Era viernes por la tarde en la agencia de publicidad donde trabajaba Ana. La mayoría de sus compañeros ya se habían marchado, dejando la oficina en un silencioso ambiente iluminado por el sol del atardecer que se filtraba por los ventanales.
Ana terminaba de revisar las últimas presentaciones cuando Marcos, el director creativo, se acercó a su escritorio. Llevaban meses trabajando juntos en varios proyectos, y la tensión entre ellos era cada vez más evidente en las reuniones y los momentos a solas.
"¿Todavía aquí?", preguntó él, apoyándose casualmente en el marco de su cubículo. Su camisa arremangada dejaba ver sus antebrazos bronceados, y su corbata ligeramente aflojada le daba un aire relajado que contrastaba con su habitual formalidad.
"Quiero dejar todo listo para la presentación del lunes", respondió ella, consciente de cómo su falda se había subido ligeramente al cruzar las piernas.
Marcos se acercó más, inclinándose sobre su hombro para mirar la pantalla. Su colonia inundó los sentidos de Ana, mezclándose con el aroma a café que flotaba en el aire. "Podríamos revisarlo juntos", sugirió, su voz más baja de lo habitual.
Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando los dedos de Marcos rozaron accidentalmente su hombro al señalar algo en la pantalla. El contacto, aunque breve, envió una corriente eléctrica por todo su cuerpo.
"¿Te apetece terminar esto en la sala de reuniones?", propuso él. "Estaremos más cómodos."
Ana asintió, recogiendo su laptop. La sala de reuniones tenía grandes ventanales que ofrecían una vista espectacular del atardecer sobre la ciudad. Las luces estaban apagadas, y solo el resplandor anaranjado del sol iluminaba el espacio.
Mientras revisaban la presentación, sentados uno junto al otro en los cómodos sillones ejecutivos, la proximidad entre ellos se volvía cada vez más intensa. Cada vez que sus manos se rozaban al señalar algo en la pantalla, la tensión aumentaba.
"Creo que esto ya está perfecto", murmuró Marcos, cerrando suavemente la laptop. En la penumbra, sus ojos brillaban con una intensidad que hizo que el corazón de Ana se acelerara.
"Deberíamos...", comenzó Ana, pero las palabras se desvanecieron cuando Marcos se inclinó hacia ella, su mano rozando suavemente su mejilla.
El sonido del personal de limpieza en el pasillo los devolvió a la realidad. Se separaron lentamente, conscientes de dónde estaban.
"¿Cenamos algo?", sugirió Marcos, su voz ronca. "Conozco un lugar discreto cerca de aquí."
Ana sonrió, recogiendo sus cosas con manos temblorosas. "Me encantaría."
Mientras bajaban en el ascensor, solos en el edificio casi vacío, sabían que esa noche marcaría el inicio de algo más que una simple relación laboral.
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El restaurante que Marcos había elegido era íntimo y acogedor, ubicado en un callejón tranquilo a pocas cuadras de la oficina. Las velas en las mesas creaban un ambiente romántico, y la música suave envolvía la conversación en un manto de privacidad.
"No puedo creer que nunca hayamos cenado juntos antes", comentó Ana, jugando nerviosamente con su copa de vino tinto.
"Quizás estábamos esperando el momento adecuado", respondió Marcos, sus ojos fijos en ella mientras servía más vino. Su rodilla rozó la de ella bajo la mesa, y ninguno de los dos hizo ademán de moverse.
La cena transcurrió entre conversaciones sobre trabajo y confesiones personales, cada palabra cargada de un significado más profundo. Las miradas se volvían más intensas con cada sorbo de vino, y el espacio entre ellos parecía disminuir aunque ninguno se había movido.
Cuando salieron del restaurante, la noche había refrescado. Marcos se quitó su chaqueta y la colocó sobre los hombros de Ana, sus manos demorándose más de lo necesario sobre su piel.
"Mi apartamento está cerca", murmuró él, su voz mezclándose con el sonido distante del tráfico. "Podría preparar un café..."
Ana se giró hacia él, sus labios a centímetros de distancia. "Me encanta el café", susurró, sus ojos brillando con deseo contenido.
El corto trayecto hasta su apartamento fue una prueba de autocontrol. En el ascensor, la tensión era casi insoportable. Marcos mantenía su mano en la parte baja de la espalda de Ana, un gesto aparentemente inocente que enviaba ondas de calor por todo su cuerpo.
El apartamento era elegante y minimalista, con grandes ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad nocturna. Marcos se dirigió a la cocina, pero Ana lo detuvo, tomando su mano.
"El café puede esperar", dijo suavemente, acercándose más a él.
La luz de la ciudad que se filtraba por las ventanas creaba sombras sugerentes mientras sus labios finalmente se encontraban, liberando meses de tensión contenida. Las manos de Marcos se deslizaron por su cintura, atrayéndola más cerca, mientras ella entrelazaba sus dedos en su cabello.
El beso se profundizó, y Ana sintió cómo su espalda tocaba suavemente la pared. Los labios de Marcos trazaron un camino hacia su cuello, provocando que un suave gemido escapara de sus labios.
"¿Estás segura?", susurró él contra su piel.
Como respuesta, Ana comenzó a deshacer el nudo de su corbata...
