

Muy bien con mi madrastra


 Mi madre murió en un accidente de coche y pues mi padre se busco otra mujer más joven por qué decía que no quería volver a pasar por la muerte de su esposa 


Bueno yo creo que el cabrón quedó prendado de su nueva esposa que es once años menor que él y esta bien rica a sus 45 años yo tengo treinta y ahora cada vez que veo un poco ligera de ropa es inevitable que tenga una se me paré 


Obviamente ella se da cuenta y marca una risa picarona cada vez que lo nota y añade un comentario diciendo lo bien que está en esta casa con sus dos caballitos 


Estando así un día que me desperté con la verga bien Brava y fui al baño me la encontré allí y además de reírse por la situación me dijo que había que calmar eso que yo llevaba entre las piernas me bajó el calzón liberando mi rabo y entre sus manos y su boca me la relajo 


Ahora no veo el momento de buscar un momento para estar a solas con ella sin que mi padre se entere, quiero coger con ella y entiendo a mi padre en la elección de su nueva esposa



miércoles, 23 de octubre de 2024

Costumbres y manías

 No sé bien porque, pero no suelo dejar que me vean las tetas, ya sé que es una tontería ocultarlas pero puede que como tardaron bastante en crecer, hasta los diecisiete años no tenía más que bultitos como ciruelas. 

Llegaron tarde pero ya se puede ver, bueno no que ya he dicho que no las muestro mucho je je je, las tengo hermosas y me facilitan o me agobian a la hora de ligar 

Puede parecer raro pero la mayoría de las veces que he acabado con un chico en la cama no he dejado ver mis pechos aunque sí que me los han amasado y chupado por encima de la ropa interior , puede que sea rara pero es que tengo mucha sensibilidad en los pechos y supongo que los primeros chicos que me los tocaron eran algo brutos 

El último encuentro que tuve fue con un chico que me gustaba muchísimo y nos estuvimos calentando creo que lo puse al límite por qué iba con un escote amplio y unos vaqueros muy ceñidos, él era un chico muy amable y guapo además de simpático y educado. Nos besamos nos tocamos caliente y bueno cuando íbamos a ir más adelante e intento sacarme los pechos lo detuve, cambio la expresión de su cara y pensé que todo había acabado. 

Rápidamente pensé que no podía perder a ese chico y después menear un poco su pene lo chupe un poco y lo metí entre mis pechos para hacer que se viniera y no no perder la oportunidad 

Luego estuvimos cogiendo sin liberar mis pechos cosa que le pareció raro pero le encantó mi forma de coger




sábado, 19 de octubre de 2024

Cuidado con el perro de tu novia

 

Me pareció fenómeno que mi chica tuviese un perro un perrito, en principio era porque íbamos a estar lejos mucho tiempo y le iba a poner mi nombre para recordarme más. 

El chucho era una mezcla de Chihuahua y podenco, una cosa muy rara, pero era muy juguetón y alegre. 

Ok mi chica tenía su perrito y cada vez que hablábamos me contaban lo que habían aprendido a hacer el perro, yo me la imaginaba en plan: " el encantador de perros" y bueno cada vez la notaba más encantada con el perro y hasta llegué a pensar que me la iba a quitar el perrito, pero luego razonaba y borraba esta idea de mi cabeza, como mucho tendría que competir con el por on poco espacio en la cama, jajaja 

Así fue pasando el tiempo hasta que nos volvimos a ver y todo genial, incluso con el perro que sabía muy bien su lugar y lo que no tenía que hacer. 

Volvimos a estar separados, aunque casi nunca más de un mes sin vernos. 

Todo iba bien, normal, cada vez que nos volvíamos a ver después de haber estado separados era una explosión, hasta que un amigo me comentó que había visto a mi chica una noche con unos amigos nuevos, yo no le di importancia, pero mi amigo que es un poco pesado, se sentía responsable y se tomó el cuidado de vigilar a mi chica, sin que yo le hubiera dicho nada. 

La vio un par de veces en actitud cariñosa con uno de esos nuevos amigos y una de las veces de las que nos juntamos me lo dijo, yo no quería creer que mi chica anduviera con otro pero no sé cómo mi amigo me pasó unos vídeos en los que se veían a mi chica con otro.

Puto perro cabrón



martes, 15 de octubre de 2024

Fuera complicaciones

 

En una fiesta nos conocimos, había mucha gente y todo fue demasiado fácil pensaba, en la puerta de los baños coincidimos y tras un par de miradas nos pusimos a hablar mientras amigo mío hacía el gesto tonto de hacer un círculo con los dedos índice y pulgar y meter y sacar el otro dedo índice en s círculo ah una amiga suya 

Fue inevitable que tanto ella como yo nos pusiéramos a reír a carcajada limpia, nos miramos un poco y mientras esperábamos para poder pasar al baño nos pusimos a hablar, intenté disculpar a mi amigo diciendo que había bebido mucho, ella dijo que no pasaba nada que nos habíamos reído todos y que las fiestas eran para beber y...

Yo le dije que que significaban esos... Qué había intuido en lo que había dicho 

Volvió a reír y dijo que ya se sabe que en una fiesta nunca esté sabe que puede pasar 

Mentí y le dije que es que yo no iba mucho de fiesta, qué tendría que enseñarme...

Pasó al baño y la esperé para seguir hablando con ella y "aprender" de fiestas.

Como me seguía el rollo vi que podía acercarme más y rodee su cintura con mis manos, esperando cualquier reacción buena o mala.por suerte fue buena, me miró a los ojos y tocó mi nariz con un dedo, diciendo después: vámonos 

Yo estaba alucinando y me dejé llevar por ella sin saber dónde iba 

Llegando a su casa nos pusimos a amarnos como fieras toda la noche y ya de mañana me dijo riéndose que yo sí sabía de  fiesta